...en la apatía. Estremecerse es lo mejor que tiene el hombre. Y por más que el mundo le encanallezca el sentimiento, al sobrecogerse siente hondamente la inmensidad". Fausto, de Wolfgang Goethe
Provoca escalofríos ver al Arcángel Miguel mezclado, casi irreconocible entre los monstruos, en el centro la escena en que expulsa del cielo a los ángeles rebeldes. Es asistido por un puñado de ángeles armados de trompetas y de espadas.
Los ángeles caídos, al entrar en la órbita infernal, se convierten en demonios, asumiendo para sí forma de peces, reptiles e insectos. Los ángeles de Miguel parecieran mudos, en franco contraste con el griterío desorbitado de los rebeldes. La lucha es real e inevitable. No hay lugar para el observador ni para el cínico dentro del cuadro
"Nada nos llamaba a ser una potencia marítima, ni nadie pudo prever en los primeros días de la revolución que el pabellón que tremolaba victorioso en la cima de los Andes pudiera algún día tremolar triunfante sobre las olas agitadas del Océano. No teníamos astilleros, ni maderas, ni marineros, ni nuestro carácter nos arrastraba a las aventuras de la mar, ni nadie se imaginaba que sin esos elementos pudiéramos competir algún día sobre las aguas, con potencias marítimas que enarbolaban en bosques de mástiles centenares de gallardetes" (de la oración fúnebre de don Bartolomé Mitre ante los restos mortales del Almirante Guillermo Brown, el 4 de marzo de 1857)
"Ni nuestro carácter nos arrastraba a las aventuras de la mar...". Se trata de "aventuras" y se trata de "la mar", así, en femenino, como se le trata en lenguaje marinero o poético. En tono romántico.
Y siempre la verdad estuvo "del otro lado" del mar. "¿Y quien pasará por nosotros el mar para que nos la traiga y nos la haga oir a fin que la cumplamos?" (Deuteronomio 30:13). La civilización, las instituciones, el comercio, las formas y los fondos estaban del otro lado del Atlántico. Lo interesante es que "del otro lado", agobiados de tantas verdades, no hicieron otra cosa que posar sus ojos sobre nosotros, ávidos de certidumbres, de natural obediente.
Pondremos la mirada en los mares del mundo y en los nuestros. Buscaremos nuestros orígenes en las aguas.
Luego de una obertura pirateril, el espacio central será dedicado a una monografía genial de nuestro amigo Pablo Martín Cerone quien bocetará el perfil de don Hipólito Buchardo de un modo que quizás tienda a perdurar. Hoy publicamos la parte 1 de 2. De Colección.
Y Darío Lavia esta vez nos enriquecerá con sus postales comentadas y otras perlas en video. Dos fragmentos de cine mudo, donde el genial director Frank Lloyd nos adentrará en breves minutos en la fascinación y el nervio de un combate naval y de un abordaje. De Colección.
El sayo de Virgilio recaerá sobre un amigo, don Roberto Arlt, quien nos metiera alguna vez en la cabeza la imagen de "aquel ángel" que se arrodillara en la Avenida de Mayo y amonestará a los cogotudos y gerentes de bancos diciéndoles
"¡por qué han hecho un infierno de una vida que era tan linda!".
Disfruten de este número. Nosotros lo hacemos preparándolo y madurándolo para ustedes.
Un Hornero.
"¿Sabe Usted lo que es el proletariado de nuestras ciudades? Un rebaño de cobardes...que prefieren las comodidades y los divertimentos a la heróica soledad del desierto. Nosotros los jóvenes crearemos la vida nueva, sí, nosotros. Estableceremos una aristocracia bandida. Y a los intelectuales contagiados del idiotismo de Tolstoy los fusilaremos, y el resto...¡a trabajar para nosotros!"
Así como el ser humano salió de las aguas, el mundo salió...del Mediterráneo.
Y si del mar emergieron pescadores y navegantes, barcas y aparejos, al mar volverían con nuevas formas, altivos y deshinibidos, en galeones y bergantines y en sus nuevos y exhuberantes ropajes de comerciantes y de piratas.
Polícrates, gran señor del Asia menor (s.VI ac), sería célebre por su excelencia en estas lides. Con su armada y sus alabarderos, coronaba cada expedición en "la propia felicidad". "Atropellábalo todo sin respetar hombre nacido siendo su máxima favorita aquella en que dice que sus amigos 'le agradecerán más lo restituido que lo nunca robado'", escribió Heródoto.
Las guerras Púnicas, los Fenicios y los Romanos cada uno a su tiempo, deberían de enfrentarse o sucumbir a los dilemas provocados por estos piratas quienes, dotados de embarcaciones tan ligeras como su propia naturaleza, abordaban y robaban tesoros y naves completas, dotándose así de flota, tripulación y esclavos.
