Este será un número breve. Al decir del jesuita aragonés don Baltasar Gracián, será "dos veces bueno", siempre y cuando sea al menos "una vez bueno". Es interesante notar que lo malo, si es extenso, es dos veces malo. Usted verá si a este Hornero le cabe la primera o la segunda afirmación de don Gracián.
Un repaso, ni más ni menos. 'Ordenar los tantos'. De eso se trata. Reafirmar ciertos conceptos y principios que de tan hablados, han quedado fuera de toda consideración.
Uno entiende que el no tomarse estos asuntos desde la misma niñez con absoluta seriedad, requiere en la madurez de un esfuerzo mayúsculo, de un compromiso absoluto con la causa, si es que se quiere realmente llegar a algún lado.
Si a esto le sumamos las limitaciones propias de quien escribe estas líneas, ¡imagínese el cuadro!
La voz clara y siempre joven del querido Raúl Scalabrini Ortíz embellecerá el último acto de nuestra pequeña obra. Aún sin estar entre nosotros físicamente, don Raúl continúa en ejercicio de "la primera magistratura moral de la República", al decir de otro preciado amigo de la casa.
Y conformando un dueto insuperable junto a don Raúl, recibimos la visita del papa León XIII. Sus palabras son, al presente, tan claras, tan puntuales y tan importantes como lo fueran en su oportunidad.
Lo único 'extenso' en este número será el dueto del final, armonizado por el pincel acusador pero delicado de don Lino Enea Spilimbrego. Como puede apreciarse, nos damos absolutamente todos los gustos.
Usted sabrá juzgar si debimos editar más o si se quedó con ganas de seguir leyendo.
Despacio...también se llega (2011) Un Hornero
1) Allegro Assai
2) Adagio ma non tanto
Solistas:
Pablo Martín Cerone
Darío Lavia
3) Affettuoso
Solistas:
Raúl Scalabrini Ortíz
León XIII
Lino Enea Spilimbergo
1) Allegro Assai
2) Adagio ma non tanto
Solistas:
Pablo Martín Cerone
Darío Lavia
3) Affettuoso
Solistas:
Raúl Scalabrini Ortíz
León XIII
Lino Enea Spilimbergo
Compartimos con todos ustedes el deseo de un año nuevo sano, fuerte, auténtico, vigoroso y también más maduro; un año que honremos asumiendo compromisos con nuestras familias, nuestra comunidad, nuestro país, y sobretoda otra cosa, con nosotros mismos.
Un Hornero
1) Allegro Assai
La independencia de los Estados Unidos de la América del Norte llevaron a Europa el ideal de Constitución y del gobierno del pueblo. Su influencia en la Revolución francesa es indiscutible.
En España ya circulaban sus fantasmas a fines del XVIII, fantasmas cuyas voces repetían ecos de las viejas ideas de Carlos III y de una corriente liberal que bien lejos estaba de adaptarse al titubeante y turbulento mapa político de la península.
En Buenos Aires, se vivían horas de invasiones inglesas. Bajo estas circunstancias y estando José Bonaparte al frente de la corona española, don Martín de Alzaga y Olabarría conspiraría para declarar la independencia del Virreinato del Río de la Plata.
Con posterioridad al 2 de mayo, fecha en que Madrid se sublevara contra Napoleón, las ciudades españolas comenzaron a gobernarse desde la clandestinidad a manos de Juntas populares.
Alzaga interpretó los tiempos y los vientos, instalando la primera junta en nuestra América en tierras montevideanas un 21 de setiembre de 1808.
Para enero de 1809, vendría la asonada en contra del virrey Liniers. Secundaba su proyecto un joven al que habrá que prestarle atención, don Mariano Moreno. El fin no era otro sino el de la creación de una Junta.
Pero Saavedra, en consonancia con una idea de "autoridad", "monarquía", "orden", valores de los que nuestros generales San Martín y Belgrano serían sus máximos exponentes y defensores, repondría a Liniers el "Reconquistador y Defensor" en el cargo...en tiempo de descuento.
Por el Alto Perú, don Pedro Domingo Murillo había organizado la tan mentada y deseada Junta, allá por julio de 1809. Para abril de 1810, ya había otra en Caracas.
En Buenos Aires, luego de enfrentamientos entre Cisneros, Alzaga y Saavedra, se terminaría por imponer "la voz del pueblo": nuestra propia Junta, presidida naturalmente por don Cornelio Saavedra. A poco de instaurada, se llevaría adelante la idea del vasco, a saber, el llamado de representantes de todas las ciudades importantes de nuestro virreinato a un Congreso.
Los diputados llegaron. Pero no a un Congreso, sino a sumarse directamente a la Junta. En términos concretos, llegaron a un órgano ejecutivo, a gobernar.
