Se da en nuestros pueblos la particularidad que su propia concepción como "naciones" vino de la mano de aquella otra de "democracia".
Son dos términos absolutos, lo sabemos. Los países no son resultados ni de tratados de geografía ni de diccionarios enciclopédicos, con lo que queremos significar que ambas cuestiones difícilmente se den en sus formas puras en territorio alguno.
Lo interesante es que a más de doscientos años de vida apenas vislumbramos trazos de esto de vivir en democracia.
Tropiezos y cambios de rumbos -extraño hubiera sido que no los tuviéramos- signaron nuestros destinos hasta bastante entrado el siglo diecinueve, en donde las naciones ajustarían sus formas y límites definitivos.
¡Y qué estaríamos diciendo de haber prosperado lo de Carlota y los planes hegemónicos continentales de Sousa Coutinho!
Hubo al menos dos concepciones bien diferenciadas sobre estos asuntos.
La de "Patria Grande" hispanoamericana, desvelo de nuestros próceres, y
una más mesurada, tímida y pragmática,
la de pequeños países confederados o aliados.
Ya adentrándonos en nuestras antiguas provincias, los planteos pasaban entre un centralismo a modo virreinal, o uno a modo democrático, en que el gobierno se conforme con representantes de -y escogidos- de entre todo el conjunto.
Estas cuestiones bien podrían entrar en el plano de lo literario o de lo filosófico si no fuera que hoy mismo es evidente la coexistencia de dos naciones en un mismo territorio -hablamos de la Argentina-, resentidas y recelosas entre sí por naturaleza de quienes las componen y defecto de quienes las pensaron.
Claro es que cada nación idealiza su proceso de gestación, adoptando aires -y colocando sayos a diestra y siniestra- de gloria infinita a sus padres.
Nada de esto lo vemos con desagrado, por el contrario: un padre es alguien a quien no elegimos y tenemos el deber de honrar. El problema es que nuestros padres no son quienes hubiéramos deseado, sino son otros, créame, bien, pero bien distintos.
En este número gozaremos de la compañía de dos grandes de verdad: don José Gaspar Rodríguez Francia, Supremo Absoluto del Paraguay, quien diera rápidamente la despedida a cualquier intento continental partiendo de premisas regionalistas y de conservación, y su contrafigura, don Domingo Faustino Sarmiento, quien dedicara su pasión a hacernos entender que lo mejor para América era su natural y fértil aquiescencia con las mentes y brazos europeos.
Usted puede concluir lo que guste.
Un Hornero le confiesa que ambos acompañantes, don [*] Francia y don Sarmiento gozan de nuestro mayor respeto y admiración, aunque no sean muchas las veces que tengamos puntos de acuerdo. Para facilitarle las cosas al amigo de la casa, lo que vea en verde serán las afirmaciones y comentarios de don José, y lo que vea en marrón, don Domingo Faustino.
Por último, disfrute de la lectura. Si viene de cero, siempre es mejor leer los números anteriores. Si busca nuestro aporte sobre Mayo de 1810, lea el Nº3.
Para el interludio al que ya lo hemos malacostumbrado, Darío Lavia ha preparado postales desde la Europa que sencillamente son perlas para quien sepa apreciarlas.
Para el estudio de los combates que apenas desarrollamos, rogamos buscar material adicional. No podemos adentrarnos y no hacemos justicia con aquellos que llevaron sobre sus hombros tamañas cargas. Nuestro respeto y reconocimiento hacia todos ellos.
No sea apresurado.
Recuerde al inmortal Rubén Darío
"La virtud está en ser tranquilo y fuerte
con el fuego interior todo se abrasa.
se triunfa del rencor y de la muerte
y ¡hacia Belén!...la caravana pasa.
Pura creación de un Municipio en soledad, el gobierno de la Junta debía legitimarse tal y como obligaba la propia acta de su creación, recogiendo credenciales de apoyo por todo el interior del virreinato.
De Luján salió el Ejército de los Quinientos al mando de don Francisco Ortíz de Ocampo, en procura de adhesiones y euforia entre las plebes; de crear zozobra al aparato burocrático virreinal, y de sembrar visos de "nacionalidad" sobre lo actuado y resuelto por la junta porteña.
Vimos ya en el número anterior la floja receptividad en las principales gobernaciones de nuestro interior así como del Perú. Todo esto dolía y calaba en las reservas morales de nuestros patriotas, particularmente los rechazos llegados desde Montevideo y desde el Paraguay. Poco se esperaba de un Perú tan distante por entonces como lo es ahora.
Nadie esperaba que Inglaterra, firmemente enlazada a España para entonces, se convirtiera en aliada de una Junta municipal. Pero era indispensable que no se volvieran nuestros asuntos en foco de preocupación de los albiones...ya con los portugueses [*] teníamos lo nuestro, y veremos en breve que don Francisco Javier de Elío aportaría su dosis de caos sobre el escenario rioplatense.
Con el libre comercio adueñado de los modos, serían las gestiones de don Matías de Irigoyen en Londres y la correspondencia de Moreno con Lord Strangford nuestros esfuerzos orientados a granjearnos la confianza de Inglaterra. Los resultados de tales acciones coordinadas no fueron negativos sino inciertos. Sembramos vientos...y cosechamos barriletes.
Hubo una señal, pero no de los ingleses.
El apoyo claro y expreso hacia nuestra Junta provendría, a más del mestizaje de Buenos Aires y como ya vimos de las armas, de las campañas del interior, particularmente de las orientales de Maldonado, Soriano, la misma Colonia. Señales claras y puntuales, pero desde las miras de la junta, a todas luces insuficientes.
A fines de 1810 comenzaron a llegar desde el plano militar las primeras luces de esperanza. Las dudas que despertaba nuestra Junta ("cuicos" y "pelucones" en la derrota, "revolucionaria" en el triunfo), se allanaban con el triunfo conseguido a manos de las fuerzas realistas a orillas del río Suipacha, actual Potosí.
Nuestro Ejército -Expedición Auxiliadora al Alto Perú- al mando de don Antonio González Balcarce quien saliera como segundo de Ortíz de Ocampo, se repondría del traspié inicial de Cotagaita (Potosí), venciendo al casi millar de hombres comandados por Vicente Nieto y por José de Córdoba, dejando a los realistas con un remanente de 40 muertos y casi dos centenares de prisioneros.
Suipacha fue nuestro primer triunfo contra las fuerzas realistas en la Guerra de la Independencia.
Paraguay
Por aquel tiempo vino Manuel Belgrano al frente de un ejército. Abogado, intelectual, pese a su profunda convicción independentista vino a cumplir las órdenes de la Junta de Buenos Aires: meter por la fuerza al Paraguay en el rodeo vacuno de las provincias pobres. Vino con esas intenciones que, en un primer fermento, debe haber creído que eran justas. Nadie aprende en cabeza ajena.
Ninguno de los juntistas esperaba que el Paraguay se negara a formar parte del movimiento y mucho menos que rechazara a un ejército enviado en carácter evangelizador. La Expedición Libertadora al Paraguay sería una travesía de varios centenares de hombres comandados por don Manuel Belgrano, vocal de la junta por entonces. Este Ejército se nutrió de milicianos reclutados por quien fuera designado por el propio Belgrano, don José Miguel Díaz Vélez, como comandante militar de los partidos de Entre Ríos, así como por los regimientos 1º y 2º -unos doscientos hombres- de Patricios bajo el mando de don Gregorio Perdriel que sumados al flamante Escuadrón de Milicias de Caballería del Paraná daba formas más serias y ambiciosas a un proyecto que hoy nos suena a descabellado.
Nos interesa especialmente esta travesía que, junto a la del Alto Perú y a la de la Banda Oriental, conformarían el mapa de alcance y ascendencia de nuestra junta.
Según cuenta Belgrano en sus Memorias, la flota realista de Montevideo patrullaba el río Uruguay, lo cual amenazaba las comunicaciones del ejército revolucionario. El 6 de noviembre de 1810 una escuadrilla con 300 realistas al mando de Michelena ocupó la villa de Concepción del Uruguay. Sin embargo, la Junta de Buenos Aires ordenó que Belgrano se sujetara al plan inicial, rumbo al Paraguay.
Los portugueses, en tanto, situaban un ejército de observación con 1.200 hombres en Ibirapuitá, en las Misiones Orientales.
Para los tiempos que nos convocan, obraba en su carácter de gobernador don Bernardo de Velasco, militar español de su época, de gobernar apacible, quien por razones obvias no reconociera autoridad alguna en nuestra Junta de 1810, y quien se viera finalmente derrocado por don Gaspar Francia en el inicio de los nuevos tiempos, tiempos en que el Paraguay se convirtiera en oveja negra y discordante de un rebaño ya definitivamente orientado a Gran Bretaña y sus necesidades de ultramar.
Fue una experiencia duramente aleccionadora, que no contemplaba mínimamente la posibilidad de otro tipo de unión que no fuera la adhesión plena a lo actuado por la junta. A un "todo" o "nada", fue nada.
Durante el armisticio del Tacuary, Belgrano se vería conminado a volverse. Su misión militar de "armas de Buenos Aires que habían ido a auxiliar y no a conquistar al Paraguay, pero que puesto que rechazaban con la fuerza a sus libertadores ..." había concluido. Esta derrota fue incorrectamente leída tanto por Belgrano como por la Junta. Esta última interpretó que todo se resumía a incapacidad táctica de maniobra en terrenos hostiles y selváticos y no en la voluntad férrea de un pueblo que no comulgaba con "las luces" del mismo modo con que lo hacían nuestros jóvenes porteños. Y si hubo especulación -y la hubo- de someter a quienes desde acá se consideraba inferiores, sería don José Gaspar de Francia quien tomara debida nota de lo propio y de lo ajeno. Paraguay terminaría asumiendo desde un primer momento una actitud neutral en estos asuntos.