Los griegos tratarían este tema desde el respeto.
Para Plutarco, estas sociedades no se constituían solo de marinos feroces y crueles sino además de valientes y de gentes "de brillante nacimiento y de inteligencia elevada". Tucídides consideraba que "aquella vida no conllevaba nada de deshonroso (al tiempo que) dotaba de celebridad a sus miembros". No es mal lugar para agregar que el mismísimo Platón alguna vez sería apresado por piratas y vendido como esclavo.
A su tiempo serían los vikingos nórdicos con sus drakkars y sus snekkars quienes se adueñarían del fruto de las civilizaciones. Es imposible no destacar la virilidad y resolución de estos pueblos sin hacer mención de sus crueldades y de su falta absoluta de escrúpulos.
El Islam también metería baza en la cuestión. Los sarracenos asolarían naves, botines y tripulaciones completas complaciendo la justa indignación de Alá. Creta caerá en sus manos y así nacerá el control musulmán del Mediterráneo. La descomposición del Sacro Imperio Carolingio sólo opondría a tanto sacrilegio una vida reflexiva y de reclusión en las montañas.
Vendrán los tiempos de Baba Aruj. Y los de don Pedro Navarro. Es digno de mencionar con don Pedro -quien cambiaría por fuerza del destino la corona española por la Francesa de Francisco I-, decíamos que con él cobraría impulso la figura del corsario, semejante a la del pirata en muchos aspectos sólo que bajo el servicio y juramento de una bandera que por otro lado `puede variar, como los estados de ánimo o como las estaciones.
Con el nuevo Continente se renovará el oxígeno del Viejo Mundo. Junto a los metales preciosos, llegará una sensualidad poderosa y maravillas inclasificables del otro lado del Atlántico. El enceguecimiento se adueñaría aún de las mentes más calculadoras y frías de esos tiempos.
El norte de Europa, Francia e Inglaterra, en constante guerra con la España imperial y con poblaciones sumidas en una pobreza enquistada, buscarían en aquellos puertos americanos una salida a sus quebrantos y miserias. A lo largo del siglo XVI aparecerían armadores abocados a preparar embarcaciones siempre ligeras a la espera de marinos atrevidos que salieran a cosechar botines españoles.
La patente de "corso" validaba la acción de estos personajes de novelas que bajo el escenario de guerra realizaban sus proezas sin trabazones de ninguna especie.
En 1521 en el cabo de San Vicente cerca de las Azores, interceptarían tres navíos españoles cargados del tesoro de Monctezuma que enviara don Hernán Cortéz a Carlos V. Se dice que Jean Florin -quien sería apresado y ahorcado- tomaría, entre las piedras preciosas, el ajuar y objetos de valor del gran rey Azteca, unas cincuenta y ocho mil barras de oro. Imagine Usted el efecto moralizante de esta acción que, cada vez que se avistaba un barco español en el horizonte, ya se estaban poniendo la servilleta en toda Europa.
Promediando el siglo, Isabel I instauraría como política de estado la necesidad de tomarse el asunto Americano con absoluta seriedad.
Y así vemos nacer la estrella de John Hawkins, "el escocés" quien burlaría el monopolio español en el Nuevo Mundo involucrando autoridades y residentes de peso en toda la zona de las Antillas.
Lo interesante es que Hawkins evitaría la beligerancia y el derramamiento de sangre. Lo suyo...era el comercio sin miramientos ni límites establecidos por pactos o acuerdos (recordar la plena vigencia de Tordesillas para entonces). De sus semillas florecería Francis Drake, un héroe nacional y sin dudas un personaje singular y admirable (o el más grande entre todos los ladrones conocidos si lo vemos con los ojos de don Felipe II).
La muerte de Felipe y de Isabel signaría el regreso a la paz entre ambos reinos. La de Hawkins y Drake, el ocaso del corso inglés.
Son tiempos en que el Caribe se ha convertido en un hervidero en donde corsos de todas las naciones conocidas establecerían un escenario cruel y sin reglas de juego.
"El tiempo corría entre sus dedos clavados por la cavilación. El Asesino de hoy sería el Conquistador de mañana; pero tendría que soportar la hosca malevolencia de un presente...amasado con ayeres..."
Franceses, portugueses, españoles, ingleses y holandeses no sólo saqueaban a sangre y fuego. Lo clandestino era lo legítimo. Vemos mercados de esclavos, cueros, piedras preciosas, telas, cacao, tabaco, sin mayor ley que la derivada del uso de la fuerza. Fueron tres siglos de constante hervor para los pueblos caribeños.
