...y mi Abuelita también. Ella me enseñó -entre otras cosas muy valiosas-, a no apresurar las conclusiones.
‘A menudo se encuentra más seriedad en los antepasados que han puesto los fundamentos de nuestra existencia que en los descendientes que derrochan esta herencia’ Goethe.
«Si los tártaros invadiesen hoy Europa, resultaría desafiante explicarles lo que es entre nosotros un banquero» Montesquieu.
De algún modo mágico, Napoleón mantuvo a Europa en pie de guerra durante veinte años. A su caída, debieron aquellas monarquías apenas sobrevivientes y sin embargo triunfales, enfrentarse al peligroso y desafiante camino de la pacificación. No quedaba margen para conflictos.
Con la paz, se decantaron las intenciones a su mínima expresión. Regresaron de a una las mezquindades y las ambiciones al lugar de donde partieran al detonarse el primer disparo de fusil.
Lo que si cambió en la composición social de entonces fue una presencia inesperada que llegara para quedarse: el Miedo. Quizás se deba a este miedo el simple hecho que no vuelva a haber en Europa un conflicto a escala napoleónica hasta bien entrado el siglo veinte. El miedo de alguna manera puso el equilibrio allí donde su ausencia no generara nada de peso. No deja de ser otra carta de la baraja.
El reajuste de Europa luego de aquellas guerras no fue más justo ni más moral que cualquier otro, enseña Hobsbawm.
Para 1818 Francia será readmitida como miembro con plenitud de derechos en el concierto de Europa. Incluso se aceptaron y adoptaron algunas consignas de la revolución, entre ellas una Constitución. Aún las derrotas más rotundas conllevan algunas batallas bien ganadas y perdurables.
Así las cosas en el continente europeo. Fuera de él, Inglaterra enrocaría progresivamente sometimiento por comercio en todas sus dependencias y en todas las acepciones que ofrezca el término ‘comercio’. Nuestra vida patriótica dio sus primeros pininos justo en este punto que estamos mencionando y que invitamos al Lector gentil a repasar los primeros números del Hornero si quisiera conocer nuestra visión sobre el asunto.
El origen de la esclavitud se pierde en la noche de los tiempos. Se oyen aún las voces de guerras encarnizadas y prolongadas donde no se buscaba matar al adversario sino todo lo contrario, dominarlo y vivir a sus expensas.
Por entonces los hombres eran nómadas o eran sedentarios. A vuelta de guerra se crearía un nuevo orden, el de los amos y los esclavos… tan eunucos como los bueyes que se usaban para el arado. Y no hubo reino grande o pequeño, belicoso o pacífico, próspero o modesto, que no haya conocido y asumido con naturalidad este nuevo orden de asuntos. Entre todas las religiones y bajo todos los climas.
El amanecer nos lleva invariablemente a Egipto, al mismo Egipto que a su tiempo se vería pagado con la moneda de su propio cuño durante la invasión de los Hicsos. Los siglos dotarían de nuevas y mejores especulaciones y tras ellas irán los argumentos. El deudor insolvente, el hijo de la esclava, el que perdía su libertad en el juego o en apuestas, o por alimentos, o por dinero, el que cohabitaba con esclavo o esclava; la venta de los hijos por sus padres y la de las mujeres por sus esposos.
Todas las fatalidades que hallan guarida en el vestíbulo del Averno, consumaron su obra en la esclavitud: El Hambre, el Miedo y la Pobreza, el Dolor, el Sueño y la Codicia, el Trabajo. Los caprichos de los hombres y de los dioses la legitimaron.
A su tiempo, los esclavos serían propiedad privada tanto como de los estados o sea, podían servir a un solo hombre como a un reino entero.
Hubo quienes prefirieron la muerte a la esclavitud. También leemos sobre razas esclavizantes y otras esclavizadas, y también apreciamos como en un bello minué el momento en que cambiaron lugares unas con otras abundando en gracia y dolor repartidos a manos llenas.