Uno de los primeros actos del Consejo de Regencia Español (Usted recuerda, el sucesor de aquella Junta Central) fue nombrar gobernador de Montevideo al general don Gaspar de Vigodet, baluarte español contra las ambiciones carlotistas. Para el alto cargo de Virrey, sería designado don Francisco Javier de Elío, un conocido de la casa, quien contraviniendo sus instrucciones precisas de evitar derramamiento de sangre, declararía la guerra a nuestra Junta a la que definiría en un par de trazos como "una sedición formada por cuatro facciosos".
La Junta, dispar en fuerzas y empachada a puro tereré bien helado, ofreció dignamente combate en tierra y en agua contra los realistas de la Banda Oriental. Se improvisaría una escuadrilla de tres buques equipados con 33 cañones y se reorganizaría un ejército cimentado en el remanente -unos 400 hombres- de aquel ejército itinerante de Belgrano.
No fue suficiente el desconocimiento de la Junta como autoridad soberana. El flamante virrey Elío le declararía la guerra, y al inicio nomás de las acciones nos propinaría una derrota que fuera el bautizo de fuego de nuestra flota nacional: San Nicolás, del 2 de marzo de 1811.
San Nicolás significaría la pérdida de presencia en nuestras aguas. No faltaría mucho para que desde allí Buenos Aires se viera bombardeada por la armada española. No podría evitarse tampoco aquello otro que Belgrano señalara en su oportunidad: el establecimiento de un corredero entre Asunción y la Banda Oriental. No por ahora.
Paraguay y San Nicolás sin dudas afectaron demasiado en las reservas anímicas.
La juventud morenista no dejó pasar la oportunidad de exhibir las carencias y vacilaciones del saavedrismo a la hora de gobernar, lo que deja a las claras al menos tres cosas:
1) Saavedra, a quien viéramos en su oportunidad operar desde bambalinas con Liniers, no lograría contrarrestar los latigazos oportunistas de Moreno y de una juventud exacerbada de doctrina en un escenario complejo de alta conflictividad interior y exterior.
2) La falta de cohesión en el gobierno.
3) La Junta caería asfixiada por no abocarse a desarrollar las incipientes pero valiosas muestras de adhesiones en la campaña tanto como en las orillas y por enfocarse de lleno en derrotar las evidentes muestras de desaprobación y conflicto que presentaba una administración colonial señera, al tiempo que debía enfrentarse con tropas con las solas tareas derivadas del pelear, y contra aliados inconcebibles. Demasiados flancos para un gobierno tan bisoño como heterogéneo.
¡Ah! La mitad del tiempo se pierde en trabajos tan improductivos como inevitables.
La ruptura dentro de la junta entre saavedristas (la mayoría de los diputados del interior) y morenistas (esclarecidos y jóvenes profesionales porteños)signaría el curso de los acontecimientos y el fin de la junta. Veamos esto con algo de detalle.
El ala "Conservadora" tenía en don Cornelio Saavedra su cabeza visible.
La llegada de los diputados comprometidos al Congreso General a la capital tal y cual lo asumido por la Junta en aquel glorioso 25 de Mayo, vino a desnivelar a su favor la situación política. La voluntad de los jefes que mandaban fuerzas, las de las propias tropas y las de toda una mayoría pasiva lo apoyaban. Su popularidad y carácter moderado y contemporizador en todo trance le granjeaba de las voluntades así como de mayores elementos de gobierno.
El ala "Demócrata" respondía a don Mariano Moreno. Más vivaz y más en armonía con el vértigo de aquellos tiempos, dominaba en los consejos de gobierno imprimiendo a la política su sello distintivo. Más activo que numeroso y más feroz que fuerte, deberá ceder ante la clara mayoría que ahora tenía presencia física en la capital en la figura de un Congreso General.
Moreno sabía que su influencia no lograría validarla entre los flamantes diputados provinciales tan alejados de todo lirismo rousseoniano. Los provincianos, los "cuicos" no eran aptos para gobernar.
No daría tregua a la Junta, golpeada como estaba con la derrota de Belgrano, con el ataque de Elío a Entre Ríos...el Gobierno actuó con dignidad en estos casos, rechazando las intimaciones de Elío, enviando hombres y armas a Entre Ríos y la Banda Oriental, e intentó una maniobra que no alcanzaría a verla desplegada en el mapa político: la creación de Juntas provinciales, buscando el reemplazo institucional de los cabildos virreinales.
La Junta llamó a todos los ciudadanos de entre 16 a 45 años a enrolarse en defensa de la patria, y ordenó el confinamiento de los españoles europeos al interior...medida extrema criticada hasta la burla por nuestros morenistas tan a tono con las teorías en boga (no con las prácticas, recuerde amigo lector la suerte que corriera el propio Carlos y su hijo Fernando el deseado)en Europa del buen gobierno. Esta última medida resultó no solo irritante sino dio a nuestros jóvenes preclaros argumentos para horadar los cimientos del propio gobierno. Es notable lo lejos que habían quedado los festejos por las órdenes de fusilamiento de Liniers, Sanz, Allende...ahora, el mero destierro provocaba indignación.
El Congreso General constituido por 12 diputados de las provincias reflejaba la voluntad del interior de acompañar a la Junta en la figura de su presidente al tiempo que integrar un gobierno del cual recelaba por naturaleza.
Conseguirán su incorporación a la Junta en carácter de miembros, dando origen a un nuevo gobierno de 19 almas carentes de un órgano ejecutivo claro pero con ideas puntales del rol de Buenos Aires en el concierto de las provincias .
Moreno, en manifiesta minoría, terminará asumiendo un destierro político aceptando una misión diplomática.
Ni los vencedores canalizarían su victoria en algo puntual salvo en el alivio momentáneo que les otorgaba, ni los vencidos serían desalentados así como así.
Habría prisioneros y destierros. Belgrano la pasaría mal porque, como ocurre en el concurso de las naciones, quien pierde siempre la pasa mal. Ya llegaremos a eso, y ya veremos como, al agudizarse y crisparse el clima interior hasta el absurdo, se llegará incluso a la creación de un Tribunal de seguridad pública algo como la Revolución Francesa, pero en casa. Todo esto...en un puñado de meses.
¡Bárbaros!
Os estáis suicidando: dentro de diez años vuestros hijos serán mendigos o salteadores de caminos. ¡Ved la Inglaterra, la Francia, los Estados Unidos, donde no hay Restaurador de las leyes ni estúpido Héroe del desierto armado de un látigo, de un puñal, y de una banda de miserables para gritar y hacer efectivo el "mueran los salvajes unitarios", es decir, los que ya no existen.
Así las cosas en Buenos Aires, Belgrano llegaría a la Villa de la Concepción del Uruguay en calidad de General en Jefe que obtuviera con destino Banda Oriental, recibiendo casi un millar de refuerzos bajo el mando de don Martín Galain y del coronel don José Moldes.
El objetivo principal era clarísimo: neutralizar el puerto de Montevideo, acceso de la flota española en el Atlántico.
En el flanco estratégico, Belgrano debía atender el quiebre de toda comunicación y abastecimiento entre Elío y Velasco, paralizar la intervención de fuerzas portuguesas al acecho y estar atento a cualquier guiño de Elío hacia los portugueses. En estos asuntos estaba ocupado Belgrano cuando le llegaran noticias de la asonada del 5 y 6 de abril y de su deber de remitirse de inmediato a Buenos Aires para reportarse ante la Junta y rendir cuentas de la derrota en el Paraguay.
Si consideramos que
- pronto estaba al llegar el refuerzo del ejército del Alto Perú al mando de Castelli,
- el hecho innegable que Belgrano era una figura convocante, conciliadora, sensata y de muchas luces; ideal para conciliar intereses y personajes de suyo vehementes y de acción,
- y si a esto sumamos el hecho que Belgrano era persona que gozaba de respeto popular y de un lugar de privilegio ante los sucesos de Mayo,
entonces, su obligada dimisión a los asuntos de la Banda Oriental era algo odioso, innecesario y provocativo.
Pero Belgrano acudiría tal y como le mandaba su conciencia.
Campañas y Orillas
Es innegable que desde el alzamiento de la campaña a la ocupación de Minas y Maldonado, la retoma de Canelones, los triunfos de San José y la capitulación de Collas presagiaban buenos vientos, vitales luego de los infaustos sucesos del Paraguay.
Las campañas orientales ofrecían guerrilla permanente al poder virreinal por la misma razón que alguna vez defendieran a Liniers, y esto es por bregar un estado de cosas que permita elegir a cada uno sus propios gobernantes, intuyendo una nación soberana e independiente de los poderes que habían obrado en nuestras tierras.
En cierto modo, serían estas campañas y estos "orilleros" los continuadores de aquel viejo espíritu comunero. Paso del Rey, San José y Las Piedras serán los triunfos desde donde se apuntalaría a la Junta al tiempo que configuraban el escenario cuya figura convocante y saliente era la de don José Gervasio Artigas quien, ya adueñado de la Colonia expropiada a los realistas, sitiaría a la propia Montevideo.
¡Cuanto más le habría valido al país que estos parásitos de la pluma hubieran sido buenos aradores, carpidores, peones de la chacras o en las estancias de la patria no esta plaga de letricidas peores que las langostas!
Una juventud entusiasta, apoyada por un puñado de bayonetas del regimiento Estrella comandado por Domingo French, y el sustento doctrinario y moral apuntalado desde las páginas de la Gazeta -hasta ayer órgano propalador de la Junta- de la mano del doctor Pedro Agrelo, ferviente morenista.
Esta oposición llana a Saavedra tomaría carácter de orgánica bajo el nombre de "Sociedad Patriótica". Esta juventud del "café de Marco" sin dudas era todo un partido político.
El desarrollo natural de la idea de Democracia comenzaría a mostrar su inevitable costado odioso y desmedido de la pugna por la pugna misma, del desacreditar por el oficio de desalentar esfuerzos y granjear voluntades. Si usted no quiere problemas con la demagogia, no le toque a su hermano menor, la política.
Pero si usted no quiere problemas con la política -los políticos-, la democracia...no es lo suyo.
...los hombres de principios no gobiernan en nombre de lo que destruye estos principios; los gobiernos en América son aprobados o reprobados por la minoría culta de la nación en que está la vida política. Fuera de este terreno no se gobierna a la manera de los pueblos cristianos; se desquicia y se extermina a todo lo que se opone.