Será a inicios del siglo XVII cuando amanece la respuesta criolla al pirata y al corsario europeos. Hablamos de los filibusteros y de los bucaneros.
Para el 1605 la región costera noroccidental de Santo Domingo sería abandonada por los españoles, en pos del oro y de la plata del Perú y de la Nueva España. Lo que unos abandonarían en busca de nuevos horizontes...
...bandidos, fugitivos, esclavos y descastados franceses e ingleses se adueñarían de sus ganados cimarrones así como del remanente de animales y sembradíos que aún proliferaban salvajemente a lo extenso de la región. Es interesante que una acepción del término "bucanero" refiere al recinto donde se asan las carnes (del francés "bouc" toro, macho cabrío). Estos nuevos habitantes asumieron de las tribus originarias la costumbre de trozar la carne y asarla sobre parrillas.
(Los Caribes trozaban y asaban la carne de sus prisioneros. No obstante, el método les designaría el nombre con que serían recorados a lo largo de los siglos a estos franceses e ingleses).
De estos seres cimarrones surgiría con el tiempo una casta pirata y caribeña: los filibusteros ("freebooter" o "flybooter", "saqueador veloz").
Para mediados del siglo XVII, la Isla de Tortuga se había convertido en la Meca de los piratas antillanos.
Quedará en la historia grande el nombre de Henry Morgan, galés, nacido en 1635, quien supo personificar la bravura, temeridad y la crueldad de esta casta. 35 barcos y dosmil piratas fueron comandados por Morgan en el asedio y toma de Panamá, por entonces en manos españolas. Panamá quedaría reducida a polvo. Morgan sería nombrado por el rey Carlos II con el título de 'Sir' y asumiría como gobernador de Jamaica, terminando sus días persiguiendo a quienes osaran practicar la piratería.
Sin embargo, la especie alcanzaría su cenit en la figura del capitán Edward Teach, conocido entre quienes lo sobrevivían como "Barbanegra". Quizás por personajes como éste, quizás por los perjuicios económicos que el erario británico sufría a manos de Barbanegra y sus continuadores en la obra, es que para 1718 llegará el decreto real de exterminio a esta casta. Es que el invento ya no respondía a la voluntad de la mano que lo alimentaba y se había tornado impredecible y a todas luces ingobernable.
Para estos tiempos, se aprecia un claro traslado de la actividad comercial (económica) del planeta hacia otros polos. España y Portugal cedían su poderío marítimo en manos de franceses, ingleses y holandeses. Y con ello, América del Sur comenzaría a familiarizarse con presencia europea no hispánica.
Tiempos de penetración y de aceleración en materia mercantil que interconectaría economías absolutamente distintas entre ambos márgenes del Océano, con sus correspondientes alteraciones y adaptaciones en materia de producción y de consumo; donde el oro y la plata cedían escenario ante materias primas orientadas a satisfacer las cambiantes demandas provenientes desde Europa.
Ya entrados en el siglo XIX -que es el que nos convoca-, Inglaterra, potencia marítima emergente y en franco tren de hegemonizar los mares, fue la principal interesada en calmar las aguas de piratas una vez alcanzada la supremacía sobre las flotas francesas y españolas. El pirata volvía a constituirse en "un enemigo del género humano" al decir de Cicerón. Es justa la sentencia, siempre teniendo a mano el peso de las circunstancias en la apreciación de estos actores.
Napoleón ya se había desprendido de Luisiana a manos de los Estados Unidos en clara señal de sacar -al menos por un buen tiempo- de su planisferio, cualquier posesión francesa en las Américas. Así como Pitt en su oportunidad había enrollado el mapa de Europa y guardado hasta nuevo aviso, Napoleón lo haría con la carta de los mares del mundo.
No podemos no mencionar a los hermanos Jean y Pierre Lafitte, cuya historia está enraizada al establecimiento de Barataria, puerto entre dos islas sobre los lagos que unen al Mississipi y al Océano. Fue el epicentro del contrabando, donde portugueses, españoles, italianos, franceses, norteamericanos, negros, mestizos e indios crearían la ciudad de New Orleans, mercado del contrabando.
"-Estas cosas solo pueden ocurrir en los Estados Unidos.
- ¿Y por qué no aquí?
- Porque nosotros no nos sentimos con fuerzas para ser tan bandidos.
- Ha dicho Usted una verdad. Somos honrados por debilidad. A esta debilidad le ponemos cualquier etiqueta con un adjetivo de virtuosidad...
Los Lafitte harían de la piratería...una industria, en la que Ellos se configuraban naturalmente como sus mentores y directores absolutos.