Las guerras y la piratería fueron los vasos comunicantes y dilatadores que enriqueceron la sangre en los Mercados.
Hubo esclavos notables. Los hubo artistas, artesanos, cortesanas, criminales, enfermos, niños y ancianos. Platón fue uno entre todos ellos.
A su hora llegarían quienes los liberarían. Mantenerlos agobiaba las rentas públicas de los estados nacientes. Entonces se les permitió entrar en la clase libre y contribuyente, todo un don.
Gran Bretaña se conformaba con un equilibrio continental en el que cualquier potencia europea mantuviera a raya a su vecina. Entonces, las potencias marítimas - las que tenían intereses extra continentales-, eran demasiado débiles o timoratas como para causarle problemas.
La guerra requiere de ajustes dramáticos en todos los órdenes, que no son ni por asomo los que deben de hacerse cuando ésta concluye. El factor moral ya no acompaña a nadie y hay que considerar dentro del guarismo resultante qué clase de futuro cercano le espera a cada nación contendiente... y a su vecina.
Masas ingentes de soldados regresan a sus pueblos. Hay más mano de obra que obra.
También hay mentes que sacarán provecho de la circunstancia; en general esto presenta un problema que bien puede encaminarse con el inicio de otra guerra. Cuántas cosas implica una guerra, qué cosas pasan por la cabeza de los estadistas involucrados, es un asunto del que no puedo siquiera aventurar una opinión. Los hermanos Grimm pintaron todo esto con perfección y belleza en su relato del Hombre de la piel de oso.
La victoria eliminaba competidores, allanaba caminos y abría mercados. Su costo en recursos, impases y tensiones en las relaciones quedaba compensado con la nueva posición resultante del éxito. Es claro: a costa de un ligero retraso en una expansión económica -cuyo engrosamiento no se detiene sino sólo se ralenta- Gran Bretaña eliminó definitivamente a su más cercano y peligroso competidor y se convirtió en el “taller del mundo” para dos generaciones. Pasó a liderar el concierto de las naciones, posición que había cedido durante algunas décadas y que ahora solidificaba con excepción quizás de los Estados Unidos.
Y si durante los siglos XVI y XVII Inglaterra navegó bajo los auspicios de los cuatro vientos llevando esclavos a todos los puertos del mundo, los confines del siglo XVIII marcarán la hora del regreso al estrecho sendero que conduce al arrepentimiento. Sin inmediateces, la esclavitud iría conformando un delito en todas sus colonias.
Quizás el Lector recele un tanto de las verdaderas intenciones, pero lo importante es que así como la esclavitud fue una realidad, comenzaban los tiempos de su abolición o mejor expresado, tiempos en que asumiría formas ingeniosas, sutiles, siempre legales o a punto de serlo.
Karl Marx fue testigo de esto y nos advirtió sobre el eterno asunto que el monstruo no muere jamás sino que muta. Veamos algo más sobre esto.
La estructura económica de la sociedad capitalista germinó por entre la estructura económica de la sociedad feudal. Al disolverse ésta, florecieron los elementos necesarios para la formación de aquélla.
Esos flamantes trabajadores recién emancipados sólo pudieron convertirse en vendedores de sí mismos una vez despojados de sus medios de producción y de todas las garantías que las viejas instituciones feudales les reconocían. Esta expropiación no se dio de modo sutil en sus inicios. Corrió mucha sangre y fuego.
Los capitalistas industriales fueron quienes lidiaron con aquellos señores feudales en cuyas manos se concentraba la fuente de la riqueza. Su ascensión es el fruto de una lucha victoriosa contra el poder feudal y sus privilegios. La explotación feudal mutó en explotación capitalista. Allí donde surge el Capitalismo se ha abolido la servidumbre, y la existencia de ciudades soberanas ha declinado y palidecido. En la historia de la acumulación originaria dejaron huella todas las transformaciones que sirven de punto de apoyo a la naciente clase capitalista...
