domingo, 24 de mayo de 2020

18. Don Verídico y el Coronavirus


Un sencillo homenaje al genial Juceca, don Julio César Castro..

Fotomontaje de autor desconocido tomado del libro 'Los cuentos de Don Verídico', de la colección Clásicos de Argentores. Editorial Biblos


- Esto del coronavirus nos lleva en el tiempo a una infección brava por un pescáu en mal estado.

- ¿Desde cuándo ha sido Usted pescador, Don Verídico? ¿Y otra vez de vuelta con los peces?

- (mirando al firmamento) He sido muchas cosas. También pescador.

- No quise ofenderlo. Por favor, continúe con lo que estaba diciendo.

- Un pescáu en mal estado. Pero era un pescáu de mar, no de río, como el de la vuelta anterior.

- ¡Ah! Alguien comió pescado de mar y enfermó.

- No tan simple como eso. El pescáu venía de algún océano, más precisamente del Océano Índico. Y a propósito de eso, ¿Oyó Usté hablar de las corrientes de aire?

- Creo que sí, pero no sé si sabría cómo asociarlo con el relato.

- …una corriente fuerte, que venía de lejos…como de la India… y se sumó a otra que venía de acá nomás, del Paraná. Y cuando dos corrientes de aire se juntan, se forma un tornáu. Ni le pregunto si sabe lo que es un tornáu, sería una pérdida de tiempo.

- Si Usted lo dice...

- El tornáu, en el revoleo, traía de todo: fíjese qué notable, que hasta un autito le trajo al Remedios Escalado, que ni bien lo vio en el techo de su rancho, una vez que se repuso del asombro, le puso ahí nomás unas mangueras, le selló bien las puertas, lo conectó a la chimenea, le echó unos carbones en el baúl y lo convirtió en una salamandra. El Remedios fue el primero en todo Monte Caseros en tener losa radiante y agua caliente, y todo gracias al tornáu!

- Qué notable a lo que puede llegar el hombre cuando se esmera…

- Así es. A propósito, este mate no podría estar peor cebado. ¡Esmérese Usté! Continúo. El tornáu trajo de todo. Entre lo que trajo, vino un pescáu. ¿Qué iba a hacer uno con un pescau en esas condiciones?

- Es difícil contestar a eso…

- Llevarlo al agua, claro. ¡Usted lo viera al Pobrecito! me miraba como queriéndome agradecer el gesto. Pero algo pasó

Retrato de gaucho, del maestro porteño don Florencio de los Angeles Molina Campos 1891 - 1959. Tomado de Pinterest.com

- ¿Y qué pudo haber pasado?

- Cuando ya estábamos ahí de la orilla del río, nos salió una yarará del tornáu. Se me vino directamente a los ojos. No supe qué hacer, jamás me había pasado algo parecido aunque recuerdo ahora ¡cómo olvidarlo! aquel ataque de los feroces biguases del Amazonas.

- Perdón Don Verídico. ¿Cómo dice Usted?

- Eran más de quinientos, contra un hombre y su cuchillo. Dejé que se acercaran. A la final, les perdoné la vida a cinco nomás, para que vuelvan y cuenten la historia a los que quedaron en el Amazonas y que esto no volviera a repetirse.

- Que yo sepa, no se repitió jamás algo como eso.

- Continúo. Le decía, nunca había vivido eso de una yarará que se me viniera volando y directo a los ojos. ¡La viera usté cómo se venía, con los ojos saltones y los colmillos brillosos! Tuve que pensar rápido. Y no se me ocurrió mejor idea que usarlo al pescáu de visera.

- ¿Perdón? ¿Cómo dijo?

- Así fue le digo. Ahí mismo la yarará abrió bien grande la boca y se lo comió. Ni tiempo pa’ despedirnos, aunque alcanzó a mirarme a los ojos como diciendo “no te culpes, Yo hubiera hecho lo mismo si no fuera un pescau. Pero así son las cosas”. Apenas alcancé a preguntarle cómo se llamaba: “Toribio Rosales” me dijo; “para servirle”. Así de gaucho era el Toribio. Fuimos como hermanos. Me salvó la vida, pero también trajo los males que paso a relatarle.

- Perdón Don Verídico. Me quedé pensando en el nombre. Estamos hablando del pescado siempre, no?

- Yo no he hablado de otra cosa

- Pero Usted me dijo que venía del Océano Índico. Y el nombre pareciera como de criollo. Y…hablaba en español…todo esto es… un poco confuso

- Es que el Toribio era así. Jamás se vio algo parecido.

- …siendo así...

- Continúo. Se ve que el Toribio no estaba del todo fresco

- ¡No me venga ahora con que encima de todo estaba mamado!