Dos años más tarde de la gran batalla de New Orleans -diciembre 1814 a enero de 1815-Jean Lafitte ya no era un pirata sino todo un patriota indultado y exonerado por el propio Presidente de los Estados Unidos, estableciendo sus linderos en la isla de Galveston. Allí retomaría su propia guerra de independencia, y anticipándose a Miranda, bregará por liberar a los negros cubanos a través de un movimiento insurreccional en la isla, apoyado por caudillos haitianos. Será en Campeche, al oeste de la península del Yucatán, donde Lafitte levantará un fuerte, y volverán los días gloriosos de los filibusteros. Para 1817, Lafitte contaría con más de mil hombres, una flota propia, una riqueza incalculable, y actividades involucradas con todas las banderas existentes por entonces. Para 1819 Galveston sería proclamada puerto de la República de Texas. Y Laffite, su Gobernador.
Un aburguesado, sosegado y acaudalado Lafitte contraería matrimonio y se radicaría en Sant Louis, a orillas del Mississipi, dedicándose a la industria de la fabricación y venta de pólvora. Dicen que dicen que ya grande, trabaría amistad en Europa con Engels y con Marx. Cuentan que fue el mismísimo quien financiara la primera publicación del Manifiesto Comunista, por los años del 1848.
Sin dudas sus nombres figuran con total derecho en la historia grande de los Estados Unidos. Pero no seremos nosotros quienes desandemos este camino.
Nosotros nos abocaremos a los nuestros, especialmente a uno de entre todos ellos. Sólo aguarde un poquito más que ya llegaremos. No queremos "tirarlo a la parrilla" como hacían los Caribes con sus prisioneros. Preferimos resguardarlo y presentarlo del mejor modo que nos sea posible.
Corsarios en el Río de la Plata
Fines del siglo XVIII e inicios del XIX muestran la guerra anglo americana así como los movimientos rebeldes y emancipadores de América Latina: un buen escenario para que viejos corsarios y piratas hicieran su aparición en nuestras latitudes, previa invitación a la mesa de las conversaciones.
Ya hablamos de Lafitte. Pero no fue el único.
Para los tiempos de marras -1817- la isla Amelia se había convertido en la nueva Barataria bajo la égida de un escocés, Gregor Mac Gregor, quien estuviera en su oportunidad al servicio de don Simón Bolivar y siempre vinculado al ya por aquellos tiempos célebre Luis Aury.
Mac Gregor llegó a ser un nombre insoslayable en la lucha por la independencia de España. Nadie presagiaba al astuto timador que traía escondido. Al igual que quienes le antecedieran, de quienes venimos hablando desde la admiración, Mac Gregor trocaba verdades con mentiras, alimentando esperanzas y enriqueciéndose justamente a causa de ellas. Nuestra historia está colmada de presunciones ni más ni menos valederas que la gesta de Mac Gregor y otras de las que Usted viene leyendo en estas páginas.
Así tuvimos nuestros corsarios que como puede sostenerse sin temor, no salieron debajo de ninguna piedra, ni del asiento de ninguna iglesia.
Dejaremos aquí. Disfrute de las postales que don Lavia ha preparado para este número y prepárese para lo que le sigue. Esto recién comienza.
Postales del Mundo
por Darío Lavia
1-Hércules
Así como los inmuebles, que albergan a lo largo de las décadas varias generaciones de diversas familias, las fragatas tienen su historia. De fabricación rusa, iniciará sus días bajo bandera británica. Fue adquirida por el gobierno argentino en 1813 y puesta bajo el mando de Guillermo Brown diez días antes de ponerse al frente de la escuadra argentina y recibir su sangriento bautismo de fuego en Martín García. Como premio, el gobierno la entregó en propiedad a Brown. Más tarde, con patente de corso, bombardeó el puerto de El Callao, incursionó contra Guayaquil, pasó por Malvinas, subió al Caribe y allí fue capturada por ingleses, vendida en Antigua y luego rematada en La Habana.
Fragata Hércules,Emilio Biggeri, 1970 .
2- La Argentina Americana
Capturada por la "Hércules", la fragata española "Consecuencia" fue asignada a Hipólito Bouchard quien, al regresar a Buenos Aires, la renombró "La Argentina", recibiendo patente de corso y sufriendo su primer motín antes de zarpar a dar la vuelta al mundo y luchar contra negreros en Madagascar, piratas en Macasar, bombardear Manila, capturar la corbeta Chacabuco, obtener el reconocimiento de la independencia argentina por parte del rey de Hawaii y bombardear Monterrey, California. Deteriorado, el navío tuvo, en comparación a su glorioso raid, el triste fin de ser vendido como leña por el propio Bouchard en 1822, en Valparaíso.