...y sobre todo los momentos en que grandes masas de hombres son despojadas de sus medios de subsistencia y lanzadas al mercado de trabajo como trabajadores libres -y desheredados-. Sirve de base a todo este proceso la expropiación que priva de su tierra al productor rural, al campesino. Amén.
No lo olvide el Lector: la legislación, los tratados y el pensamiento llegan inmediatamente después de las revoluciones, no antes. Las justifican, las ordenan y las presentan frente a la historia y es asunto de la Conciencia.
Marx también habló de las leyes, expropiaciones de todo nivel... y hasta exportaciones masivas de esclavos o de siervos de la gleba, como aquella nave de los locos que exportaba locos por todos los confines conocidos del globo.
Todo esto haría afluir a aquellas masas a la industria de las ciudades. Pero esto ya nos desvía demasiado de nuestros fines presentes.
Sostener que la esclavitud viró hacia la servidumbre y de aquí hacia el trabajo independiente es tan agradable de creer como incontrastable e inadmisible. Ni de ése modo ni en todas las latitudes ni al unísono.
A la voluntad dominante de la metrópoli debe plegarse un deseo de vasallaje entre los habitantes de la colonia. Y es justo en este punto donde vemos como se reemplaza claramente la noción de diccionario de Patriotismo por otras abstracciones del mismo porte como Libertad, Civilización, Humanidad… Sea cual fuere su preferencia, en el fondo siempre se trató y se tratará de intereses de clase que buscan imponerse por sobre los del conjunto.
Rosas vislumbró y alentó desde un primer momento el advenimiento de las masas. No lo hubiera podido impedir, entonces se decidió por aplaudirlo. Rivadavia vio lo mismo pero quiso oponérsele y bregó por erradicarlo. Uno recuerda a don Bernardino como el propulsor de las reformas eclesiásticas, militares y burocráticas de su tiempo, todas ellas revolucionarias aunque en el fondo no se tratara de nada muy distinto que de ajustes presupuestarios en pos de una administración eficaz y económica. Nacionalizar de una sola vez -nadie se confunda, no fue nada sencillo el asunto- y al costo más bajo posible.
Pero no se acometen semejantes proyectos partiendo de estrecheces. Rosas le sabrá encontrar lugar a los gauchos, chinos y mulatos. Y a los indios también.
Con aquel Mayo de 1810 aparecen en nuestra historia las masas populares y junto a ellas, los Caudillos. Y fue en Cepeda -1° de febrero de 1820- cuando nombres como los de don José Gervasio Artigas, don Martín Miguel de Güemes, don Francisco Ramírez y don Estanislao López reemplazaban a los de los Revolucionarios que evocaban retóricamente a las masas pero en el fondo las despreciaban o subestimaban.
Entre 1820 y 1829 se vivieron años de fricción en donde ambas partes se empeñaron más en el fracaso de la otra que en cimentar la propia o en buscar puntos de conciliación. La disolución de aquel congreso de Bustos no se explica de modo distinto a la del de Rivadavia aunque el Lector asuma afectivamente posiciones en un caso por sobre el otro.
Abortada la guerra en el Brasil, regresaba el ejército cuyos oficiales pertenecían a la clase de los posibles y eran claramente opositores al gobierno populachero de Dorrego. Furtivamente se salió a la caza del gaucho, y hubo muertes. Pero las milicias gauchas terminarían corriendo a los veteranos de Ituzaingo y ahí, por entre sombras, lo dejamos a Lavalle capitulando con Rosas.
La Federación, la Unión Litoral, la religión, nuestro suelo y la insignia punzó se adueñaron de los altares abandonados por los dioses de la civilización. ¿Por qué no habría de ser así?