La pulseada entre Saavedra -ala conservadora de Mayo- y Moreno -ala revolucionaria- se torcería hacia el primero, de presencia natural a lo largo y lo ancho de nuestro interior. Moreno personificaba los ideales liberales, sostenidos por los jóvenes idealistas e iluminados de Buenos Aires, muy a la usanza nueva. Saavedra, a todo el resto.
La influencia británica y nuestros primeros pasos por independizarnos son nuestro "huevo y gallina". Vencidos en Norteamérica y bloqueados por Napoleón en el continente, nos ayudaron a liberar nuestros mercados y a direccionarlos hacia su propio comercio e interés. A su debido tiempo nos vimos segregados, divididos, endeudados y sin horizonte alguno, con nuestra producción y economía nacional absolutamente definida y controlada por los ingleses. Su sostén moral no era otro sino el de la prédica insesante de un liberalismo económico y de un sagrado respeto hacia el capital y hacia la propiedad privada Aún hoy suenan convincentes en labios bien intencionados estos mismísimos argumentos.
Moreno traduciría la Constitución de los Estados Unidos. Moreno renunciaría, y terminaría muriendo a poco de ello. Junto con él se evanescería cierto ideal constitucional.
Para 1811, en España, el Consejo de Regencia chocaría con las juntas diseminadas a lo largo y ancho de toda la península. Guerra entre el Consejo gaditano y la Junta de Valencia. División de ciudades en las Canarias. Iguales diferencias esparcidas por toda la América hispana. las Juntas representaban la libertad, los derechos del pueblo. Los Consejistas se inclinaban por el absolutismo. América ardía bajo este mismo fuego.
La guerra de la Independencia era la que por entonces libraba la España contra Napoleón.
La masonería, laboriosa y constante, fogoneaba el liberalismo y el constitucionalismo.
San Martín era un militar español. Formó parte de una logia en Cádiz que lo enviaría a Londres junto a Carlos María de Alvear y otros hombres. ¿El Plan? Fundar una Logia que dé formas concretas y luego conduzca el proceso de independencia en las Américas. Nace la Logia Lautaro y con ella, un atisbo de independencia nacional.
Las Juntas españolas le mostraron a Napoleón que el pueblo no aceptaba el reinado de su hermano, lo que alteraba sensiblemente su relación continental tanto como la de ultramar. Sangrías constantes deparaban el derrotero del Gran Corso.
De entre todos los escenarios posibles -la anexión de hispanoamérica a los Estados Unidos, a los Rusos, dueños por entonces de Alaska y con fortificaciones en California-, sumados a Carlota, a los Borbones, a los ingleses...Napoleón entendió que lo mejor que le podía pasar a su proyecto hegemónico era que América se convirtiera en una inmensa nación independiente aún de él mismo -eso no tenía medios de evitarlo- pero también de todos sus enemigos así como de su parentela.
"La más terrible de todas las máquinas totalitarias es aquella que circula por los carriles del crédito" al decir del almirante Rial el 8 de junio de 1956
"Nuestro ejército es el Banco Nacional". Lord Ponsomby
Inglaterra leyó el mapa político como sólo ellos suelen hacerlo, y se le anticiparía, creándonos vínculos financieros y comerciales que a la postre serán tan determinantes en el forjado de nuestro ser nacional como nuestras más rutilantes batallas -las ganadas y las perdidas-, o nuestras luchas intestinas...o nuestras dictaduras...en fin.
Hacia 1814 con la caída de Napoleón, la revolución liberal española agonizaba.
El regreso de Fernando VII al poder anularía todas las conquistas del movimiento popular español restaurando "La España negra", vengativa y ciega. El destino de América entra en cauce de definiciones y la independencia es un paso obligado: independencia de una reacción feudal ahora entronizada. Nacerá así "a la carrera" nuestra vida política autónoma a lo largo de un continente inexperto como para ejercitar los resortes del poder soberano. Como consecuencia de ello, viviremos una y otra vez la frustración de no poder ver realizados aquellos sueños de Patria Grande.
2) Adagio ma non tanto
San Martín, Logias e Independencia Americana
3º Entrega de 3
Pablo Martín Cerone
La Independencia
Tras varios meses de marchas y contramarchas, el 3 de mayo de 1816 se hizo cargo del Directorio un miembro de la Logia aliado a San Martín, Juan Martín de Pueyrredón, indicación de una reorientación de los objetivos del grupo. Por esa misma época se había reunido un nuevo congreso de delegados de las Provincias Unidas: el que luego se conocería como el Congreso de Tucumán. Provincias como Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes, aliadas a Artigas, no enviaron representantes; sí lo hicieron Potosí, Charcas y Cochabamba, hoy parte de Bolivia. Sirva este detalle como símbolo de la inestabilidad fundamental, en sus épocas tempranas, de lo que hoy entendemos como la Nación Argentina.