Fragata La Argentina, Emilio Biggeri.
Fragata La Argentina, Emilio Biggeri.
3- Combate de Martín García
Obtenemos la opinión pictórica definitiva de dos artistas navales argentinos quienes reflejaron los hechos bélicos del siglo XIX como el famoso combate de Martín García, librado entre el 10 y 15 de marzo de 1814 que tuvo de todo, ataque de las fuerzas revolucionarias, varadura de la "Hércules", contrataque realista y réplica revolucionaria con asalto a la isla y retirada definitiva de los realistas. El ballet de navíos a quedado inmortalizado en estos estupendos óleos.
Ataque y toma de la isla Martin Garcia, José Murature, 1865.
Combate Naval de Martín García 1814, Emilio Biggeri, 1966
Ataque y toma de la isla Martin Garcia, José Murature, 1865.
Combate Naval de Martín García 1814, Emilio Biggeri, 1966
4- Combate de Montevideo
Entre el 15 y 17 de mayo de 1814 la escuadra revolucionaria se animó a hacer una movida maestra. Habiendo fingido que se retiraba, Brown hizo salir a los españoles más de lo que la prudencia aconseja, cambiando el tablero y quedando la escuadra atacante mejor ubicada para bloquear Montevideo. La acción de Brown fue fundamental para cortar por lo sano con el flujo de provisiones y tropas que las tropas realistas recibían a través del puerto de Montevideo. El 23 de junio el General Alvear asestaba el último golpe y entraba victorioso en la plaza fuerte.
Brown frente a Montevideo, Diógenes Hequet, grabado .
Brown frente a Montevideo, Diógenes Hequet, grabado .
El Corsario albiceleste: Hipólito Bouchard
(Parte 1 de 2)
Pablo Martín Cerone
El parto de una Revolución
Los primeros meses de los gobiernos revolucionarios de Buenos Aires fueron muy difíciles. Además del peligro de invasión desde el Alto Perú y la actitud hostil del Paraguay y el Brasil, debían soportar los embates de la poderosa flota realista que controlaba el Río de la Plata desde Montevideo: de hecho, Buenos Aires fue bloqueada y bombardeada en 1811. La primera e improvisada armada patria, confiada al mando del navegante maltés Juan Bautista Azopardo, había sido destrozada en San Nicolás a principios de ese año. El propio jefe fue hecho prisionero, y pasó los siguientes diez años en una prisión española.
La inexistencia de una marina propia y el proyecto de expedición de reconquista de Fernando VII contra Buenos Aires (1) decidieron a los rebeldes rioplatenses a otorgar patentes de corso a aventureros de variadas nacionalidades. Pero… ¿qué es una "patente de corso"?
Es un contrato por el cual un Estado otorgaba a un particular el derecho de atacar, apresar, saquear o destruir todo buque que enarbolara una bandera enemiga, a cambio de una cierta parte del botín obtenido. A veces el Estado emisor de la patente aportaba la nave, o al menos pertrechos, víveres y una parte de la tripulación y el corsario (o su armador) correría con el resto de los gastos.
La campaña no solía durar más de un año, al cabo del cual se debían devolver al gobierno los bienes confiados, así como entregar las municiones y armas obtenidas en las capturas en el mar.
En caso de naufragio, el corsario quedaba exento de todo reintegro. Debía llevar un registro de lo sucedido en la campaña, así como debía izar, en el momento del ataque, la bandera del estado emisor de la patente.
No desprovistos de cinismo podemos afirmar que el corso era un instrumento legal que permitía que la iniciativa privada participara en una guerra, asociada a un Estado beligerante, y hasta la Declaración de París de 1856 (universalizada tras la Conferencia de La Haya de 1907) era considerado una legítima manera de guerrear (2).
Los ingleses lo emplearon por siglos contra sus enemigos, en especial España, y los norteamericanos le dieron a la Pérfida Albión un poco de su propia medicina durante la guerra de 1812-1814. Al terminar este conflicto, muchos corsarios con base en Baltimore continuaron en el negocio gracias a las patentes de una nación en la que no habían estado ni estarían jamás: las Provincias Unidas del Río de la Plata.
La guerra de corso entre España y sus antiguas colonias americanas se inició en 1814, y su ideólogo en Buenos Aires fue el comandante general de Marina, Matías de Irigoyen.
Los principales armadores corsarios locales eran comerciantes como David De Forest, Jorge Macfarlane, Juan Pedro Aguirre, Adán Guy, Juan Highinbothon, Guillermo Ford y alguien de quien ya nos ocuparemos: Vicente Anastasio Echevarría.