La manía de escribir parece ser el síntoma de un siglo desbordado. ¿Cuando se ha escrito tanto como que desde el mundo yace en perpetuo trastorno? Ni los romanos en épocas de su decadencia. Cuando pienso en esta fauna perversa imagino un mundo donde los hombres nacen viejos. Decrecen, se van arrugando, hasta que los encierran en una botella. Y adentro se van volviendo más pequeños aún del modo que se podría comer diez Alejandros y veinte Césares untados a una rebanada de pan o de mandioca. Mi ventaja es que ya no necesito comer y no me importa que me coman estos gusanos.
5 y 6 de abril de 1811
Cuando la lluvia es fuerte, los hombres se embarran y los cerdos se van quedando limpios.
En la noche del 5 se produjo una reacción que no provenía de quienes portaban levita ni fraques sino de la gente del campo, de los arrabales y de la ciudad quienes, simpatizando con Saavedra, veían en el accionar de dos o tres vocales de Moreno y de la juventud del café de Marco, acciones deliberadas y facciosas no sólo en contra del presidente de la junta sino de los representantes del interior.
La máquina saavedrista, en respuesta a la Sociedad Patriótica y su influyente Gazeta, se decidió a intervenir en los asuntos de la Junta.
A las once de la noche comenzaron a congregarse multitudes en los corrales de Miserere, donde se destacaban los grupos de los suburbios encabezados por el alcalde de las granjas don Tomás Grigera. De allí partirían hacia la Plaza Mayor acompañados por las armas de Patricios, Húsares, Granaderos, Artilleros, Morenos y Pardos, al paso de los redoblantes de las bandas militares.
Unos 40 hombres acercarían su petitorio a la Junta que por entonces se hallaba deliberando. Encabezaban la delegación don Martín Rodríguez y el dr. Joaquín Campana, figura que irritaba el ánimo de los morenistas.
Al amanecer, aparecerían más petitorios de la mano de los alcaldes de los barrios y de los jefes de los cuerpos militares.
El tenor era de exigencia, y los puntos salientes eran
- la inmediata separación de sus cargos de los señores Nicolás Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes, Miguel Azcuénaga y Juan Larrea por "integrar facciones que alteran la seguridad pública.
- el llamado urgente de Manuel Belgrano -el despropósito que acabamos de comentar- a rendir informes por su participación en la campaña al Paraguay.
Número y clima revivieron el fragor del 25 de mayo. El cese de dos vocales morenistas y un cambio en el modo de elección de vocales sin intermediación alguna sino directamente elegidos "por el pueblo". Se impondrían los nombres de don Feliciano Chiclana, don Anastasio Gutierrez, don Juan de Alagón y el doctor don Joaquín Campana como secretario. Asimismo se decidió separar definitivamente a los funcionarios nacidos en España y expulsar de Buenos Aires a cuanto europeo fuere sospechado.
La Junta dio curso a todas aquellas imposiciones. Mal precedente.
Estos hechos no fueron ni más escandalosos ni más violentos que tantos otros. Un Hornero no ve con agrado la opereta que "invalida los métodos" sólo cuando los usa el otro. En definitiva, cuestionar este tipo de accionar pone en jaque a todas nuestras gestas y logros.
Cumplido el año de aquel Mayo revolucionario, Belgrano debía responder a los cargos que se le iniciaran a raíz de su derrota en el Paraguay.
De este procesamiento Belgrano saldría airoso y fortalecido, restando aire y prestigio a la Junta. De hecho, sería el emisario ante el Paraguay a efectos de lograr por la vía diplomática lo que no se pudiera por el camino de las armas.
Para entonces, al enorme triunfo de la batalla de Las Piedras -18 de mayo de 1811- bajo el mando de quien sería indudablemente el máximo exponente de orillas y campañas, don José Gervasio Artigas, y su derivación en una Montevideo sitiada compensarían las malas nuevas que llegarían desde el norte:
Huaqui (río Desaguadero, La Paz)-20 de junio de 1811- significaría una caída estrepitosa de nuestro ejécito del Alto Perú de manos del Ejército Real del Perú comandado por otro conocido de la casa, José Manuel de Goyeneche. Batalla cruenta que dejaría un saldo de 1.000 hombres caídos entre los nuestros y la pérdida completa de artillería y pertrechos; y no sólo eso, sino además el paisaje de portugueses activos y amedrentando, y de nuestra Junta pidiendo tregua al virrey Elío.
Con Saavedra rumbo a La Paz y tomando medidas severas entre las fuerzas desbandadas de nuestro Ejército del Norte (Castelli y González Balcarce serían tratados como lo fuera Belgrano con anterioridad), y con otros tres miembros de la Junta negociando el armisticio en Montevideo con el virrey, los morenistas aprovecharon y produjeron "su 5 de abril" en combinación con el cabildo porteño: 23 de setiembre de 1811.
Karaí - Guasú (El Hombre)
Hoy por hoy los indios son los mejores servidores del estado. De entre ellos he cortado a los jueces más probos, a los funcionarios más capaces y leales, a mis soldados más valientes.
Todo lo que se necesita es la igualdad dentro de la ley. Unicamente los pícaros creen que el beneficio de un favor es el favor mismo. Entiéndanlo todos de una vez: el beneficio de la ley es la ley misma. no es beneficiosa ni es ley sino cuando lo es para todos. El mojón de la Dictadura perpetua libertó la tierra arrancándole del alma los mojones de su inmemorial sumisión. Aquí, el único esclavo sigue siendo el Supremo dictador, puesto al servicio de lo que domina.
¡Ay de los pueblos que no marchan! ¡Si solo se quedaran atrás!.(...) Menos tiempo se necesita para que hayáis descendido de provincia confederada a aldea, de aldea a pago, de pago a bosque inhabitado(...) ya no tenéis ni escuela siquiera, y el nivel de la barbarie lo pasean a su altura los mismos que os gobiernan. De la ignorancia general hay otro paso, la pobreza de todos, y ya lo habéis dado. ¡El paso que sigue es la oscuridad y desaparecen en seguida los pueblos sin que se sepa adonde ni cuando se fueron!
Para estos tiempos, será una revolución incruenta la que deje al gobernador Velasco fuera de la gobernación, instaurándose una Junta presidida por don Juan Pedro Caballero, por don Feliciano Yegros, y por el doctor don Gaspar Rodríguez de Francia.
Diría Mitre:
Era Francia uno de los poquísimos paraguayos de representación que en aquella época tuviese nociones de gobierno, y el único que fuera capaz de dirigir una revolución. Insensible por naturaleza, misántropo por temperamento, implacable en el odio, tenaz hasta en sus manías, era una figura sombría sobre cuyos pálidos labios rara vez se dibujara una sonrisa. Como todo solitario rodeado de hombres inferiores, tenía fe ciega sólo en sí mismo, y henchido de intolerancia y orgullo despreciaba tanto a sus paisanos cuanto miraba con repulsión a los extraños. Tal era el hombre predestinado que, arrancado de su retiro por la revolución, debía ponerse al frente de ella como genio sombrío de dominación absoluta".
El primer acto de gobierno de Francia sería significativo: mandar de vuelta al emisario de Buenos Aires don Pedro Alcántara Somellera -Belgrano le sucedería en los honores- quien había participado activamente de la revolución y que ahora descansaba y reflexionaba en la soledad de la cárcel al solo efecto de ayudarle a esclarecer sus pensamientos con relación al futuro acuerdo Buenos Aires - Asunción:
"Es menester que cada cual sirva a su país. Usted no hace falta en el Paraguay y seguramente será de mucha utilidad en su tierra".
Ya afirmado en aquella Junta presidida por Caballero, Francia convocaría a un congreso de notables del cual saldría un gobierno con su carta natal y orgánica.
Es oportuno mencionar un escrito de Moreno con relación a nuestro Mayo, publicado en la Gazeta de Buenos Aires:
La autoridad de los pueblos en la presente crisis se deriva de la reasunción del poder supremo que por cautiverio del rey, ha retrovertido al origen de que el monarca lo derivara, y el ejercicio de éste es susceptible de las nuevas formas que libremente quieran dársele. Disueltas las ligaduras de los pueblos con el monarca, cada provincia es dueña de sí misma por cuanto el pacto social no establecía relaciones entre ellas directamente sino ente el rey y los pueblos".
Esta fue sin dudas la doctrina revolucionaria de Mayo, cimentada en las estructuras municipales coloniales de pura cepa española.
Ni la Junta ni Moreno entendían que las provincias pudieran reclamar para sí mismas estos derechos que se les reconocía desde un principio.
Con el Congreso convocado, se llegaría a una autoridad legítima, sin unidad de criterio, con intereses y discursos divergentes, de maniobra torpe.
A esta concesión hecha al espíritu descentralizador tan propiciado por los diputados de las provincias interiores, le seguiría el establecimiento de Juntas Provinciales al modo de la porteña. Se ve en esto el germen indudable de un espíritu federativo que contiene en sí mismo todo el desorden tanto como el afán de repensarse, espíritu del que se adueñarían los caudillos de las provincias y que le daría a la República su equilibrio y su Constitución Orgánica.
Latente estaba el hecho del reclamo. Y sería Paraguay quien hiciera uso del mismo.
Podemos afirmar sin temores que el Paraguay mostraría el camino del federalismo como alternativa lógica, viable y aconsejable de unión entre las antiguas provincias del virreinato.
No es dudable -decía la flamante Junta Paraguaya a la porteña- que abolida o deshecha la representación del poder supremo recae éste sobre toda la nación. Cada pueblo se considera participante del atributo de soberanía. De este principio tan importante como fecundo se deduce que, reasumiendo los pueblos sus derechos primitivos se hallan todos en igual caso, y que igualmente corresponde a todos velar por su propia conservación. Y mientras chupábamos estas genuinas naranjas nos quedaba claro que Francia no aceptaría de nuestra Junta otra asociación sino sólo la de "aliada". Germen puro de Confederación. No se trataba de un mero cambio de manos ni de modos sino de autoasumirse independiente, con los esfuerzos y los riesgos que tales empresas demandan a sus pueblos.