En el Congreso se repetía la división que había surgido dentro de la Logia Lautaro con respecto a la necesidad de declarar la independencia. Entre bambalinas, San Martín y Belgrano eran sus dos adalides. Ambos incluso tenían una teoría de cómo debía ser la forma de gobierno. Como casi todos entonces, pensaban en una monarquía constitucional, pero le agregaban un condimento extra: el monarca debería ser un descendiente de los emperadores incas.
La propuesta de la restitución de la monarquía del Cuzco fue expuesta por Manuel Belgrano en la sesión secreta del 6 de julio de 1816, y aprobada por el 31 del mismo mes. La corriente dominante de los historiadores argentinos la trata como una idea disparatada, y es por ello que se le dedica poco espacio en cualquier obra histórica que trate sobre la época. En este desprecio continúan la inquina que sintió la burguesía porteña, que haría lo imposible hasta terminar abortando la idea.
Mitre explica, en su "Historia de Belgrano", las razones que alentaban dicha idea: "(...) Pero la monarquía incásica era todavía algo más que un ideal: era un modo convencional, y según el consenso universal, el único modelo humano digno de admirarse y de imitarse como lo es racionalmente hoy la democracia americana (...)".
Esta propuesta de Belgrano era la respuesta de la Logia a la derrota de Napoleón en Waterloo, que dificultaba las opciones republicanas, y salía al encuentro de la sublevación de las masas aborígenes del Alto Perú. La propuesta del Rey Inca abrazaba la idea de la nación continental que ya aparecía en las maquinaciones de Miranda, y en el Plan Revolucionario de Mariano Moreno y sus continuadores en la Sociedad Patriótica y la Logia Lautaro.
La independencia fue declarada por fin el 9 de julio de 1816. Simultáneamente, se acercaba la hora de la liberación de la patria de Lautaro.
La liberación de Chile y el final de la Logia
A comienzos de 1817 se produjo el cruce de los Andes por parte del ejército argentino - chileno. En febrero las armas revolucionarias obtuvieron una importante victoria en Chacabuco y entraron en Santiago. Apenas era 12 de marzo de 1817 cuando se fundó la filial chilena de la Logia Lautaro. Sus cerebros eran Bernardo O'Higgins y José de San Martín, y otros miembros destacados eran Tomás Guido, José Antonio Balcarce, José Ignacio Zenteno, Juan Gregorio Las Heras, Ramón Freire, Manuel Blanco Encalada, Miguel Zañartu y Ramón Arriagada.
Ya en Chile, una vez afirmada su independencia con la victoria de Maipú en 1818, llegaba la última parte del plan: el ataque a Perú, en movimiento de pinzas coordinado con los ejércitos de Bolívar operando desde el norte. Es en ese entonces que San Martín recibió una orden de la Logia de Buenos Aires: retornar con su ejército para aplastar las sublevaciones de los caudillos del Litoral, Estanislao López y Francisco Ramírez. El Libertador se negó, en sus propias palabras, a "derramar sangre de hermanos". Sometida a votación su renuncia en Rancagua, el Estado Mayor del Ejército de los Andes, el 26 de marzo de 1820, resolvió a la vez rechazarla y desobedecer la orden del gobierno de Buenos Aires.
Esta decisión fue fatal para el Directorio porteño. Puede decirse que, a la vez, implicó el cumplimiento de la finalidad originaria de la Logia Lautaro y la condenó a la desaparición. Pueyrredón, fiel sostén de la campaña a Chile pero temeroso de cualquier movimiento de índole popular, ya había caído en abril de 1819, entregado por la Logia como chivo expiatorio. En febrero de 1820, en Cepeda, las montoneras del Litoral aplastaron a los debilitados ejércitos porteños.
Seguiría a ello la disolución de la Logia y décadas de guerra civil en las Provincias antiguamente Unidas. Buenos Aires, incapaz de imponer su proyecto, debió replegarse sobre sí misma durante unos años. Pero el grupo dominante no olvidaría que, en buena medida, debía su fracaso a la negativa de San Martín a abandonar la campaña libertadora para salir en su defensa. Esto le costaría al hombre de Yapeyú la permanente hostilidad de las autoridades de su patria (con la excepción del citado López y de Juan Manuel de Rosas) y le haría imposible (por falta de apoyo) coronar su campaña con el galardón de haber derrotado definitivamente al orgulloso león español, tarea que le correspondería a otro Libertador y miembro de sociedades secretas independentistas, su amigo Simón Bolívar. Como tantos otros en la historia de nuestras naciones, el premio a sus esfuerzos fue el exilio.