En realidad, casi todos eran agentes de firmas corsarias (sic) de puertos de los Estados Unidos, en especial el citado Baltimore. En la tarea de provisión de las imprescindibles patentes se destacó el comerciante y agente diplomático norteamericano Thomas Lloyd Halsey, una especie de encargado de negocios no oficial en el Río de la Plata. Periódicamente, éste remitía a Estados Unidos patentes de corso en blanco, que eran completadas en su destino por sus usufructuarios. Halsey era partidario de los rebeldes, aunque en su elección había un elemento de interés personal: recibía el cinco por ciento de los beneficios de las capturas. (El gobierno norteamericano hizo la vista gorda durante un tiempo, pero la operatoria de Halsey era tan flagrante que obligó a su reemplazo. Por cierto, quien lo denunció a sus superiores fue… el Director Supremo de las mismas Provincias Unidas, Juan Martín de Pueyrredón: el diplomático había irritado al gobierno de Buenos Aires al expender patentes de corso a favor del odiado Protector de los Pueblos Libres, José Gervasio Artigas).
El corso hispanoamericano alcanzó su apogeo alrededor de 1818 y decayó hasta desaparecer hacia 1828. Las naves bajo pabellón argentino realizaron las acciones más importantes, en especial en el Atlántico Sur y el Caribe, pero también hubo ataques en el Océano Pacífico y hasta en el Mar Mediterráneo. Incluso, en el apogeo del corso, el puerto de Cádiz estuvo a punto de ser bloqueado por corsarios que enarbolaban la bandera de los nuevos estados hispanoamericanos.
Desde la Banda Oriental operaban corsarios con patentes otorgadas por Artigas, quienes capturaron naves españolas y, tras la invasión de 1816, portuguesas. En el Caribe actuaron naves de la Gran Colombia y de México en combinación con los corsarios argentinos, siendo su base de operaciones la isla Margarita. Los corsarios chilenos, armados luego de la independencia de su país con apoyo de marinos argentinos y británicos, hicieron varias presas del comercio realista con base en Lima entre 1818 y 1820.
La consecuencia más importante del corso fue la disrupción del comercio marítimo español: sólo los corsarios de Buenos Aires capturaron unas 150 presas.
Entre los más destacados figuran el irlandés Guillermo Brown (el creador de la armada argentina), los norteamericanos Thomas Taylor, William Stafford (o “Guillermo Estífano”) y David Jewett (o "Daniel Jewett"),quien, entre otras acciones destacadas, tomó posesión de las Islas Malvinas en nombre del gobierno de Buenos Aires en 1820, el portugués José Joaquín de Almeida y el protagonista principal de esta historia.
Hippolyte Bouchard
André Paul Bouchard nació el 15 de enero de 1780 en Bormes (3), una localidad francesa cercana a Saint Tropez. Era hijo de André Louis Bouchard, posadero y luego próspero fabricante de tapones de corcho, y de Thérese Brunet. Según parece, André era un "niño inquieto y travieso", al que le gustaba conversar con las gentes del mar y quería ir a la guerra. Bartolomé Mitre describe al Hipólito Bouchard adulto como de tez morena, cabello oscuro y ojos negros rasgados, penetrantes y duros, que "despedían fuego". Luego que Thérese enviudara, se volvió a casar y su nuevo esposo dilapidó su pequeña fortuna. André (que en fecha desconocida se cambió su nombre a Hippolyte, Hipólito) se fue de su casa natal en 1798, enrolándose en la armada francesa. Sirvió en las desventuradas campañas de Egipto y Santo Domingo, y terminó emigrando al Río de la Plata en 1809.
Cuando el gobierno patriota enfrentó las primeras hostilidades en el Río de la Plata, Bouchard sirvió como segundo de Azopardo en la primera escuadrilla argentina, comandando el bergantín "25 de Mayo". Tras la derrota de San Nicolás, el 2 de marzo de 1811, fue acusado de cobardía e irresolución. Sustanciado un proceso, terminó absuelto, reconociéndose que cumplió con su deber hasta que se vio desamparado por su tripulación, que entró en pánico en pleno combate.
En el invierno de 1811, desde una lancha cañonera, Bouchard enfrentó a las naves que el Virrey Elío envío para bombardear Buenos Aires. Durante el año siguiente peleó en el Paraná, al mando de una balandra (el "Bote de Bouchard") persiguiendo a las naves enemigas.
En marzo de 1812 ingresó a un cuerpo con la organización y disciplina propia del ejército napoleónico: el flamante Regimiento de Granaderos a Caballo de San Martín.