La Liga Unitaria se trituró cuando Paz cayó en manos de los federales. Los jóvenes ilustrados federales encontraron consenso entre los representantes más conspicuos del interior para la redacción de una Constitución Federal. López, Ferré, Ibarra, Heredia y hasta el mismísimo Quiroga tomaron al asunto como una necesidad y un deber que se debían autoimponer.
Rosas jamás sería de ese parecer. Hombre de acción, despreciaba los argumentos de quienes arreglan todo “con un cuadernito”. Recelaba de cualquier condicionamiento a su poder vigoroso, veraz y suficiente.
El 6 de diciembre de 1832 culmina el gobierno trienal de Rosas. No aceptará su reelección pese a los reiterados esfuerzos de la Sala de Representantes por convencerlo. Rosas y su sucesor Balcarce al momento de no aceptar hablan de no contar con los elementos necesarios, algo que podría traducirse como una burocracia federal. Es interesante hacer notar que luego de 3 años de gobierno la Sala le ofrece el cargo en las condiciones que él disponga aunque sin facultades extraordinarias. 'Pulverizados los Unitarios, ¿de qué habrían de servirle?' razonaban los Cismáticos o Lomos Negros, federales todos ellos. Esto habla tanto de la conformación de aquella Sala como del escenario y de Rosas mismo.
Rosas elige distanciarse del poder para asegurar la tranquilidad de las poblaciones y estancias fronterizas siempre amenazadas por los malones organizados por contrabandistas chilenos.
A los Indios los conocía desde la niñez. Su abuelo, don Clemente López, había muerto a manos de ellos y su padre, León Ortíz de Rosas fue largamente conocido en las tolderías.
Las costumbres araucanas le eran familiares, su pensamiento y su lenguaje, incluso los dialectos usados entre pampas y ranqueles. Años más tarde, el rey Calfucurá reconocerá en Rosas lo que en ningún otro. Hasta aquellos indios sentían añoranza por lo pasado. Es nuestro gen tanguero.
Lo cierto es que nadie más calificado que Rosas para establecer paces duraderas y sólidas con los araucanos. Estas paces eran posibles sólo a base de constantes negociaciones y del envío generoso de remesas por parte de los pueblos afectados y de los gobiernos. Eran oprobiosas, pero eran posibles y esto interesa decirlo porque de alguna manera estas remesas conformaron el impuesto o el derecho a poblar, a crecer, a extender las fronteras. En naciones civilizadas, esto se transforma en impuestos no menos onerosos que perciben los gobiernos y que le dan el uso que le dan. En el desierto, la coacción de los indios dota de tranquilidad y seguridad al menos por un tiempo. Nuestro estado de derecho y nuestro moderno sistema bancario no ofrecieron hasta aquí mejores garantías que aquellos taimados araucanos y sus socios los contrabandistas.
Interludio
Postales del Mundo
La Selección Argentina
Dedicadas a Darío Lavia
(Las postales han sido tomadas de futboltucumano.blogspot.com.ar y laseleccionargenta.blogspot.com.ar)
1-Los albores
Una de las primeras imágenes de nuestra Selección. No conocemos a ninguno de aquellos jugadores pero sospechamos que don Jorge Gibson Brown es quien se halla sentado y con la pelota. Integró el Equipo durante 12 años y fue su capitán hasta su último partido, el 6 de setiembre de 1914 contra el Torino FC (Italia)
Fotografía coloreada.1908
2- Alguna vez...
...contamos con un jugador negro entre nuestras filas. Fue convocado en 1925 para la Copa América, copa que terminaríamos alzando. Jugó los 5 partidos del Torneo. Hablamos de don Alejandro Nicolás de los Santos, centroforward del Club El Porvenir y de nuestra Selección.
Formación campeona. 1925.
3- Y otra vez...
...la Selección Argentina se llevaría la Copa América, como en las ediciones de 1921, 1925, 1927 y ahora, en 1929. La final fue un 2 a 0 frente a Uruguay, que se coronaría campeona del Mundo al año siguiente. La formación entonces era Bossio; Tarrío y Paternóster; J. Evaristo, Zumelzú (Orlandini)y Chividini; Peucelle, Rivarola, 'Nolo' Ferreira, Cherro (Seoane) y M. Evaristo.