Postales del Mundo
por Darío Lavia
1-Declaración de la Independencia Americana
Este famoso retrato idealizado nos muestra a los cinco autores principales de la declaración, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams, Robert R. Livingston y Roger Sherman. Al fondo se ven 42 de los 56 firmantes de la declaración. El artista, John Trumbull, tuvo la delicadeza de pintar el pie de Jefferson pisando al de Adams, simbolizando su enemistad política...
The Declaration of Independence, John Trumbull, 1856.
2- Firma de la Independencia Americana
Si la firma de la declaración se hubiera producido el 4 de julio de 1776, solo dos integrantes del Congreso, Charles Thomson y John Hancock, habrían estampado su firma aunque se cree que ese día nadie firmó nada. Realmente, la mayoría de los delegados firmaron el 2 de agosto. La firma de Hancock - por ser el presidente del Congreso - fue la primera, en tanto que Thomas Jeffereson y John Adams (futuros presidentes) firmaron debajo de Hancock. El firmante de mayor edad fue Benjamin Franklin (70 años), en tanto que el menor fue Edward Rutledge (26). Los últimos de los 56 firmantes tuvieron que firmar en los márgenes debido a la falta de espacio en el pliego.
The Signing of the Declaration of Independence, 1913.
The Signing of the Declaration of Independence, 1913.
3- Primera lectura pública de la Declaración...
Los miembros del Congreso abandonan el Hall de la Independencia para asistir a la primera lectura pública del texto de la Declaración de la Independencia. La famosa Campana de la Libertad tañió para invitar a los ciudadanos a no perderse del magno evento.
The First Public Reading of the Declaration of Independence, Howard Pyle, 1880.
The First Public Reading of the Declaration of Independence, Howard Pyle, 1880.
4- Primera lectura de la Declaración en New York
El 9 de julio de 1776 esta escena (o alguna similar) tomó lugar en la ciudad de New York, que fue la cuarta ciudad en que se leyó publicamente (el 8 de julio hubo lecturas en Philadelphia, Trenton y Easton). Cada uno de estos eventos era recibido por el público con gritos, huzzas, disparos de mosquete y quemas de banderas británicas...
First Reading of the Declaration of Independence in New York, Harper's Weekly, 1870.
First Reading of the Declaration of Independence in New York, Harper's Weekly, 1870.
3) Affettuoso(en verde, el primer clarinete de Scalabrini. En rojo, el primer violín de León XIII. Todas las ilustraciones son de Lino Enea Spilimbergo)
Existen dos políticas: la visible y la invisible. La segunda convirtió a la Argentina en base y arma del abastecimiento británico La paulatina destrucción del alma americana junto a la posterior invasión de las fuerzas económicas internacionales, terminaron por suplantar la verdad con la mentira. La inteligencia no quiso asumirlo, y se claudicó en aras de una prebenda e ilusión de libertad. Volver a la realidad es un imperativo inexcusable. El patriotismo no suple la falta de conocimientos adquiridos a tiempo.
"Patria" es una fraternidad sostenida por tradiciones, memoria colectiva de los pueblos, y por ideales nacionales donde se funden y sobreviven los perecederos ideales de los ciudadanos aislados. Pero es también una especie de sociedad comercial sui generis cuyos miembros están entrelazados -a veces aún contra su voluntad- por vínculos económicos indisolubles.
¿Que piensa la inteligencia, que indudablemente debe animar a la fuerza, sobre los diferentes problemas argentinos? ¿En quien se personaliza esa inteligencia? En torno de la inteligencia argentina existe una verdadera aduana intelectual que confisca e impide la difusión de todo conocimiento de la realidad argentina y que no se detiene ni ante mutilaciones de todo orden.
La universidad, el periodismo, la política y las altas funciones de la vida pública pulverizaron sobre las inteligencias un sentido de irrealidad ideológica más paralizador que una ráfaga de insecticida sobre los mosquitos. La inteligencia argentina permaneció siempre estupidizada. La información siempre era fiscalizada, la enseñanza universitaria era cómplice junto al periodismo que hostigaba los voces nacionalistas con paciencia y constancia, sembrando un halo totalitario y extranjerizante en su derredor.
La masonería es uno de los instrumentos más eficaces de Gran Bretaña para manejar a los pueblos desde la invisibilidad.
La raza de los ricos se puede amurallar con sus propios recursos, por eso necesita menos del amparo de la autoridad pública. El pueblo pobre, como carece de medios propios para defenderse, debe apoyarse grandemente en el patrocinio del estado. Por esto el Estado debe cobijar con singular cuidado y provdencia a los jornaleros que constituyen la mayoría de la multitud indigente.