Como alférez, Hipólito Bouchard participó en la batalla de San Lorenzo, el 3 de febrero de 1813, jornada en la que no pasó desapercibido: tomó "una bandera que pongo en manos de V.E. y la arrancó con la vida al abanderado el valiente oficial D. Hipólito Bouchard", en las propias palabras del Libertador. Bouchard siempre luciría con orgullo el aro en la oreja, símbolo de los granaderos.
Acompañó a San Martín a reforzar el Ejército del Norte, hasta entonces comandado por Manuel Belgrano. Luego fue al ejército de la Banda Oriental y, tras obtener licencia para volver a Buenos Aires, se le dio el mando de la fragata "María Josefa".
En 1813 se casó con Norberta Merlo, hermana de su amigo Ramón e hija de un ex oficial español que se había batido, ocho años antes, en Trafalgar. El matrimonio fue conveniente a los fines de ascender en la escala social, emparentándose con una familia rioplatense.
Para entonces, Bouchard hablaba un particular híbrido de español de Buenos Aires y francés de Provenza. Se reconocía su entrega a los fines de la Revolución, a la vez que su temperamento exaltado: no era extraño verlo pegando planazos con su sable a sus siempre levantiscos subordinados.
La guerra de Corso en el Océano Pacífico
"-Todo el mundo ha querido ser Napoleón durante un minuto de voluntad. Calcule Usted el término medio de la vida humana es sesenta años. Recién a los veinticinco se empieza a vivir...quedan treinta y cinco por delante. Cada año tiene cuatrocientos dieciochomil cuatrocientos minutos. Calcule Usted un deseo golpeando en todas las formas posibles durante cuatrocientos dieciochomil cuatrocientos minutos multiplicados por treinta o treinta y cinco años...
-Debería descontar las horas de sueño
-¡Aún durmiendo se desea! En la agonía aún se desea. ¡Hasta los condenados a muerte desean!
En septiembre de 1815, el Director Supremo Ignacio Álvarez Thomas le otorgó una patente de corso a Bouchard, quien participaría de una expedición financiada por Vicente Anastasio Echevarría. Éste era un abogado rosarino de dilatada vida pública.
Sus padres habían soñado que fuera sacerdote, pero Vicente se decidió por estudiar leyes y casarse con su prima.
Combatiente en las Invasiones Inglesas, dueño de una fortuna importante, actuó siempre tras bambalinas desde el principio de la Revolución, cerrando acuerdos y financiando a los ejércitos patriotas.
De las dos naves corsarias botadas por Echevarría, una se perdió en la travesía del Cabo de Hornos. Bouchard logró salvar la suya, la corbeta "Halcón", y rodear el Cabo, pese a la oposición de sus oficiales, que querían volverse y llevaron su insubordinación al borde del motín.
Ya en el Océano Pacífico, se puso a las órdenes de Guillermo Brown, que contaba con la fragata "Hércules" y el bergantín "Santísima Trinidad". Los tres barcos de la pequeña flota corsaria hostigaron las líneas de comunicación realistas y lograron paralizar el comercio marítimo español en el Pacífico: entre otras hazañas, hundieron la fragata "Fuente Hermosa" y capturaron una nave similar, la "Consecuencia", el 28 de enero de 1816. Ese barco sería luego rebautizado con el nombre de "La Argentina", buque que daría la vuelta al mundo al mando del propio Bouchard.
Durate el ataque a Guayaquil, Guillermo Brown fue capturado por las fuerzas españolas. Bouchard y el hermano de Brown, Miguel, negociaron un canje para recuperar al prisionero, a cambio de ceder gran parte del botín obtenido.
Poco después, Bouchard informó a Brown (con quien se detestaba cordialmente) que su barco hacia agua y que volvería a Buenos Aires. Negociaron el reparto de bienes; a Bouchard le tocó en suerte la "Consecuencia", por la que cedió la "Halcón", y mantuvo otra nave muy deteriorada, la "Carmen" o "Andaluz", para la que tenía otros planes: se la dejó a los oficiales que habían intentado insubordinarse...
(fin parte 1)
Notas
(1) La expedición antedicha, al mando del general Pablo Morillo, cambiaría de planes y, en definitiva, terminaría atacando Venezuela y Nueva Granada. El general Tomás de Iriarte afirmó en sus memorias que agentes rioplatenses actuaron discretamente en la Corte de Madrid para producir el cambio de planes (véase aquí).
(2) Una reliquia de estas épocas sobrevivió en nuestra Constitución hasta 1994. El artículo 67 (hoy, 75) que dispone las competencias del Congreso, decía en su apartado 22 (hoy 26) que “corresponde al Congreso (…) conceder patentes de corso y de represalias, y establecer reglamentos para las presas". Hoy dice: “facultar al Poder Ejecutivo para ordenar represalias, y establecer reglamentos para las presas”.