Una asociación libre de Juntas independientes. Eso mismo.
A modo de epílogo, Francia se despide con estas palabras:
La Provincia del Paraguay reconoce sus derechos sin pretender perjudicar aún levemente los de algún pueblo y tampoco se niega a todo lo que es regular y justo. Su voluntad decidida es unirse con esa ciudad (Buenos Aires) y demás confederadas no sólo por conservar recíproca amistad (...) sino para formar una sociedad fundada en principios de justicia, equidad e igualdad. A este fin ha nombrado ya su diputado para que asista al Congreso General de Provincias".
Funes canalizaba el sentir del interior. Después de todo, Paraguay reclamaba como propio lo que el Congreso aspiraba, sólo que no sentía la necesidad ni compartía la identidad suficiente para hacerlo en conjunto con las demás provincias. Un sentido práctico, una absoluta identificación con su tierra y su gente y una desconfianza visceral de todo lo que pudiera llegarle de Buenos Aires motivaron esta autonomía. Veremos lo que el destino les depararía a quienes sí pugnaran por integrarse en una unidad política centralizada.
Ni Saavedra ni los demás miembros de la Junta daban crédito a la respuesta de Francia. Era un derecho...pero de ésos que se ceden, no de los que se ejercen...y así los asuntos, sería el propio Manuel Belgrano -su juicio no había culminado aún- quien portaría credenciales de emisario ante el gobierno paraguayo -mejor dicho, ante el mismísimo doctor Francia-.
Esta postura -la del Paraguay- sentaría sin dudas precedentes en el resto de las gobernaciones; y si bien Buenos Aires contaba con la ventaja insoslayable de su puerto, vemos que al menos, para una provincia mediterránea, éstas cuestiones no le fueron determinantes a la hora de escoger su propio destino.
Belgrano sería absuelto de todo cargo -recordemos que no hubo ninguno en especial y que se esperaba que la propia gente acercara al fiscal elementos y causales-, se le restituirían su cargo y sus honores, y partiría hacia el Paraguay raudamente cual su costumbre junto a un intrigante compañero, sagaz y amañado, el doctor Vicente Anastasio Echevarría.
Las instrucciones de la Junta eran clarísimas:
Lograr convencer de la recíproca conveniencia (el ajustarse las provincias a un gobierno central) habida cuenta de la presencia intimidatoria de los portugueses a las fronteras y de las hostilidades de Montevideo. Para ello, se tomaría muestras del correcto -y despojado de toda ambición- accionar del resto de las hermanas provincias que lejos de escindirse buscaban asociarse y aunar esfuerzos.
"El vínculo de FEDERACION no basta", y si las demás provincias aceptaban la representación de su soberanía y gobierno en una Junta Central, la postura del Paraguay no era sino desconsiderada y agresiva, con el agravante de que seguramente el futuro inmediato la encontraría negociando por su propia cuenta con aquellos que hoy constituían enemigos inclaudicables. "Alguien" debía proveerles del mar que les faltaba y cualquiera fuere ése "alguien" seguramente representaría conflicto permanente.
En definitiva, si Paraguay tenía como opciones sumarse al concierto de provincias rioplatenses o convertirse en algún principado portugués-brasileño, entonces Francia obró como debía hacerlo.
Cumplido el primer año de Mayo vemos que
- El Gobierno Central ahora se hallaba constituido por aquella Junta a la que se le sumaron 12 diputados provinciales
- cada gobernación contaría con su propia Junta de Gobierno que, reemplazando a los cabildos, actuarían bajo un entorno general dirigido por la de Buenos Aires
- Del río revuelto, de una campaña evangelizadora fallida y de frentes inabordables, la escisión del Paraguay y su propuesta política alternativa.
Todas estas concesiones tuvieron un tono disolvente que debilitaba el poder de la Junta revolucionaria.
Y para aquellos que se detienen a puntualizar errores sin reconocer los tiempos y las medidas de sus personajes, les decimos que los estadistas no nacen de los libros ni caen de los cielos: no se trataba de ganar una batalla ni una guerra sino de conformar una nación como concepto integrador, soberana, en tiempos donde en Europa no abundaban naciones soberanas, y establecer un régimen que obligue a sus pueblos a protagonizar y decidir por sí mismos luego de siglos de pasividad evidente. Ya habían fracasado antes intentos notables en la materia -nuestro número anterior dedica todo un capítulo a esto-. No se puede vivir fracasando. La Junta esto lo tenía bien presente.
El Deán Gregorio Funes ya nos prevenía de "hombres fanáticos tras una furiosa democracia que subvierten las bases de la religión y el orden moral". El mensaje era claro y orientado contra una juventud exacerbada y desquiciante.
Para entender mejor la rivalidad entre el interior y Buenos Aires, es preciso establecer al menos dos o tres cuestiones preliminares, a más de las que usted sospecha.
Los hombres de Buenos Aires, quienes iniciaran la revolución encontrando fundamento con la franquicia comercial, contaban con algo más que una mayoría de adeptos de entre el mestizaje y la sumisión de las armas. Este "algo más" eran el puerto y la aduana, que le entregaba a la ciudad las rentas más importantes para la administración de un estado centralizado al tiempo que la convertía por mera posición estratégica, en órgano natural para las relaciones exteriores cuyo carácter comercial y diplomático influye directamente sobre las cuestiones que nos interesan. La tradición de "capital" al tiempo que ser "metrópoli" robustecían estas pretensiones. Además, la libertad de comercio con Europa y las subsiguientes relaciones derivadas de ellas tornaban necesarias a la prosperidad de las mismas ciertas garantías y cierto orden que, a todas luces, eran propicios en tierras porteñas.
¿Significa esto el ver con aprobación el desdén -bien claro por entonces mal que nos pese- hacia la gente y los recursos del interior que, por otro lado, producían toda nuestra oferta exportable, habida cuenta que Buenos Aires, por europea que fuere, era de una estructura parasitaria muy amplia, cuasi desértica, pero cuyas puertas aglutinaban todo lo que estas tierras tenían para ofrecer al extranjero? Veremos oportunamente -no en este número- como las campañas libertadoras terminarían por cerrar cualquier otra vía de salida para nuestros productos exportables limitándolas a Buenos Aires como puerta única. Regiones enteras de nuestro norte prolífico y de Cuyo sentirían en carne propia el rigor de no poder manejar sus propios asuntos sino solo a través de una Buenos Aires acomodada y acostumbrada a los mecanismos, y tributada de todo tributo posible.
Postales de Europa
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1-John Bull en la Opera Italiana
No hay nada peor para John Bull (la personificación de Inglaterra así como Tío Sam sería de Estados Unidos) que asistir a un espectáculo cuya raíz y naturaleza le resultan completamente ajenas y ridículas. Vean sino su expresión -compartida por la mayoría del público de los palcos - ante un probable do de pecho del tenor de turno.
Thomas Rowlandson: John Bull at the Italian Opera, 1811
Thomas Rowlandson: John Bull at the Italian Opera, 1811
2- Dentista Francés Dubois de Chemant
El dentista parisino Nicholas Dubois de Chemant (1753-1824) perfeccionó la manufactura de una pasta mineral de porcelana que suponía una mejora sobre las piezas de marfil, que solían pudrirse en la boca de los pacientes. Habiendo recibido una patente de Luis XVI, de Chemant escapó de la Revolución Francesa en 1792 y se refugió en Inglaterra, donde patente exclusiva por 14 años de por medio, realizó 12 mil implantes exitosos. En la imagen lo vemos abriéndole la boca a una pulposa paciente para mostrar su dentadura de porcelana a un potencial cliente que observa con interés.
Thomas Rowlandson: Dentist Shewing a Specimen of his Artificial Teeth and False Palates, 1811.
Thomas Rowlandson: Dentist Shewing a Specimen of his Artificial Teeth and False Palates, 1811.
3- Balada anti-napoleónica
Robert Elliston (1774-1831), actor inglés que se pasó del otro lado del mostrador y supo ser manager teatral, interpreta a "Sylvester Dagerwood", un actor shakespeareano que en sueños recita párrafos del gran Bardo, en la obra "New Hay at the Old Market" de George Colman. Este grabado inmortaliza su carismática performance frente al público londinense.
George Cruickshank, Anti-Napoleonic Ballad (1811).
George Cruickshank, Anti-Napoleonic Ballad (1811).
4- El Manguito.
Dos deshollinadores, con sus caras y cuerpos teñidos de hollín, disfrutan de la calidez del "manguito" de una dama de sociedad, cuya criada cómplice en la travesura sonríe al centro de la escena. "¿No crees que soy muy fino?" dice el primero, y su colega le responde "Ampliamente, hermano".
W. Belch: The Muff , 1810
W. Belch: The Muff , 1810
El 23 de Setiembre
La Junta, debilitada por el peso de la circunstancias, acudiría al cabildo en busca de consejo y apoyo.
De este apoyo solicitado resultaría la destitución del doctor Campana ya que "era imposible mantener el orden público con semejante personaje". Al día siguiente, sería confinado a Chascomús, al tiempo que una nueva manifestación tumultuaria, los "diputados del pueblo" exigían ahora cabildo abierto.
No se esperaría siquiera al regreso de los vocales ausentes en Montevideo ni mucho menos el de Saavedra del norte; el Cabildo se allanaría a la solicitud, y así las cosas, el 19 de setiembre "los vecinos" se reunirían en la Plaza Mayor, eligiendo dos diputados para el congreso que habría de reunirse y dieciséis "apoderados del pueblo" (¿?) para contribuir al gobierno en el camino a "asegurar la común felicidad".
Los diputados elegidos al congreso serían don Feliciano Chiclana y Juan José Paso.
Entre los dieciséis apoderados del pueblo estarían Manuel de Sarratea y Bernardino Rivadavia. Se decidiría no expulsar a los vocales que aún quedaban, y se formaría un poder ejecutivo compuesto por tres vocales y tres secretarios:
Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso, y los secretarios Julián Pérez (gobierno) Bernardino Rivadavia (guerra) y Vicente López (hacienda).