Pero las dañosas y deplorables novedades promovidas en el siglo XVI, luego de trastornar, ante todo, las cosas de la religión cristiana, por natural consecuencia pasaron luego a la filosofía, y por ésta a todos los órdenes de la sociedad civil. De aquí, como de su fuente, se derivaron aquellos modernos principios de libertad desenfrenada, inventados en la gran evolución del pasado siglo y propuestos como base y fundamento de un derecho nuevo, nunca jamás conocido, y que disiente en muchas de sus partes no solamente del derecho cristiano, sino también del natural.
El Estado no es sino la muchedumbre, señora y gobernadora de sí misma; y, como se dice que el pueblo mismo es la única fuente de todos los derechos y de toda autoridad, se sigue que el Estado no se creerá obligado hacia Dios por ninguna clase de deber; que no profesará públicamente ninguna religión, ni deberá buscar cuál es, entre tantas, la única verdadera, ni preferirá una cualquiera a las demás, ni favorecerá a una principalmente, sino que concederá a todas ellas igualdad de derechos, con tal que el régimen del Estado no reciba de ellas ninguna clase de perjuicios. De lo cual se sigue también dejar al arbitrio de los particulares todo cuanto se refiera a la religión, permitiendo que cada uno siga la que prefiera, o ninguna, si no aprueba ninguna. De ahí la libertad de conciencia, la libertad de cultos, la libertad de pensamiento y la libertad de imprenta(...)La libertad, como perfección del hombre, debe tener como objeto lo verdadero y bueno; pero la razón de verdadero y de bueno no puede cambiarse al capricho del hombre, sino que persevera siempre la misma, con aquella inmutabilidad que es propia de la naturaleza de las cosas.
La "libertad universal" no está en la ley ni en ninguna de las constituciones argentinas, menos aún en la conciencia del pueblo. La libertad universal es precisamente el ideal que acarician los capitales extranjeros. A su amparo ellos se infiltran en el cuerpo nacional, soslayando las dificultades y acallando desconfianzas. (...) En una sociedad organizada aunque sea rudimentariamente no puede hablarse de libertades abstractas sin dar lugar a la sospecha que hay algo que no quiere designarse por su propio y verdadero nombre.
Si la libertad económica no alcanza para todos, la queremos para nosotros.
La libertad disponible no alcanza para todos y la dificultad reside en resolver como la distribuimos.
Alegar en favor de la libertad en abstracto es perder el tiempo, porque es como alegar a favor del apetitoso sabor de la carne del pollo, algo en lo que todos estamos de acuerdo. En lo que discordamos es en convenir quien se come el pollo: o vos...o yo...o los grandes consorcios extranjeros o el pueblo argentino.
"Cuando en 1809 con motivo del petitorio presentado por los comerciantes ingleses Dillon y Twaites para importar mercaderías, el virrey Cisneros consultó la opinión del síndico Yaniz y del apoderado Aguero...y estos dijeron: "Sería temeridad equiparar la industria americana con la inglesa. Estos audaces maquinistas nos han traido ponchos, que es el principal ramo de la industria cordobesa y santiagueña, lanas y algodones que además de superiores a nuestros bayetones y lienzos de Cochabamba los pueden dar más baratos y por consiguiente arruinar enteramente a nuestras fábricas y reducir a la indigencia a una multitud innumerable de hombres y mujeres que se mantienen con sus hilados y tejidos. Es un error creer que la baratura sea benéfica a la patria. No lo es cuando conduce a la ruina de la industria y la razón es clara, porque cuando no florece ésta, cesan las obras, y al faltar estas se suspenden los jornales y entonces, ¿que se adelantará con que no cueste más dos lo que antes valía cuatro, si no se gana más que uno? las artes, las industrias y aún la agricultura misma llegarían aquí al último grado de desprecio y abandono. Muchas de nuestras provincias se arruinarían necesariamente resultando de aquí división y rivalidad de entre ellas". El virrey Cisneros alarmado...no se atrevió a implantar un librecambio absoluto. la Primera Junta, bajo la influencia de los representantes provincianos continuó manteniendo cierto proteccionismo manufacturero y financiero para evitar el desmantelameinto del interior y la evasión del oro, único y abundanete medio de cambio interno por entonces. Solo la Asamblea del XIII dictará una amplia y teórica igualdad y libertad que, entonces como ahora, significaba hegemonía del extranjero, pobreza, desocupación y ruina para nosotros.
El nivel industral de un país es el índice que mide el grado de su desenvolvimiento, la altura de su elevación en la escala zoológica y la amplitud de independencia que ha logrado alcanzar. Toda independencia política que no se asiente en la roca de la independencia económica, es una ficción de independencia en que no puede existir nada parecido a libertad, ni en el plano personal ni en el colectivo, porque la primera y fundamental libertad del hombre es la de poder desenvolver su capacidad industriosa y creadora que primordialente lo distingue del cuadrumano que solo sabe usar sus dedos para asir el fruto con que se alimenta. Cuidar la industria en el orden nacional equivale a cuidar su libertad en el orden personal.