(3) Cada 9 de julio, la comuna de Bormes conmemora la independencia argentina mediante un homenaje a Bouchard.
Fuentes
Libros
La mejor fuente posible, un siglo y pico después, sigue siendo la obra de Bartolomé Mitre, “El crucero de la Argentina 1817-1819”, incluida en "Páginas de Historia".
“El Águila Guerrera”. Pacho O'Donnell, Editorial Sudamericana, 1998.
“El corsario del Plata” (novela histórica). Daniel Cichero, Editorial Sudamericana, 1999.
“Corsarios argentinos”. Miguel Angel de Marco, Editorial Planeta, 2002.
“El desafío insurgente. Análisis del corso hispanoamericano desde una perspectiva peninsular: 1812-1828”. Tesis doctoral de Feliciano Gámez Duarte (extraordinario trabajo, por cierto). Universidad de La Rioja, 2006.
Una versión previa de esta nota fue publicada, en diciembre de 2004, en el sitio Televicio Webzine.
La Yapa
Escuchemos al Almirante don Guillermo Brown
Fue hacia entonces cuando el gobierno de Buenos Aires por primera vez notó la necesidad de crear una fuerza naval en el Río de la Plata para tratar de arrebatar a los españoles el dominio del mar que habían poseído hasta aquel momento; pues era evidente que mientras fueran los dueños del río, provistos de dinero por España y por Lima y por la Princesa del Brasil nunca podría reducirse a la ciudad ya que, por estrecho que fuera el sitio terrestre, sus buques no sólo le procuraban abundante abastecimiento desde el Brasil sino además le permitían hacer desembarcos en cualquier punto de la costa en busca de carne fresca, manteniendo a los pobladores en continua alarma. Para privarla de estos recursos, el Gobierno de Buenos Aires se empeñó diligentemente en adquirir y equipar un número de buques que bastase a conquistrar el dominio del río, capturando los buques españoles u obligándolos a encerrarse en su puerto. Así fue que en febrero de 1814 se adquirió y armó en guerra el Hércules, buque mercante ruso de 350 toneladas; el Zephir, buque mercante inglés de 220, el bergantín Nancy que había sido una especie de "tender" en el servicio británico pero se había vendido por inútil a aquel objeto y probablemenmte para cualquier otro, y la goleta norteamericana Juliet. El comando de esta escuadra, con el grado de teniente coronel y comandante en jefe de las fuerzas navales fue dado al capitán Guillermo Brown, natural de Irlanda, que había residido algún tiempo en Buenos Aires a donde llegara a fines del año 1811 en calidad y propietario por un tercio del bergantín Eliza (antiguo corsario francés Gran Napoleón)que se perdió en el banco de Ensenada por negligencia del práctico. Este caballero (el propio Brown, se entiende)tenía motivos de resentimiento contra la marina española que le había capturado dos pequeños buques de su propiedad cargados de cuero, tratando cruelmente a sus marineros, por la única ofensa de traficar entre Buenos Aires y la Banda Oriental".Lejos de consideraciones menores, Brown es honesto en sus Memorias. Enjuto de patriotismo, sus motivaciones y su llegada a nuestro suelo no se debió a ninguna otra causa que no fueran intereses personales. Su resentimiento hacia España lo explica claramente por lo que no es necesario agregar nada.
"En el fondo es verdad. El oro existe. Hay que encontrarlo, nada más. Y Usted debería de alegrarse de que todo se esté organizando para ir a buscarlo. ¿O cree que esos animales se moverían si no fuera a fuerza de mentiras extraordinarias?. En esto estriba lo grande de la teoría del Astrólogo: los hombres se sacuden sólo con mentiras. El le da a lo falso la consistencia de lo cierto, y gentes que no hubieran caminado jamás para alcanzar nada, tipos deshechos de tantas desilusiones, resucitan en la virtud de sus mentiras. ¿Quiere Usted algo más grande? Fíjese que en el hoy ocurre lo mismo y nadie lo condena. Todas las cosas son apariencias, y nadie lo condena...no hay hombre que no admita las pequeñas y estúpidas mentiras que rigen el actual funcionamiento de nuestra sociedad. ¿Y cual es el pecado del Astrólogo? El sustituir una mentira insignificante por otra elocuente, trascendental... Y lo que a nosotros nos suena a novelesco e inquietante no es más que la zozobra de los espíritus débiles y mediocres que sólo creen en el éxito cuando los medios para alcanzarlo son complicados y misteriosos. Usted debería saber que los grandes actos son de naturaleza sencilla. Como la prueba del huevo de Colón"