Se formaba también una Junta Conservadora a los derechos de Fernando VII que es el lugar al que quedarían relegados los diputados del interior.
En carácter de poder ejecutivo "provisorio", este Triunvirato sería fiscalizado por el cabildo porteño -no por la Junta Conservadora- y por otros vecinos notables de Buenos Aires, los "Apoderados".
(¿Que si el cabildo porteño tiene demasiadas atribuciones? Todas las que oportunamente ensalzamos).
Será este Triunvirato el que firmará con Elío, "su Excelencia el señor Virrey" un tratado en que se lee:
"se declara que el dicho gobierno reconoce la unidad indivisible de la monarquía española de la cual forman parte integrante las Provincias del Río de la Plata en unión con la península y con las demás partes de América que no tienen otro soberano que el señor don Fernando VII".
"Persuadido el gobierno de Buenos Aires de la justicia y la necesidad de auxiliar y sostener a la Madre Patria...conviene gustosísimo en procurar remitir a España a la mayor brevedad, todos los socorros pecuniarios que permita el presente estado de las rentas y lo que el gobierno propenderá con las más eficaces providencias e insinuaciones".
"El gobierno de Buenos Aires ofrece dirigir prontamente un manifiesto a las Cortes (Cádiz) explicando las cosas que le han obligado a suspender el envío a ellas de sus diputados". "Las tropas de Buenos Aires desocuparán enteramente la Banda Oriental del Río de la Plata hasta el Uruguay sin que en toda ella se reconozca otra autoridad que las del excmo. señor virrey".
"Los pueblos del arroyo de la China, Gualeguay y Gualeguaychú situados en Entre Ríos quedarán de la propia suerte sujetos al gobierno del excmo. señor Virrey y al de la Excma. Junta los demás pueblos".
Este tratado de pacificación comprendido en 24 artículos, importaba un abandono de los postulados esenciales de la Revolución y un compromiso efectivo con el Consejo de Regencia...A la "unidad indivisible" de la monarquía española, le oponíamos la partida de defunción de nuestro Mayo.
Apenas constituido este poder ejecutivo necesitaban establecerse las prerrogativas y limitaciones del nuevo poder, tarea encomendada a la Junta Conservadora y que cayera en manos del Deán Funes quien luego de los hechos de abril se convirtiera en director de la Gazeta. De su pluma nacería lo que muchos consideran "nuestra primera constitución". En el fondo, Funes planteó una divisoria de poderes limitando al flamante ejecutivo y resaltando la tarea de contralor de la Junta Conservadora a efectos de evitar derivaciones hacia todo despotismo.
El Triunvirato presentaría este Reglamento Orgánico a la consideración y aprobación del Cabildo(¿?) quien daría intervención a los "apoderados del pueblo"(¿?), manifestándose en todo esto otra mano y otra pluma, la del secretario de guerra don Bernardino Rivadavia. Ante las dilaciones en la promulgación de este reglamento, y la difusión que del mismo hiciera la Junta Conservadora a lo largo y ancho de nuestras Provincias, el Triunvirato disolverá la Junta Conservadora el 7 de noviembre, redactando el Estatuto Provisional del Gobierno Superior de las Provincias Unidas del Río de la plata a nombre de Fernando VII.
Era el despotismo sin atenuantes en lo interior y en lo exterior. Y bastaría que un motín absurdo diera el motivo tan deseado para que los diputados de las provincias fueran expulsados definitivamente de la capital.
Escucharemos ahora a don Ernesto Palacio.
"El Gobierno ejecutivo conocido en la historia como "primer Triunvirato" suele considerarse como una reacción liberal contra la política conservadora de la Junta. No hubo tal cosa. Su significado fue más localista que ideológico: reacción de la capital contra el predominio provinciano de la Junta, por lo que fue acogido auspiciosamente por Buenos Aires y con desconfianza en el interior.
"Por lo que se refiere a la acción, continuó la línea de timidez y cavilaciones de su antecesora además de padecer del mismo vicio inherente a los noveles cuerpos colegiados: la disidencia interna que los paraliza...la frecuente disparidad de opiniones (entre los propios miembros del triunvirato bastante dispares entre sí) haría que las decisiones recayeran por lo común sobre el secretario del organismo, don Bernardino Rivadavia".
El cierre de la Junta Conservadora y la expulsión de los diputados provinciales fueron sólo armonizaciones de una melodía nada oculta, la del flamante Tratado firmado con Elío.
El devolverle a los españoles toda la Banda Oriental y parte de Entre Ríos fue agraviante para con las poblaciones de aquella región en la que el movimiento revolucionario fue no solo aceptado sino defendido con sus mejores y más leales hombres.
La lenidad del Triunvirato sumadas al sentido de la oportunidad de los portugueses y a las demandas de Elío, forzarían a Artigas a encabezar la emigración conjunta del pueblo uruguayo fuera del territorio entregado "al excmo. señor Virrey", produciéndose el Exodo del pueblo oriental hacia la margen derecha del río Uruguay.
Unas dieciseismil personas abandonaron los campos de la Banda Oriental para concentrarse en los campamentos del Ayuí quienes, al tiempo que evitaban a los salteadores portugueses sentaban su rechazo y absoluta desaprobación por lo actuado desde Buenos Aires.
Seguramente será en situaciones tan extremas y apremiantes como éstas donde deberemos buscar los rudimentos morales del federalismo.
Uno imagina a Artigas a la vera del Uruguay ante semejante congregación de hombres y mujeres involucrados no sólo en contra del invasor portugués sino con una idea vaga de patria compartida; con una aprobación solidaria en cuanto a la guerra en el plano exterior, pero con una conciencia descarnada acerca de la marginalidad deparada desde el otro lado del Plata, especulación que el tiempo terminaría por esclarecer sin dejar margen para dudas.
El Paraguay acababa de firmar un pacto de confederación con Buenos Aires.
Contrariamente a lo que se cree, no fue Belgrano quien dejara el "germen revolucionario". Don Manuel fue vencido y remitido a autoridades porteñas con la clara señal que allí, en Asunción, Buenos Aires no sería nunca bienvenida como tutora ni siquiera como factor de unidad, sino solamente como aliada en un contexto de confederación.
Artigas miraba...y tomaba nota. Sólo que si para el caso paraguayo, este replanteo lo eximía de las acciones de guerra contra España, Artigas vería en estas conceptualizaciones razones de peso para luchar en contra del centralismo, en este caso, representado a la perfección por el Triunvirato.
Artigas buscaría desde el río Uruguay, generar y asumir la representación de las Provincias sobretodo luego de la retirada de Elío de Montevideo y de la ruptura del armisticio de octubre por el capitán general de la plaza Vigodet, que llevara las cosas tan lejos como el mostrarnos una escuadra amenazante remontando el Paraná ya para Enero de 1812.
Mientras la realidad bélica era parte de la vida diaria del interior, el Triunvirato buscaba una representación de 2º grado de estas mismas provincias a las que en su oportunidad se buscó con desesperación su apoyo en la gesta revolucionaria.
Pero ya no eran los mismos actores. Ya Saavedra no podía garantizar absolutamente nada.
El Triunvirato se alejaba de Mayo, lo que es igual a afirmar que, en pleno uso de la conciencia, se alejaba de una idea integradora tal y como se reclamaba entonces y se reclamaría por décadas.
Así llegamos a una Asamblea Representativa, que se declararía soberana con ninguna participación del interior salvo por algunas figuras pintorescas denominadas Apoderados de las Provincias, cuyo sólo nombre nos exime de mayores explicaciones.
El conflicto presentado por la llamada a esta Asamblea y el propio Triunvirato -reflejo fiel de las crisis de competencia que hemos visto y seguiremos viendo por muchos años más- derivaría en amenazas cruzadas y en penas de muerte.
En medio de este despropósito, Belgrano sería remitido a Rosario a efectos de poner en marcha unas baterías levantadas a orillas del Paraná en defensa de nuestras costas.
En febrero de 1812 solicitaría al gobierno la adopción de una escarapela para el ejército que permitiera una rápida diferenciación de los enemigos. Y yendo más allá, Belgrano tuvo la inspirada idea de enarbolar un 27 de febrero de 1812, amparando el accionar de las baterías ribereñas, una bandera celeste y blanca, símbolo inequívoco de nuestra nacionalidad y soberanía argentinas. A poco de izada la bandera, sería arriada por el propio Triunvirato, solo que Belgrano no alcanzaría a verlo, ya que ya había salido con dirección al norte a hacerse cargo de aquel ejército derrotado en Huaqui. Ahora Belgrano izaría nuestro pabellón nuevamente, pero en Jujuy.
Rivadavía, cabeza del Triunvirato, vería en esto una clara señal de rebeldía mezclada a una idea subversiva de autonomía de España en absoluta discordancia con todo lo pactado y firmado en su oportunidad.
Para junio de 1812 llegaría algún bálsamo desde la Banda Oriental.
Lord Strangford ponía el cascabel al gato de Diogo de Souza, obligando a Portugal a levantar el asedio que tanto dificultaba las relaciones comerciales entre Buenos Aires e Inglaterra.
Ni un solo hecho entre mil escapará de ser verificado, aclarado, comprobado, y la verdad, la terrible verdad, avergonzará entonces a una generación entera. La verdad no se entierra con los muertos, triunfa de la lisonja de los pueblos y del miedo de los poderosos que nunca lo son lo bastante para sofocar el clamor de la sangre.
El Despotismo brutal nunca ha inventado nada nuevo. Rosas será el discípulo del doctor Francia y de Artigas en sus atrocidades y el heredero de la inquisición española en su persecución a los hombres de saber y a los extranjeros.
Para estos tiempos, una felonía dañaría otro flanco del Triunvirato: la plaza Mayor de Buenos Aires vería con horror los cuerpos colgados de 40 "conjurados" en un complot en contra del Triunvirato. Entre los 40 se hallaba don Martín de Alzaga y Olabarría, padre de la Reconquista y de la Defensa de la propia Buenos Aires.