- … Continúo. Se ve que el Toribio no estaba del todo fresco
o quizás tendría algún bicho adentro en mal estáu. Nunca lo sabremos. Además, la yarará, con eso de venir volando en el tornáu, se la veía con los ojitos saltones como…como

- Como empoderada

- Pongalé. Todavía no se había digerido al Toribio que ya salía porái a morder a todo lo que se le cruzaba. Eso inspiraba terror en el pueblo, y ni le digo la envidia que le tenían los yacarés. Me los imagino mirando al cielo y preguntándose cosas como “¿y desde cuándo que vuelan las primas? ¿Volaremos así nosotros alguna vez?, Mirá si las tortugas nos llegan a ganar de mano es como para volverse cinto de cajetilla” y cosas así. En fin... ese fue el infausto origen de la transmisión de aquel virus. Del pescáu a la yarará, de la yarará a algún carpincho, del carpincho al yacaré…y así sigue la cadena hasta llegar al humano.

- Ayúdeme a entender, Don Verídico, ¿cómo pasó del yacaré al humano?

La paciencia infinita del Gaucho, inmortalizada por el maestro porteño don Florencio de los Angeles Molina Campos 1891 - 1959. Tomado de Pinterest.com

- (cerrando los ojos, y apelando a su paciencia infinita) Del yacaré hembra a los huevos, de los huevos del yacaré a la vizcacha, de la vizcacha, derechito al frasco de vinagreta de Doña Tremebunda Guerra y de ahí al cristiano. Esa vinagreta venía con unos pancitos y un litro de tinto de regalo si la compraba por delivery. Porque con eso del virus…y encima el tornáu…no daba como para andar saliendo.

- …

- Así empezó todo. Con un pescáu, un tornáu y una yarará.

- ¿Y trajo alguna otra cosa el tornado?

- Si. A la Mariquita Sánchez le trajo un novio. Raro el novio pero novio al fin y al cabo. Se ve que Ella lo venía pidiendo de hace rato, algo de esto se comentaba.

- Como que el tornado cumplía deseos íntimos

- No diría tanto. Además, yo no recuerdo haberle pedido un pescáu a nadie. Unos pesos alguna vez podría ser, pero no un pescáu.

- Ya me contó bastante del tornado. ¿Y qué me dice del virus?

- Era un virus raro.

- Faltaba que el virus terminara siendo sensato.

- No sé qué me quiso decir con eso, pero los mates empeoran. ¡Se ve que a Usted lo habrá agarrao también el virus!

- No se enoje Don Verídico. Siga por favor con el relato

- Apenas se lo veía de chiquito que’ra. Hasta dos pasos de distancia se lo apreciaba, ya después, al virus se lo perdía de vista en la inmensidad del monte. Calculo que de esto se trata la famosa “distancia social”.

- ¿Y qué efectos producía?

- ¿El virus? Raro, a unos le daba como sueño; a otros, ganas de chupar lindo, y a otros les facilitaba para aliviar los intestinos.

- Complejo el virus. Y dígame, ¿presentaba síntomas?

- ¿El virus?

- El infectado

- (Cerrando los ojos, vuelve Don Verídico a apelar a su paciencia infinita) Y ya le digo. Ahí veía usté a uno dormido echáu bajo la sombra del árbol. Bueno, a ése seguro que lo agarró el virus. A otro lo ve tiráu en pedo en medio del boliche: el virus. Y aquel paisano disparando pa'l lau de los cañaverales: el virus. Pa’ qué hablar de síntomas si sobran las evidencias. Disculpe le hable así pero su pregunta deja bastante que desear.

- Tiene razón.

- Pero mire. Lo mejor de todo, es que el tornáu se fue al fin y al cabo. A todos nos dejó algo.

- Habrá que ver qué es lo que nos deja este coronavirus.

- Habrá que verlo nomás. Y para eso, hay que esperar un buen rato todavía.



Fileteado sobre nuestra insignia nacional. Bello trabajo de autor desconocido

domingo, 29 de marzo de 2020

17. Alalcomeneo


Entre aquellos parajes tórridos del veldt, tan hostiles y hormigueantes de toda vida, nuestros Antepasados apenas subsistían. Desaparecerían de toda desaparición en el último bocado de alguna hiena o de los buitres.


Una noche febril, el Joven abandonó la oscura cueva donde descansaban una treintena de hombres mono de todas las edades, todos inanes y desahuciados desde el mismo instante en que vieron la luz. Allí no se vivía; se duraba...

El Joven salió a caminar sólo y en la noche. Nadie de su grupo había hecho esto jamás. Aquella cueva escarpada y algo escondida era todo el refugio que podían procurarse. Las noches eran de otros, pero muy particularmente las noches eran del tigre.

Las tripas lo abrasaban de terrores ancestrales. Sus pasos lo llevaron al inmenso espejo de agua, destino obligado de cada salida de la tribu. Era bien entrada la noche y el lago estaba allí.

Ya en la orilla, sintió un escozor pero se controló. A su manera comprendió que no se trataba de un final ni de un comienzo. Se trataba de una cita. Allí mismo lo estaba aguardando la redonda y fulgurante cara de la Luna.