Formación campeona. 1929.
4- Mundial 1930
Plantel completo del Subcampeón Mundial: Arqueros: Angel Bossio y Juan Botasso; Defensores: José Della Torre, Edmundo Piaggio, Ramón Muttis y Fernando Paternóster; Medios: Juan Evaristo, Alberto Chividini, Luis Monti, Adolfo Zumelzú, Pedro Arico Suárez y Rodolfo Orlandini; Delanteros: Natalio Perinetti, Carlos Peucelle, Francisco Varallo, Alejandro Scopelli, Manuel Ferreira, Guillermo Stábile, Roberto Cherro, Atilio Demaría, Mario Evaristo y Carlos Spadaro. El DT era don Francisco Olazar.
Formación en el mítico Estadio Centenario.
5- Otro Equipazo
Con esta postal cerramos -por ahora- nuestro homenaje a quienes vistieron la casaca albiceleste. Algunos salieron campeones y otros no. Todos son parte de nuestro ilustre pasado futbolero. A todos ellos les debemos algo de este magnífico y glorioso presente. ¡Salute a todos!
Póster de El Gráfico. Campeones Copa América 1937.
Fin del Interludio
En 1833 emprendió la Campaña del Desierto cuyo resultado fue el desalojo y matanza de los indios situados en toda la vasta extensión de la Pampa como en las costas que se extienden hasta Magallanes y fijar los límites de esta provincia de acuerdo con los gobiernos de Santa Fé, Córdoba y Mendoza. Fue una obra trascendental, producto del coraje asociado a la organización de recursos y a una mente despejada y aguda.
El asunto venía de lejos, desde el gobierno de Martín Rodríguez. Rosas, por entonces Comandante general de campaña, logró acuerdos valiosos con varias tribus, acuerdos que le rendirían a peso de oro para los tiempos de su propia Campaña.
Desde hacía años se venía gestando con Chile el aunar esfuerzos contra el araucano. Chile nos los exportaba generosa y libremente obligando a tonificar y poner bajo observación el músculo de la paciencia. Igual trato se daba a los locos o a los forajidos en toda Europa, y de aquí a la inmortal Nave de los Locos que mencionamos más arriba, donde simplemente se les embarcaba y que le toque a quien le tocare. Igual, aquellos indios no necesitaban de ayuda ni de muelles para embarcarse…
y bien rápido entendieron el negocio…
mucho antes que lo entendieran los doctorcitos y sus cuadernitos.
El próximo número del Hornero les contaremos de aquella gesta en el desierto comandada por don Juan Manuel de Rosas a su salida del gobierno entre fines de 1832 y 1834. (para la de Roca falta mucho por recorrer aunque la usemos libremente en lo que resta del número como una simple licencia poética). Durante el período brevísimo de gobierno del general Juan Ramón Balcarce ocurrió la ocupación inglesa de las Islas Malvinas y el fracaso de nuestra misión en Bolivia encargada de revisar los límites de la provincia de Tarija. El próximo número retomaremos también estos importantes asuntos relacionados con el cisma dentro del partido Federal pero también con una concepción de 'Nación'.
Volvamos al desierto. Concluiremos con una reflexión del coronel Alvaro Barros, primer gobernador de la Patagonia, gobernador de la provincia de Buenos Aires, comandante de fronteras y fundador de Olavarría. Esto fue escrito por el año 1876, preludiando lo que sería la definitiva campaña del desierto. Escuchémoslo a don Barros desde su bancada en la Cámara de Diputados, en franca oposición con la Zanja Alsina, esfuerzo acromegálico y depresivo por contener a los malones:
'Hace 200 años que por medios a menudo contradictorios se pretende (...) establecer la seguridad interior sin destruir la causa de la inseguridad; es decir, perseverando en un sistema de guerra defensiva.