Buenos Aires se comía a sus hijos ante la vista de sus propios ciudadanos exhibiendo una monstruosidad que no será la última, porque en éste tipo de cuestiones nunca hay "una última".
Llegaban los diputados de las provincias a otro congreso más. Rivadavia vetaba poderes al tiempo que las respuestas eran más que claras: las provincias no confiaban en este Triunvirato que soliviantara la Junta de Mayo y cediera todos los laureles que aquella supiera conseguir.
Pero -y créame amigo lector, como sucede en muchos momentos de nuestra historia- los vientos traerán euforia desde el norte: Belgrano acababa de obtener una rutilante victoria sobre los realistas en Tucumán, evitando la segura línea interior entre el Alto Perú y el Río de la Plata, donde Vigodet y su escuadra se habían constituido en amenaza latente aunque aplacada de momento.
Belgrano para entonces, recibiría la orden de Rivadavia de replegarse junto al ejército hacia dirección sur, en clara señal de inhabilidad de formar fuerzas sin necesidad de tener a un ejército marchando a lo largo y ancho del país, lo cual habla de la falta de liderazgo tan característica de aquellos tiempos así como de lo realmente comprometidos que estaban quienes, por tal escasez, debían liderar un embrión de "nación" a todo momento, desde un caballo, desde el ágora y desde la propalación de toda idea relevante. Belgrano -claro ejemplo de lo que acabamos de exponer- sometería su voluntad a la autoridad de Rivadavia, y ésto sería el certificado de defunción del Triunvirato. Será el propio pueblo ofendido y enardecido quien una vez más y de la mano del ejército, diga "hasta aquí se llegó".
Belgrano para entonces, recibiría la orden de Rivadavia de replegarse junto al ejército hacia dirección sur, en clara señal de inhabilidad de formar fuerzas sin necesidad de tener a un ejército marchando a lo largo y ancho del país, lo cual habla de la falta de liderazgo tan característica de aquellos tiempos así como de lo realmente comprometidos que estaban quienes, por tal escasez, debían liderar un embrión de "nación" a todo momento, desde un caballo, desde el ágora y desde la propalación de toda idea relevante. Belgrano -claro ejemplo de lo que acabamos de exponer- sometería su voluntad a la autoridad de Rivadavia, y ésto sería el certificado de defunción del Triunvirato. Será el propio pueblo ofendido y enardecido quien una vez más y de la mano del ejército, diga "hasta aquí se llegó".
La mañana del 8 de octubre nos mostraría en plena formación en la Plaza Mayor al regimiento de infantería al mando de Francisco de Ortíz de Ocampo y el de granaderos bajo el mando del coronel don José de San Martín, llegado de España en marzo de ese año.
Se volvió a pedir cabildo abierto. El gobierno carecía de sustento y claramente de legitimidad; la rebeldía era abierta y las multitudes no dejaban margen para la interpretación. Rivadavia y Pueyrredón serían calificados de monstruos por la plebe.
Ya me tengo dicho: lo que prolijamente se repite es lo único que se anula.
Vemos nacer así al 2º Triunvirato, también porteño, conformado por don Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Alvarez Jonte.
Designados por el cabildo de Buenos Aires al igual que aquellos vocales de Mayo, resolvería la cuestión de la soberanía nacional autoproclamándose autoridad superior de las Provincias Unidas.
Había que reorganizar prontamente un ejército con miras a recuperar el terreno perdido ante Elío por la firma de aquel tratado infamante. O sea, había que viajar al campamento del exilio y sentarse a la mesa de Artigas. ¿Que si la experiencia en el Paraguay nos había aleccionado en la materia?.
Será Manuel de Sarratea quien se haga cargo de tales negociaciones en los campamentos del Ayuí.
La elección no podía haber caído en peores hombros: un cortesano cínico para negociar con un hombre de acción.
Artigas sabía que esperar y que no del Paraguay, pero Buenos Aires le presentaba sin dudas todo un intríngulis, y Sarratea no contribuiría a mejorar la cosa.
Lo que Artigas esperaba era al menos el reconocimiento por parte de Buenos Aires de una realidad incontrastable: las fuerzas que Artigas reunía y adiestraba respondían...al propio Artigas y sólo a él. Negar esto, o subordinar las fuerzas a nuevo jefe era algo fuera de lo razonable. No habría manera de involucrar a semejante fuerza excluyendo a quien la convocara en su oportunidad y quien fuera el sustento moral de la misma.
Sarratea, hábil negociador de mostradores, interpretó que con maniobras se podía suplir la lealtad de toda una multitud. Pronto llegaría Rondeau para hacerse cargo del ejército al que se le unirían tropas artiguistas y marcharía directamente hacia Montevideo poniendo sitio a la ciudad.
El 31 de diciembre de 1812 derrotarían al ejército realista en la batalla del Cerrito. Encerrados luego de la derrota nuevamente en Montevideo se entablaría un sitio de la ciudad que se prolongaría hasta 1814. Rondeau intentaría involucrar a Artigas en vez de someterlo, pero la presencia de Sarratea crispaba los ánimos de general y tropa.
Rondeau terminaría tomando partido por Artigas y Sarratea deberá volverse a Buenos Aires. Su regreso no podía ser más ilustrativo. Los oficiales que lo acompañaban dieron muestra de destreza en el campo de la licenciosidad así como en el de la caradurez más llana: antes de volverse tendrían el tiempo suficiente como para tildar al propio Artigas de "Traidor a la Patria".
Reflexiona Mitre en su "Historia de San Martín":
Los dos primeros partidos embrionarios con raíces en la sociedad, que se encontraron frente a frente en el terreno de la Junta gubernativa representaban las tendencias que caracterizan los comienzos de toda revolución, el elemento conservador -aunque patriota- por una parte, y el elemento esencialmente revolucionario por la otra, personalizados por el Presidente Saavedra y el Secretario Moreno. En el choque de estas dos tendencias el elemento conservador prevaleció, y, dueño absoluto del poder, le sucedió lo que a todos los poderes negativos que, no teniendo nada que conservar sino lo malo y no teniendo iniciativa para crear, abdicó al fin por impotencia y por esterilidad.
El elemento revolucionario con su primitivo credo democrático y con más sentido político, una vez dueño del campo (...) se organizó vigorosamente en partido gubernamental y centralista y rodeó al Triunvirato, que siendo su obra, era hasta cierto punto la expresión de sus ideas.
Este Triunvirato que se había impuesto con la autoridad de una necesidad imperiosa por todos sentida, se mantenía entre los partidos sin perseguir a los vencidos y sin ceder a todas las exigencias de los vencedores. De aquí provenía que después de apartar los peligros de la difícil situación que le tocara y satisficiera algunas de las exigencias de la opinión en el sentido de las reformas democráticas, el Triunvirato sólo representaba la autoridad material sin el poder moral que dan los organismos políticos bien definidos. El Poder Ejecutivo, único en el Estado, era una dictadura anónima contrapesada por los partidos. La revolución carecía de una constitución que definiendo la situación diese base sólida a la acción y al desarrollo orgánico de la sociedad democrática.
Al constituir el nuevo gobierno, los diputados de las provincias reasumieron la potestad legislativa que antes habían abdicado y bosquejaron así aunque vagamente, la división de los poderes. Yendo más allá, pretendieron reaccionar al atribuirse la supremacía, y dictaron en consecuencia una constitución que desvirtuaba la del poder ejecutivo perpetuando así el de los representantes de los cabildos sin mejorar las condiciones del poder público. La disolución de la asamblea resolvió el conflicto con aplauso de la opinión pero hirió un principio fundamental de gobierno.
Para regularizar hasta cierto punto su situación, el Triunvirato se dictó entonces a sí mismo su ley orgánica, siendo ésta la primera carta constitucional que se puso en práctica en las Provincias Unidas
Epílogo
Vemos otra vez al cabildo porteño asumir el "sentir popular".
El 23 de setiembre de 1811 se crearía, a espaldas y a pesar de la Junta, un "Gobierno ejecutivo": el Triunvirato. Era ni más ni menos que la respuesta de Buenos Aires a la abundancia de diputados provinciales.
Diría Mitre
Un Hombre nuevo, destinado a reemplazar a Moreno por el momento y a eclipsarlo más tarde, entró a formar parte de la nueva administración en su calidad de Secretario. Este hombre fue don Bernardino Rivadavia quien, con voluntad enérgica y carácter elevado poseía todas las grandes calidades del verdadero hombre de estado.
La proclama y circular que anunciaba a todo el mundo estas nuevas designaciones capitulares -salidas del puño de don Bernardino- decían: "Cualesquiera que sean los peligros que nos amenacen, nos sobran recursos para salvarnos. Los pueblos deben ser libres por todo derecho y a tal causa no puede faltarle arbitrio para sostenerse: sólo las pasiones pueden destruir esta obra; ellas han hecho decrecer nuestras glorias y el gobierno no exige otra cosa de los pueblos que una justa obediencia a sus determinaciones y un eterno olvido de las divisiones y partidos que tanto mal nos causaron. Donde no hay subordinación no hay gobierno; y sin gobierno viene a ser una nación lo que una tabla es en medio del océano".
"Solo las pasiones pueden destruir esta obra". Podríamos agregar que sólo las pasiones podrían exaltarla.
A doscientos años de Mayo, somos un país a medio pensar y a medio hacer, atiborrado de odios, imitadores del modelo inglés por entonces y luego norteamericano.
San Martín traería en su regazo sueños de grandeza, tan utópicos como los de Moreno o Rivadavia (o Sarmiento, o Mitre por ser el caso).
Pero estos últimos se toparon -y siempre lo harán- con la tenaz y decidida resistencia de nuestro interior o lo que es lo mismo, de nuestra naturaleza y conformación étnica. Nuestra enormidad territorial debió y debería ir acompañada de concepciones integradoras y enormes.
Rivadavia -contrariamente a lo que creen quienes recién arrancan en el camino de nuestra historia- no era un acólito favorecido de Lucifer.
A su modo, "Patria" era un concepto que, aún rechazado abiertamente por el conjunto, sería abrazado en su oportunidad por todos dejándonos, a modo de descarte, beneficios insoslayables y palpables para todos los argentinos.