No fue sino un afán visceral por poseerla lo que lo llevó a adentrarse en aquellas oscuridades. A poco que avanzó, sus pies torpes sobre el limo de la orilla lo traicionaron, dejándolo totalmente sumergido. Un paralizante terror ancestral lo retuvo bajo las aguas durante algunos segundos. Pero sus desesperadas bocanadas y sus fuertes brazos y piernas y el instinto invencible tan ancestral como el terror, lo devolvieron a la seguridad de la orilla.

Aliviado y repuesto, comprobó que la Luna aún seguía allí. Firmemente plantado, retomó el asunto que lo convocaba. Volteó y buscó hasta que su mirada lo transportó hacia una rama gruesa y suficientemente larga. Tomó aquella pértiga, la probó dos y tres veces contra una roca y satisfecho con el resultado volvió a adentrarse al lago con todos los recaudos del caso. Lo hizo bien.


Intentó atraerla con un movimiento envolvente de su brazo; luego intentó abrazarla extendiendo ambos brazos, encerrándola como haciendo candado con la pértiga (después de todo, aquellas profundidades lacustres no eran tan profundas). Pero la Luna se le volvía oblonga y luego se diseminaba por sobre la superficie resistiéndose una y otra vez; se le resistió todas las veces. La golpeó fieramente con la rama, aguardó unos instantes, volvió a golpearla, y dio por concluida la tarea.

Sus ojos vieron cómo la diosa se contorsionaba indiferente a su esfuerzo y a la pértiga. No eran aún los tiempos para poseerla. Pero eran tiempos de apreciarla de cerca, todo lo cerca que fuera posible. Además, antes había que asegurar la subsistencia en la Tierra, asunto nada a la mano tampoco.


Ensimismado y perplejo, dejó que sus pasos lo devolvieran a la cueva. La Luna se había quedado triunfal en las aguas de aquel lago y, triunfal también desde lo alto, lo acompañó todo el camino de regreso muy satisfecha con la primera cita y con aquel Joven.

Aquella lección le llegó en forma de burla. Hay peores formas de aprender.

Ya en los últimos tramos del camino, otra imagen más urgente se adueñaría de sus cavilaciones; la del tigre merodeador de tantas jornadas. Pero no hubo noticias del tigre aquella noche. Quién sabe si lo de la Luna haya tenido algo que ver con todo esto.

Entró en la cueva, abrazó y tomó a una de las hembras, que no se resistió. Se durmió satisfecho. Toda una novedad.


Se despertó bastante avanzada la jornada. La tribu lo aguardaba para que encabezara el peregrinaje diario hacia el gigante espejo de agua. A nadie le llamó la atención que al descender el Joven de la escarpada entrada de la caverna, éste se detuviera y alzara el rostro hacia el cielo.

Su paso ahora llevaba alguna urgencia, una cierta determinación. A nadie tampoco pareció afectarle este cambio de ritmo en la marcha; además, no osarían retrasarse y quedarse por fuera del alcance del rabo de ojo del joven Guardián.


Llegaron, bebieron. Él se abstuvo de hacerlo; ahora esperaba encontrarse al Sol en aquellas aguas, de la misma manera en que se había encontrado con la Luna. Nada podía asegurarle que tal cosa sucediera pero él ahora abrigaba sus propias especulaciones. Algo tenía en mente y nada tenía esto que ver con el grupo. Su nueva postura de mirada que vé y de pértiga dispuesta eran un camino que invitaba a ser transitado.

A poco que hubo aguardado, y mientras el grupo forrajeaba entreverado con todo tipo de animales, se verificó el portento. El Sol lo aguardaba allí en el lago. Hizo su comprobación.

Esta vez no intentó nada. Verlo fue suficiente.

Si aquel lago podía atrapar a la Luna y además al Sol, bueno…él ya era el Señor del Lago.

Apenas bebió. Se sumó a la manada llevado por la necesidad de un contacto siempre vital y ahí mismo se puso a buscar raíces y bayas también.

(Sin poder saberlo de ninguna manera, aquel Joven trabajaba la masa que leudaría eones o eras más tarde; cierta masa que apenas vislumbramos en pesadillas o en visiones luminosas. El resto de la tribu trabajaba la masa con la que una inmensa mayoría fuimos hechos).

Camino de regreso y bastante distanciado del resto, se detuvo frente a un árbol muerto.


A poco de treparlo se enfrentó a una colmena hinchada de vida pululante. Se llevó a la boca la mano untada de bien espesa miel y sintió placer. Ya había acometido esta hazaña en otras ocasiones, pero jamás como Aquel que puede y toma sencillamente de lo que es suyo. Otro enorme hallazgo, que bien le valió la ponzoña de los habitantes de la colmena. El Señor del Lago era también Señor del Árbol.

Anochecía cuando llegaron a la cueva. Ya todos habían entrado. Todos menos el Joven. El gran ojo del lago, la pértiga y la Luna, el Sol, la miel… el tigre.

En la noche calurosa de un desierto africano, aquel Joven alcanzó en una ráfaga feliz, a ver su mirada en la mirada del tigre. Su Hijo ya vería otras cosas.


Patricio


“A la noche la hizo Dios, para que el Hombre la gane”. Atahualpa Yupanqui