Si alguna vez se ha tomado la ofensiva como en la época de Rauch (ha sido) efecto de las ideas o del carácter de un jefe, sin seguir un sistema general y por tanto sin elementos para alcanzar resultados verdaderamente importantes. De la existencia de Rauch dependía la iniciativa que cesó con su muerte. Y sin embargo, los indios fueron dominados en aquella época.
Rosas habría debido consumar la obra de Rauch pero sea por falta de cooperación de las fuerzas de Quiroga o porque no se tuvo el propósito de consumarla, el resultado de aquella guerra ofensiva fue hacer la paz general con los indios.
La paz establecida por Rosas en 1833 fue la menos onerosa y la más duradera; bajo el ascendiente que él adquirió entre los indios, fue conservada y pareció afianzarse cada vez más con el correr de los años. Durante la paz de Rosas, la población rural llegó a extenderse hasta muy cerca de las Salinas Grandes y hasta las márgenes del río Colorado, alcanzando inmenso desarrollo y con él, riqueza pública. Poblar el desierto, para 1850, era un hecho realizado en veinte años de paz y ¿por qué no decirlo? de acierto, dadas aquellas circunstancias y en el modo de tratar con los indios. Aquella población representaba un capital adquirido en la paz de 40 millones de duros.
Pero aquella situación era precaria y sus ventajas ilusorias, porque en la paz como en la guerra, en vez de marchar sistemadamente hacia un fin resolutivo se marchó siempre al acaso, tomando por resultados definitivos o duraderos lo que sólo era efecto de circunstancias especiales y transitorias: las calidades militares de Rauch, el ascendiente alcanzado con el poder de Rosas. La muerte de Rauch bastó para que los indios se levantaran del abatimiento al que él los había reducido y perdiéramos así todas las ventajas obtenidas en la guerra. La caída de Rosas bastó para que desaparecieran los grandes beneficios de la paz. Aquella población conquistadora del desierto fue en un día reducida a cenizas con toda su riqueza' (continuará)
Los rostros sin facciones de los soldados cavando la Zanja Alsina lo dicen todo. Un esfuerzo estéril y desesperado en un mar de frustraciones. Siempre abundaron los incordios y los quejumbrosos, en todas las latitudes y tiempos. Lo cierto es que aquel esfuerzo es bastante representativo de aquellos otros que millones de seres en el Planeta hacemos diariamente y que nos aseguran el sueldito salvador.
Podríamos hablar también aquí del odio. Aquellos dos mundos no podían coexistir. No hubo nada parecido con doctrinas racistas, falacias que vinieron después junto con los intentos de explicación. Fuimos educados con odio, y odiamos a la humanidad, al decir de nuestro Bardo, pero eso no lo explica todo.
También el miedo hace lo suyo. El engaño autoinfligido de quienes asisten a las escuelas y las universidades donde se embauca sin culpa, es una muestra de ello.
Se estudia para postergar el presente fantaseándose sobre un futuro que no existió ni existirá jamás. Ser exitoso pasa definitivamente por otro lado. Si lo supiera, créame que lo compartiría.
Aquellos araucanos con sus palas tapaban las jornadas durísimas de trabajo con la misma tierra que se acababa de excavar. Usaban los mismos Rémington que los soldados de los fortines, solo que sabían bien lo que hacían y éso era la diferencia. Se valieron de la corrupción del huinca para hacer negocios durante décadas... o siglos. Su mecanismo era la coacción. Fueron unos soberanos hijos de puta cuyo dedo se hundía en el miedo y la culpa de una sociedad que era como cualquiera otra. Pero la hijoputez es una cara del dado, no el dado. El miedo, la necesidad, la especulación y connivencia y la culpa son otras. Y en cuanto a lo virtuoso, eso queda en el plano individual: no hay ni habrá dos personas que sean iguales, se trate de la raza o del tiempo que se tratare.