Y si Rivadavia fue la "versión mejorada" de Moreno, Mitre sería la versión definitiva de Rivadavia quien, en resumidas cuentas, dotara con su impronta a lo que fuimos, a lo que somos, y vaya uno a saber, a lo que seremos por siempre. Si hablamos de "Padres de la Patria", aquí los tenemos. San Martín es el padre que hubiéramos deseado -y tenido- si hoy estuviéramos hablando de aquella "Patria Grande". De ésta nación, pretérita y presente, apenas es un tío admirable pero no un padre.
Uno nunca sabe si esto de "aceptarnos" es saludable, o si uno debe rebelarse ante tales voces adormecedoras.
Por lo pronto, uno debe procurar comprender antes de juzgar, juzgar antes de condenar, condenar antes de replantear... y vivir replanteándose todo. Porque de eso se trata mi amigo. Con dormir acompañado y con pagar el monotributo no llegaremos demasiado lejos ni en materia de comprensión ni contribuiremos a engrandecer nuestro querido país, reflejo de aciertos puntuales y desaciertos monstruosos.
1811 fue el año en que hicimos contacto con una realidad de independencia. Esperamos haberle hecho justicia de algún modo bien provisto de honestidad e intención.
El próximo número entraremos en terrenos apasionantes. América hispana lanzada a su suerte contra los españoles.
Algunas voces nos abandonarán. Liniers, Alzaga, Saavedra ya no nos acompañarán como hasta aquí. Otras, como la de don Manuel Belgrano, nos seguirán corrigiendo y enseñando a fuerza de voluntad pura, de lucha, de aciertos y errores, lejos de toda elucubración profética. Otras, como Artigas y Rivadavia, se irán acomodando en el terreno y cada uno a su modo, irá fijando posición y obligando a la toma de partido. Y claro: damos la bienvenida al coronel don José de San Martín. El Nº5...Usted...no se lo puede perder. Hasta entonces.
¿Olvidas la memoria tú, memorioso patán? Puede que no dispongan de un cabo de lápiz (antiguos conspiradores bien guardados en mazmorras paraguayas) o un trozo de carbonilla. Pueden no tener luz ni aire. Tienen memoria. Memoria igual a la tuya. Memoria de cucaracha de archivo, trescientos millones de años más vieja que la del Homo Sapiens. Memoria del pez, de la rana, del loro que siempre se limpia el pico del mismo lado lo cual no quiere decir que sea inteligente: todo lo contrario.
¿Pueden certificar de memorioso al gato escaldado que huye del agua fría? No; sino que es un gato miedoso. La escaldadura le ha entrado en la memoria. La memoria no recuerda el miedo. Se ha transformado en miedo ella misma. ¿Sabes tú que es la memoria? "Estómago del alma" dijo alguien, aunque en el nombrar las cosas nunca hay un primero. No hay más que infinidad de repetidores. Sólo se inventan nuevos errores. Memoria de uno solo no sirve para nada. (...) Aquí usan y abusan de
su rumiante memoria no solo los patricios y areopagitas vernáculos. También los marsupiales extranjeros que robaron al país y embolsaron en el estómago de su alma el recuerdo de sus ladronicidios. ¿Puede decirse acaso que estos didelfos saben qué cosa es la memoria? Ni tú ni ellos lo saben. Los que lo saben no tienen memoria. Los memoriosos son casi siempre antidotados imbéciles a más de malvados embaucadores. O algo peor: emplean su memoria en el daño ajeno más no saben hacerlo siquiera en el propio bien. No pueden compararse con el gato escaldado. Memoria de loro, de vaca, de burro. No. La memoria-sentido, memoria-juicio, dueña de una robusta imaginación capaz de engendrar por si misma los acontecimientos... los hechos cambian continuamente... El hombre de buena memoria no recuerda nada, porque no olvida nada.
Notas relacionadas
Las fuerzas revolucionarias estaban compuestas por
el batallón primero al mando del comandante Gregorio Perdriel;
batallón sexto del comandante Carlos Forest;
batallón cazadores del comandante Manuel Dorrego;
batallón de Blandengues, comandante Abraham González y
regimiento de Húsares, comandante Martín Miguel de Güemes.
Semblanza del Paraguay.
Poblado durante el segundo tercio del siglo dieciséis por los remanentes que lograran huir del fuego y del hambre de la expedición de don Pedro de Mendoza por Buenos Aires, poblada por una colonia turbulenta y recelosa, surgió un hombre quien pondría orden a tanto vigor disipado, don Domingo Martínez de Irala. Lejos de cualquier reminiscencia de espíritu franciscano, Irala dotaría a la colonia incipiente de instituciones coloniales, cuya concepción de "ciudad" como ente moral, consta de una justicia, una miliia comunal y un cabildo que gobierne, su plaza de armas, sus solares y calles...operándose de este modo mágico e impensado en la fusión de razas indígenas con la europea.
Si sumamos a estos elementos la presencia absoluta de las misiones jesuíticas, nos queda una mistura de pueblo de disciplina teocrática, de fuerte predominancia indígena enervada y fecunda, y un natural afán de aislarse de toda influencia europea que no fuere la ya mencionada jesuítica. A la avaricia y rapacidad del invasor, alimentada sin dudas por un teritorio fértil en toda su extensión, se le opondría un orgullo y una identidad bastante acabadas desde tempranos tiempos.
Belgrano organizaría al Ejército en 3 divisiones más una cuarta encabezada por el propio don Manuel compuesta por los dos regimientos de Patricios recién mencionados. Estas eran
la división roja comandada por el mayor José Machaín -Compañía de Granaderos de Fernando VII, 1°, 4° y 6° compañías del Regimiento de Caballería de la Patria (ex Blandengues), 30 hombres de la Compañía de Blandengues de Santa Fe-;
la azul, por don Gregorio Perdriel -Compañía de Pardos, 2°, 5° y 8° compañías del Regimiento de Caballería de la Patria, 30 hombres de la Compañía de Blandengues de Santa Fe- y
la amarilla -Compañía de Nogoyá, 9° Compañía del Regimiento de Caballería de la Patria, 30 hombres de la Compañía de Blandengues de Santa Fe-por el capitán Saturnino Saraza.
Dos hombres fueron los forjadores de "La Primera Escuadrilla Argentina", Juan Bautista Azopardo y Francisco de Gurruchaga. El primero nacido en la Isla de Malta, marino corsario al servicio de Francia. El segundo, entonces diputado por la norteña provincia de Salta, designado para entender en la preparación de la escuadra, había sido oficial en la Real Armada -Teniente de Fragata- y veterano de Trafalgar. La tripulación se obtuvo mediante reclutamiento entre los regimientos de Infantería de Línea, formados por criollos. Tres barcos constituyeron la Primera Escuadrilla: la goleta "Invencible" de 12 cañones y 66 hombres comandada por Azopardo, el bergantín "25 de Mayo" de 18 cañones y 108 hombres comandado por Hipólito Bouchard y la balandra "Americana" de 3 cañones y 26 hombres al mando de Abel Hubac, de origen francés como Bouchard. En total 200 hombres de la más diversa procedencia y 33 cañones para hacer frente a la Armada Española.
Por pedido expreso de Belgrano, Buenos Aires decidió enviar inmediatamente a esta escuadrilla naval como refuerzo al Ejército Expedicionario que se encontraba en el Paraguay. La partida de la pequeña escuadra no pasó inadvertida a las autoridades de Montevideo, quienes enviaron tras ella una flota de siete naves, de mayor calado y armamento que las criollas, bajo las ódenes del avezado capitán de fragata Jacinto Romarate. La escuadrilla patriótica navegó aguas arriba hasta San Nicolás,apostándose el 2 de marzo en esa zona para rechazar al enemigo. Las naves de Romarate abrieron fuego destrozando una batería levantada en la costa por los patriotas.
La dotación de la "25 de Mayo" abandonó la lucha y Azopardo decidió capitular ante el enemigo. Antes de hacerlo, había decidido hacer explotar la santabárbara de su navío, pero desistió ante las garantías presentadas por Romarate. Aunque la pequeña escuadra había sido derrotada después de sufrir cuantiosas pérdidas, los marinos criollos tuvieron su bautizo en las aguas del honor, escribiendo las primeras páginas de la heroica historia naval argentina.
El Estado paraguayo tomó las tierras para sí dividiéndola en parcelas conocidas con el nombre de “chacras de la patria”. Éstas chacras eran entregadas en calidad de “préstamo” a familias de baja condición social y aún hasta a los indios a cambio del compromiso de que se vuelvan productivas.
Estos terrenos así aprovechados -especialmente para la explotación agrícola-ganadera-, estaban libres de impuestos. Quien tomara posesión de una chacra de la patria”, no era propietario aunque sí podía usar la tierra por largos años y quedarse con parte de los dividendos.
La multiplicación de las chacras que devinieron en “estancias de la patria”, convirtieron a sus responsables en productores libres. De aquí se proveería de trabajo seguro a peones y campesinos así como de la carne destinada al ejército paraguayo -unos 5 mil soldados regulares y 25.000 milicianos-, así como de remanentes para el consumo diario de los habitantes de la ciudad capital.
Cuando muere Moreno en alta mar, cabe preguntarse si esa muerte torcería el curso de las cosas del modo esperado por los saavedristas. La oposición audaz y ceñuda que el secretario ofrecía metódicamente al presidente, generaba en los ánimos de la Junta y de nuestros hombres preclaros sensación de dualidad, de falta de cohesión, de debilidad en el mando. Un Hornero sostiene que las grandes cosas en cualquier orden requieren de lucha, de convencimiento interior y de convencer hacia afuera, al tiempo que sospecha que, el eliminar obstáculos en vez de resolverlos, genera respuestas en lo inmediato (no siempre esperadas) pero debilidad indudable en la maquinaria de gobierno.
El coronel Mariano González Balcarce sería el fiscal militar de un proceso para el cual se habían publicado circulares y bandos tanto en Buenos Aires como en la Banda Oriental para que se presentaran los cargos y los testigos del caso. Nadie acudiría a tales llamados. Este extraño proceder no sólo exponía a la junta contra la opinión pública sino que además no le dejaba margen de enmienda.