Cuestión tan difícil de resolver como peligrosa. Porque es difícil señalar la medida justa de los derechos y las obligaciones que regulan las relaciones entre los ricos y los proletarios, entre los que aportan el capital y los que contribuyen con su trabajo. Y peligrosa esta contienda, porque hombres turbulentos y maliciosos frecuentemente la retuercen para pervertir el juicio de la verdad y mover la multitud a sediciones.
Como quiera que sea, vemos claramente, y en esto convienen todos, que es preciso auxiliar, pronta y oportunamente, a los hombres de la ínfima clase, pues la mayoría de ellos se resuelve indignamente en una miserable y calamitosa situación. Pues, destruidos en el pasado siglo los antiguos gremios de obreros, sin ser sustituidos por nada, y al haberse apartado las naciones y las leyes civiles de la religión de nuestros padres, poco a poco ha sucedido que los obreros se han encontrado entregados, solos e indefensos, a la inhumanidad de sus patronos y a la desenfrenada codicia de los competidores.
A aumentar el mal, vino voraz la usura, la cual, más de una vez condenada por sentencia de la Iglesia, sigue siempre, bajo diversas formas, la misma en su ser, ejercida por hombres avaros y codiciosos. Júntase a esto que los contratos de las obras y el comercio de todas las cosas están, casi por completo, en manos de unos pocos, de tal suerte que unos cuantos hombres opulentos y riquísimos han puesto sobre los hombros de la innumerable multitud de proletarios un yugo casi de esclavos.
La propiedad y las leyes
Es tan clara la fuerza de estos argumentos, que no se entiende cómo hayan podido contradecirlos quienes, resucitando viejas utopías, conceden ciertamente al hombre el uso de la tierra y de los frutos tan diversos de los campos; pero le niegan totalmente el dominio exclusivo del suelo donde haya edificado, o de la hacienda que haya cultivado. Y no se dan cuenta de que en esta forma defraudan al hombre de las cosas adquiridas con su trabajo. Porque un campo trabajado por la mano y la maña de un cultivador, ya no es el campo de antes: de silvestre, se hace fructífero; y de infecundo, feraz. (...)Como los efectos siguen a su causa, así el fruto del trabajo en justicia pertenece a quienes trabajaron. Con razón, pues, todo el linaje humano, sin cuidarse de unos pocos contradictores, atento sólo a la ley de la naturaleza, en esta misma ley encuentra el fundamento de la división de los bienes y solemnemente, por la práctica de todos los tiempos, consagró la propiedad privada como muy conforme a la naturaleza humana, así como a la pacífica y tranquila convivencia social. -Y las leyes civiles que, cuando son justas, derivan de la misma ley natural su propia facultad y eficacia, confirman tal derecho y lo aseguran con la protección de su pública autoridad. -Todo ello se halla sancionado por la misma ley divina, que prohíbe estrictamente aun el simple deseo de lo ajeno: No desearás la mujer de tu prójimo; ni la casa, ni el campo, ni la sierva, ni el buey, ni el asno, ni otra cosa cualquiera de todas las que le pertenecen.
Derecho natural del hombre, como vimos, es la propiedad privada de bienes, pues que no sólo es lícito sino absolutamente necesario -en especial, en la sociedad- el ejercicio de aquel derecho. Lícito es -dice Santo Tomás- y aun necesario para la vida humana que el hombre tenga propiedad de algunos bienes. Mas, si luego se pregunta por el uso de tales bienes, la Iglesia no duda en responder: Cuanto a eso, el hombre no ha de tener los bienes externos como propios, sino como comunes, de suerte que fácilmente los comunique con los demás cuando lo necesitaren. Y así dice el Apóstol: 'Manda a los ricos de este mundo que con facilidad den y comuniquen lo suyo propio'. Nadie, es verdad, viene obligado a auxiliar a los demás con lo que para sí necesitare o para los suyos, aunque fuere para el conveniente o debido decoro propio, pues nadie puede dejar de vivir como a su estado convenga; pero, una vez satisfecha la necesidad y la conveniencia, es un deber el socorrer a los necesitados con lo superfluo.(...)Aquí ya no se trata de obligaciones de justicia, sino de caridad cristiana, cuyo cumplimiento no se puede -ciertamente- exigir jurídicamente. Mas, por encima de las leyes y de los juicios de los hombres están la ley y el juicio de Cristo, que de muchos modos inculca la práctica de dar con generosidad: 'Cuanto hicisteis a uno de estos pequeños de mis hermanos, a mí me lo hicisteis'.