Las masas, la clase media; variantes de una misma realidad. Quizás el hombre no sea mucho más que quien pone en movimiento el carro de la economía. Pensándolo bien, cada uno pone sus miras y sus valores donde puede y donde le nace, y todos somos distintos...o no. De ahí las pirámides o las guerras, dependiendo más de las miras del estadista y de su estatura moral que de ninguna otra cosa. Poco queda de la lejana vida pastoril, de la presencia de Dios, de la encina y del carnero: de la Edad de Oro. El mundo fue por garantías y a eso llegó. Nunca se estuvo mejor que ahora en casi todos los órdenes de la vida...y ya verá Usted mi amigo si esto le conforta en algo.
Pueblos enteros se entregaron a la esclavitud. Ni cavilaciones ni ilusiones... con comer alcanzaba. Esas florcitas -pensar, dudar- son de otros jardines mucho más acá en el tiempo y la más de las veces, son más pintorescas que fragantes, y casi nunca dan fruto comestible. Pero a veces sí lo dan.
Y acá estamos. Este es nuestro tiempo.
Solón y Platón caminan en el mismo vergel por el que Calfucurá, Pancho Francisco, Julio Roca y Alvaro Barros se toman una grapa y se bailan un tango. Roca no era mejor que aquellos araucanos sólo que a él, y a otros les debemos esto que se llama la República Argentina y yo me siento orgulloso de ser argentino sin que esto sea algo significativo para nadie más que para mi. No creo que el hombre valga más que una florcita del campo. Sí creo que sus esfuerzos, por vanos que sean, son su principal atributo: la florcita no se esfuerza por ser ni lo que es ni lo que no es. El hombre de hoy se pasa la vida entre estas paredes filosofales.
En este plano, aquellos araucanos entendían mejor que nadie que de las esperanzas de esos pobladores, de sus luchas intestinas, de su religión, de su arado y de su brazo podrían vivir perfectamente y sin culpa ni remordimiento. Y eso hicieron. Y para el caso, los banqueros y cambistas del planeta no albergaron mejores intenciones ni procuraron mayores dichas que aquellos indios.
Uno es un inútil y no se lo puede sacar de la cabeza. No se lo puede imputar a nadie más que a sí mismo y no pretende engañar a nadie. Todos tenemos que experimentar y llevar adelante nuestro experimento llamado 'vivir'.
Rivadavia interpretaba lo que Sarmiento algunos años después, que esa inutilidad natural podía volverse en algo provechoso con la instrucción apropiada.
Maestros y profesores... y contadores y licenciados y abogados...vivimos de todo esto, confirmando aquella máxima keynesiana de 'cavar unos y que otros tapen'...sí, como con la Zanja Alsina. Las pirámides y las guerras fueron otras causas de existencia durante miles y miles de años de cientos y miles de millones de personas como nosotros.
Los dioses cambiaron con los tiempos.
Somos apenas una florcita que, por pequeña que sea, quiere vivir.
Para el caso, no una florcita, sino un hornero.
La Yapa
En el principio era Eurínome. Por entre el Caos irrumpe majestuosa en su desnudez, danzando frenéticamente sobre las olas con dirección hacia el sur. Tomó de la estela de viento que creaba con su danza, lo amasó, y dio vida a la serpiente Ofión. Su danza enloquecida de la lujuria llevó al Reptil a enroscarse y atenazarse entre los divinales miembros de la diosa copulando con Ella. Y Eurínome concluyó su danza encinta.
En forma de paloma, anidó entre las olas y empolló al Huevo Universal. A su hora, el Huevo se partió en dos mitades, saliendo de allí sus hijos y todo lo que existe: el sol, la luna, las estrellas, los planetas, la Tierra habitable y toda criatura viviente...como este carpincho que vive escondiéndose de yacarés y de carpincheros y que conserva la gracia y el don de la siesta hasta su último día. Para apreciarlo y aprender.
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