[*] José María Rosa
volver "Una provincia era, en 1810, una subdivisión administrativa del Reino de Buenos Aires (el nombre "Virreinato" es una corrupción: el auténtico era "reino". Virrey es un funcionario que gobierna un reino a nombre de un rey ausente). La Ordenanza de Intendentes de 1782 no había variado el nombre aunque al adicionarse la calificaión de "Intendente" al Gobernador de la provincia se introdujese la corrupción de llamar a éstas Intendencias en los documentos oficiales. (...) Una provincia real comprendía varios municipios que, pese a la letra de la ordenanza de 1782, mantuvieron su injerencia en los 4 ramos clásicos de la administración española: política, justicia, hacienda y guerra. En 1810, a 38 años de promulgada tal ordenanza, los pueblos -es decir, los municipios- perduran como la gran realidad política indiana; en nombre de los Pueblos se hace la revolución y a diputados de los Pueblos se les convoca a los Congresos".
Este ejército, tras haber reunido sus fuerzas en Candelaria, Misiones, se organizaría en 4 divisiones:
Vanguardia: al mando del coronel Benito Martínez con 1.880 hombres de los regimientos de infantería N° 1 y 2, de caballería de los Dragones de la Patria y milicianos orientales.
Primera División: al mando del capitán José de Melián con 580 hombres de del Regimiento N° 3 de Infantería, Granaderos de Buenos Aires, Infantes de Corrientes, Dragones y Cívicos de Soriano.
Segunda División: al mando del teniente coronel Agustín Sosa con 450 hombres del Regimiento N° 6 de Infantería de Pardos y Morenos.
Tercera División: al mando del teniente coronel Venancio Benavídez con 984 hombres de la caballería provincial.
Cuarta División: al mando del teniente coronel José Artigas con 1.300 hombres de caballería.
Reserva: al mando del capitán Rafael Hortiguera con 602 hombres de 2 compañías del Regimiento N° 3 de Infantería, 3 compañías de milicianos correntinos, una compañía de milicianos de Yapeyú y una compañía de Dragones.
Con los años, escribiría el propio Saavedra acerca de estos hechos:
volverNi en aquel entonces traté ni ahora trato de justificar estos hechos del 5 y 6 de abril. Fuere cual fuere la intención que lo motivara, de él resultaron males a la causa de la patria, y a mí, sólo me trajeron dilatada persecución."
El "Motín de las Trenzas" fue una sublevación a fines del año 1811 de soldados y suboficiales del Regimiento de Patricios que se negaron a acatar algunas órdenes del Triunvirato entre las cuales figuraba el corte de las coletas de las tropas, signo de distinción y autonomía de los miembros de ese regimiento."
volverEs interesante que este tratado apareciera publicado en La Gazeta del 27 de octubre de 1811 predatado a la fecha del 21 de julio del mismo año, o sea, durante el gobierno de la Junta con los diputados del interior en plena vigencia;los mismos que habían desconocido en su oportunidad toda autoridad a Elío expresando:
"La sola denominación del título con que VS se representa a la presencia de un gobierno establecido para sostener los derechos de los pueblos (Elío exigía se le reconozca como Virrey) ofende la razón y el buen sentido".
volver"La sola denominación del título con que VS se representa a la presencia de un gobierno establecido para sostener los derechos de los pueblos (Elío exigía se le reconozca como Virrey) ofende la razón y el buen sentido".
don Antonio Pedro Castro escribe en bello tono poético una página evocativa de estos campamentos:
“Rondeau abandonaba Montevideo. Artigas, el héroe de Las Piedras, caudillo indiscutido de los orientales, quiso antes resistir el inaudito atropello y la increíble resolución superior. (...) Pero todo era inútil, y debió ceder ante la imposición de la fuerza, y el 12 de octubre de 1811 se inició la retirada. Al frente Rondeau, con sus lanceros argentinos; después, Artigas, con sus blandengues, y cerrando la marcha ...¡todo el pueblo oriental!
Porque eran hombres, mujeres, niños, ancianos, ricos y pobres, indios, carretas, carruajes, animales, quienes prefirieron arrostrar la suerte de su jefe a ver su patria avasallada. Y la trágica marcha fue larga, terrible, innominable. Los pueblos se destruían, los campos se abandonaban, los ranchos se quemaban. El pueblo se iba. Nada debía quedar al alcance del invasor.
(...) Así atravesaron la Provincia Oriental. Así, a pie los más, llegaron el 18 de octubre al pueblo de Santa Lucía, el 25 a1 otro lado del San José, el 29 a las lomas de Monzón, donde Rondeau se separó de sus hermanos con rumbo a Buenos Aires. Y Artigas y su pueblo siguen, siguen... Pasan el Río Negro, pasan el Queguay, el Daymán y llegan al Salto Chico, sobre el río Uruguay.
Los fogones entretenían la monotonía de la dantesca marcha, y aunque fuera cierto que no había que comer, nadie se quejaba, y un poeta de la tierra gaucha (Hidalgo) les alegraba el alma cantándoles la inmortal cuarteta que improvisara:
¡Orientales! La Patria peligra;
y reunidos, al Salto volad.
¡Libertad!, entonad en la marcha,
Y al regreso decid: ¡Libertad!
Allí permanecieron desde mediados de diciembre hasta fines del mismo mes, y en vista de la inseguridad del improvisado campamento, amenazado por el poderoso ejército portugués, Artigas pasa el río madre e instaló su pueblo en el “paradero” jesuita Ytú, o sea “El Salto”, fundamento de la actual ciudad de Concordia donde hoy esta el establecimiento conocido por “El Naranjal” de Pereda, en su origen del coronel Vica y luego de don Juan O’Connor.
Después de cinco meses de sufrimientos en “Ytú”, también debieron abandonar esa posición, y entonces lo trasladó un poco más al norte, entre los dos Ayuí (a siete leguas de Concordia), y retirándose algo más de la costa, allí queda hasta fines de septiembre de 1812, en que retornaron a la patria jamás olvidada, después de doce meses de crueles sufrimientos, tanto morales como físicos.
Fue terrible la vida que llevaron los bravos orientales en los montes concordienses: en total, cerca de 16.000 personas, entre familias, soldados, agregados e indios; eran 945 carruajes (lo que probaba la clase e importancia de las familias que formaron el éxodo), pocos caballos; algunos carretones viejos y la pobre impedimenta que pudieron preservar de la rapiña y el desgaste de la marcha".
volver“Rondeau abandonaba Montevideo. Artigas, el héroe de Las Piedras, caudillo indiscutido de los orientales, quiso antes resistir el inaudito atropello y la increíble resolución superior. (...) Pero todo era inútil, y debió ceder ante la imposición de la fuerza, y el 12 de octubre de 1811 se inició la retirada. Al frente Rondeau, con sus lanceros argentinos; después, Artigas, con sus blandengues, y cerrando la marcha ...¡todo el pueblo oriental!
Porque eran hombres, mujeres, niños, ancianos, ricos y pobres, indios, carretas, carruajes, animales, quienes prefirieron arrostrar la suerte de su jefe a ver su patria avasallada. Y la trágica marcha fue larga, terrible, innominable. Los pueblos se destruían, los campos se abandonaban, los ranchos se quemaban. El pueblo se iba. Nada debía quedar al alcance del invasor.
(...) Así atravesaron la Provincia Oriental. Así, a pie los más, llegaron el 18 de octubre al pueblo de Santa Lucía, el 25 a1 otro lado del San José, el 29 a las lomas de Monzón, donde Rondeau se separó de sus hermanos con rumbo a Buenos Aires. Y Artigas y su pueblo siguen, siguen... Pasan el Río Negro, pasan el Queguay, el Daymán y llegan al Salto Chico, sobre el río Uruguay.
Los fogones entretenían la monotonía de la dantesca marcha, y aunque fuera cierto que no había que comer, nadie se quejaba, y un poeta de la tierra gaucha (Hidalgo) les alegraba el alma cantándoles la inmortal cuarteta que improvisara:
¡Orientales! La Patria peligra;
y reunidos, al Salto volad.
¡Libertad!, entonad en la marcha,
Y al regreso decid: ¡Libertad!
Allí permanecieron desde mediados de diciembre hasta fines del mismo mes, y en vista de la inseguridad del improvisado campamento, amenazado por el poderoso ejército portugués, Artigas pasa el río madre e instaló su pueblo en el “paradero” jesuita Ytú, o sea “El Salto”, fundamento de la actual ciudad de Concordia donde hoy esta el establecimiento conocido por “El Naranjal” de Pereda, en su origen del coronel Vica y luego de don Juan O’Connor.
Después de cinco meses de sufrimientos en “Ytú”, también debieron abandonar esa posición, y entonces lo trasladó un poco más al norte, entre los dos Ayuí (a siete leguas de Concordia), y retirándose algo más de la costa, allí queda hasta fines de septiembre de 1812, en que retornaron a la patria jamás olvidada, después de doce meses de crueles sufrimientos, tanto morales como físicos.
Fue terrible la vida que llevaron los bravos orientales en los montes concordienses: en total, cerca de 16.000 personas, entre familias, soldados, agregados e indios; eran 945 carruajes (lo que probaba la clase e importancia de las familias que formaron el éxodo), pocos caballos; algunos carretones viejos y la pobre impedimenta que pudieron preservar de la rapiña y el desgaste de la marcha".
La batalla de Tucumán fue un durísimo enfrentamiento librado entre el 24 y 25 de septiembre de 1812 en las inmediaciones de San Miguel de Tucumán. El Ejército del Norte, al mando del general Manuel Belgrano a quien secundara el coronel Eustoquio Díaz Vélez en su carácter de mayor general, derrotó a las tropas realistas del general Pío Tristán, que lo doblaban en número, deteniendo el avance realista sobre el noroeste argentino. Junto con la batalla de Salta, que tuvo lugar el 20 de febrero de 1813, el triunfo de Tucumán permitió a los revolucionarios expulsar y sostener a los realistas fuera de los límites de la región bajo su control.".
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