La prosperidad nacional
Ante todo, los gobernantes vienen obligados a cooperar en forma general con todo el conjunto de sus leyes e instituciones políticas, ordenando y administrando el Estado de modo que se promueva tanto la prosperidad privada como la pública. Tal es de hecho el deber de la prudencia civil, y esta es la misión de los regidores de los pueblos. Ahora bien; la prosperidad de las naciones se deriva especialmente de las buenas costumbres, de la recta y ordenada constitución de las familias, de la guarda de la religión y de la justicia, de la equitativa distribución de las cargas públicas, del progreso de las industrias y del comercio, del florecer de la agricultura y de tantas otras cosas que, cuanto mejor fueren promovidas, más contribuirán a la felicidad de los pueblos. Ya por todo esto puede el Estado concurrir en forma extraordinaria al bienestar de las demás clases, y también a la de los proletarios: y ello, con pleno derecho suyo y sin hacerse sospechoso de indebidas ingerencias, porque proveer al bien común es oficio y competencia del Estado. Por lo tanto, cuanto mayor sea la suma de las ventajas logradas por esta tan general previsión, tanto menor será la necesidad de tener que acudir por otros procedimientos al bienestar de los obreros.
Pero ha de considerarse, además, algo que toca aun más al fondo de esta cuestión: esto es, que el Estado es una armoniosa unidad que abraza por igual a las clases inferiores y a las altas. Los proletarios son ciudadanos por el mismo derecho natural que los ricos: son ciudadanos, miembros verdaderos y vivientes de los que, a través de las familias, se compone el Estado, y aun puede decirse que son su mayor número. Y, si sería absurdo el proveer a una clase de ciudadanos a costa de otra, es riguroso deber del Estado el preocuparse, en la debida forma, del bienestar de los obreros: al no hacerlo, se falta a la justicia que manda dar a cada uno lo suyo. Pues muy sabiamente advierte Santo Tomás: Así como la parte y el todo hacen un todo, así cuanto es del todo es también, en algún modo, de la parte. Por ello, entre los muchos y más graves deberes de los gobernantes solícitos del bien público, se destaca primero el de proveer por igual a toda clase de ciudadanos, observando con inviolable imparcialidad la justicia distributiva.
Aunque todos los ciudadanos vienen obligados, sin excepción alguna, a cooperar al bienestar común, que luego se refleja en beneficio de los individuos, la cooperación no puede ser en todos ni igual ni la misma. Cámbiense, y vuelvan a cambiarse, las formas de gobierno, pero siempre existirá aquella variedad y diferencia de clases, sin las que no puede existir ni siquiera concebirse la sociedad humana. Siempre habrá gobernantes, legisladores, jueces -en resumen, hombres que rijan la nación en la paz, y la defiendan en la guerra-; y claro es que, al ser ellos la causa próxima y eficaz del bien común, forman la parte principal de la nación. Los obreros no pueden cooperar al bienestar común en el mismo modo y con los mismos oficios; pero verdad es que también ellos concurren, muy eficazmente, con sus servicios. Y cierto es que el bienestar social, pues debe ser en su consecución un bien que perfeccione a los ciudadanos en cuanto hombres, tiene que colocarse principalmente en la virtud.
Sin embargo, toda sociedad bien constituida ha de poder procurar una suficiente abundancia de bienes materiales y externos cuyo uso es necesario para el ejercicio de la virtud. Y es indudable que para lograr estos bienes es de necesidad y suma eficacia el trabajo y actividad de los proletarios, ora se dediquen al trabajo de los campos, ora se ejerciten en los talleres. Suma, hemos dicho, y de tal suerte, que puede afirmarse, en verdad, que el trabajo de los obreros es el que logra formar la riqueza nacional. Justo es, por lo tanto, que el gobierno se interese por los obreros, haciéndoles participar de algún modo en la riqueza que ellos mismos producen: tengan casa en que morar, vestidos con que cubrirse, de suerte que puedan pasar la vida con las menos dificultades posibles. Clara es, por lo tanto, la obligación de proteger cuanto posible todo lo que pueda mejorar la condición de los obreros: semejante providencia, lejos de dañar a nadie, aprovechará bien a todos, pues de interés general es que no permanezcan en la miseria aquellos de quienes tanto provecho viene al mismo Estado.
Justo salario
Dícese que la cuantía del salario se ha de precisar por el libre consentimiento de las partes, de tal suerte que el patrono, una vez pagado el salario concertado, ya ha cumplido su deber, sin venir obligado a nada más. Tan sólo cuando, o el patrono no pague íntegro el salario, o el obrero no rinda todo el trabajo ajustado, se comete una injusticia: y tan sólo en estos casos y para tutelar tales derechos, pero no por otras razones, es lícita la intervención del Estado.
Argumento es éste que no aceptará fácil o íntegramente quien juzgare con equidad, porque no es cabal en todos sus elementos, pues le falta alguna consideración de gran importancia.
El trabajo es la actividad humana ordenada a proveer a las necesidades de la vida y de modo especial a la propia conservación: con el sudor de tu frente comerás el pan. Y así, el trabajo en el hombre tiene como impresos por la naturaleza dos caracteres: el de ser personal, porque la fuerza con que trabaja es inherente a la persona, y es completamente propia de quien la ejercita y en provecho de quien fue dada; luego, el de ser necesario, porque el fruto del trabajo sirve al hombre para mantener su vida -manutención, que es inexcusable deber impuesto por la misma naturaleza. Por ello, si se atiende tan sólo al aspecto de la personalidad, cierto es que puede el obrero pactar un salario que sea inferior al justo, porque, al ofrecer él voluntariamente su trabajo, por su propia voluntad puede también contentarse con un modesto salario, y hasta renunciar plenamente a él. Pero muy de otro modo se ha de pensar cuando, además de la personalidad, se considere la necesidad- dos cosas lógicamente distintas, pero inseparables en la realidad. La verdad es que el conservarse en la vida es un deber, al que nadie puede faltar sin culpa suya. Sigue como necesaria consecuencia el derecho a procurarse los medios para sustentarse, que de hecho, en la gente pobre, quedan reducidos al salario del propio trabajo.
Y así, admitiendo que patrono y obrero formen por un consentimiento mutuo un pacto, y señalen concretamente la cuantía del salario, es cierto que siempre entra allí un elemento de justicia natural, anterior y superior a la libre voluntad de los contratantes, esto es, que la cantidad del salario no ha de ser inferior al mantenimiento del obrero, con tal que sea frugal y de buenas costumbres. Si él, obligado por la necesidad, o por miedo a lo peor, acepta pactos más duros, que hayan de ser aceptados -se quiera o no se quiera- como impuestos por el propietario o el empresario, ello es tanto como someterse a una violencia contra la que se revuelve la justicia.
Ahorro - propiedad
Si el obrero recibiere un salario suficiente para sustentarse a sí mismo, a su mujer y a sus hijos, fácil le será, por poco prudente que sea, pensar en un razonable ahorro; y, secundando el impulso de la misma naturaleza, tratará de emplear lo que le sobrare, después de los gastos necesarios, en formarse poco a poco un pequeño capital. Ya hemos demostrado cómo no hay solución práctica y eficaz de la cuestión obrera, si previamente no se establece antes como un principio indiscutible el de respetar el derecho de la propiedad privada. Derecho, al que deben favorecer las leyes; y aun hacer todo lo posible para que, entre las clases del pueblo, haya el mayor número de propietarios.
De ello resultarían dos notables provechos; y, en primer lugar, una repartición de los bienes ciertamente más conforme a la equidad.
Porque la violencia de las revoluciones ha producido la división de la sociedad como en dos castas de ciudadanos, separados mutuamente por una inmensa distancia. De una parte, una clase extrapotente, precisamente por su extraordinaria riqueza; la cual, al ser la única que tiene en su mano todos los resortes de la producción y del comercio, disfruta para su propia utilidad y provecho todas las fuentes de la riqueza, y tiene no escaso poder aun en la misma gobernación del Estado; y enfrente, una muchedumbre pobre y débil, con el ánimo totalmente llagado y pronto siempre a revolverse. Ahora bien; si en esta muchedumbre se logra excitar su actividad ante la esperanza de poder adquirir propiedades estables, poco a poco se aproximará una clase a la otra, desapareciendo la inmensa distancia existente entre los extraordinariamente ricos y los excesivamente pobres. Además de ello, la tierra llegará a producir con mayor abundancia. Cuando los hombres saben que trabajan un terreno propio, lo hacen con un afán y esmero mayor; y hasta llegan a cobrar gran afecto al campo trabajado con sus propias manos, y del cual espera para sí y para su familia no sólo los alimentos, sino hasta cierta holgura abundante. Entusiasmo por el trabajo, que contribuirá en alto grado a aumentar las producciones de la tierra y las riquezas de la nación. Y aun habría de añadirse un tercer provecho: el apego -por parte de todos- a su tierra nativa, con el deseo de permanecer allí donde nacieron, sin querer cambiar de patria, cuando en la suya hallaren medios para pasar la vida en forma tolerable. Ventajas éstas, que no pueden lograrse sino tan sólo con la condición de que la propiedad privada no sea recargada por excesivos tributos e impuestos. Luego si el derecho de la propiedad privada se debe a la misma naturaleza y no es efecto de leyes humanas, el Estado no puede abolirlo, sino tan sólo moderar su uso y armonizarlo con el bien común: el Estado obraría en forma injusta e inhumana, si a título de tributos exigiera de los particulares mucho más de lo que fuere debido en justicia.