...entenderían el doble". Augusto Roa Bastos, "Yo, el Supremo".
Editorial
“Para el conocimiento de la realidad política es menester entender la tendencia natural del espíritu humano a forjarse metas ideales lo cual resulta un estímulo a la acción y un factor necesario de progreso. El hombre es un animal mitómano que vive en gran parte de quimeras.
El peligro contenido en dicha tendencia consiste en un inherente olvido de los límites y de las posibilidades de la acción humana dentro de las condiciones impuestas por las circunstancias de tiempo y lugar, de tal modo que quien se abandona a la tentación queda expuesto a constantes sorpresas pues obtiene resultados no solo distintos sino a menudo opuestos a los que persigue. Llena está la historia de movimientos libertarios que engendraron tiranías; de tentativas de ordenación que desencadenaron en licencias desenfrenadas”.
Don Ernesto Palacio tiene razón una vez más.
Podría decirse que las cosas pueden ser de uno u otro modo, pero el hecho que sean de uno, deja al otro en el terreno de las especulaciones y de la filosofía.
Pero lo que hay que salir a buscar son los hechos tal y como llegaron a nosotros. No importa si es "la verdad". Créame, no importa. De algún modo, quienes escribieron sobre estos temas tan medulares lo hicieron imbuidos de un espíritu patriótico. No se escribe acerca de estos temas sin una sana intención de educar, de compartir, de despertar "algo" quizás ambicioso pero que en el fondo sentimos como necesario. Hacemos patria hablando de Mayo. Creo que algunas de las cosas que se leerán en este número nunca antes se las había considerado desde esta perspectiva.
No se presume de originalidad. Se trata de construir nidos en silencio. A eso se dedica el Hornero.
Aclaración: Sería valioso para el caso que usted no sea un entendido en el tema, que leyera de arrastre los primeros dos números del Hornero. Es un esfuerzo, pero se verá recompensado. Igual, tenemos el privilegio de contar con la visita de don Leopoldo Marechal quien nos irá guiando a lo largo de este recorrido muy arduo, ambiguo, complejo, vivo, latente y demandante. Le proponemos que haga usted de cuenta que está en un cine, solo que en vez de sentarse relajado a disfrutar de un buen filme, acá tendrá que remarla como un león, volver a leer algunos párrafos e incluso hasta putear a la madre de este Hornero. De eso se trata: ¿o acaso hay algo en este mundo que valga la pena y que simplemente nos caiga del cielo?. Si no me equivoco, usted es de los millones que ven llover sopa con un regio trinche en la mano.
Alguna vez hay que empezar a pensar. Ojalá nuestra compañía le sea útil en esto: hagamos lo que hagamos, somos argentinos. Y si eso significa algo, habrá que buscar "ése" algo.
Este número, dividido en dos partes, incluye un intermezzo imprescindible, "Los Abuelos de la Independencia Hispanoamericana", nacido de la pluma de don Pablo Martín Cerone y del pincel de don Darío Lavia.
Mayo de 1809
"Si la golondrina consigue dos primaveras y dos nidos en un solo año, es porque ha sabido derrotar al espacio y al tiempo con su movilidad"
A los sucesos de España le sucedieron estallidos revolucionarios en Chuquisaca y en La Paz con su correspondiente establecimiento de juntas como en España. Recordemos que Montevideo había marcado el sendero allá por setiembre del año anterior.
Poco hacía que Bolívar se había adueñado del poder en Caracas. Confusos los tiempos presentes, inciertos los porvenires.
En Chuquisaca, el estallido sería provocado por una disputa entre el gobernador Ramón García de León y Pizarro y el obispo Moxó y Francolí en contra de la real Audiencia. Esta última había negado su reconocimiento a la Junta de Sevilla y a su delegado, [*] José Manuel Goyeneche, quien promovía el protectorado de Juan y de Carlota. Se rumoreó rápidamente la versión de que Pizarro y el obispo entregarían el territorio a los portugueses, antiguos invasores de Moxos y Chiquitos (tenga la amabilidad de ver el mapa justo debajo del párrafo). La indignación generalizada y el rechazo que provocaba cualquier negociación con los infames bandeirantes obligarían a la renuncia de Pizarro. La Audiencia asumiría el gobierno nombrando comandante de las fuerzas al teniente coronel don Juan Antonio Alvarez de Arenales.
Los funcionarios depuestos escribieron al virrey de Buenos Aires acusando a los Oidores de estar animados de "propósitos de independencia". Ya veremos que clase de respuesta llegaría desde estas latitudes.
También en La Paz hubo un movimiento listo para estallar en combinación con el de Alzaga en Buenos Aires. El fracaso de éste último había postergado su ejecución, pero los sucesos de Chuquisaca reverdecerían los ímpetus, y el 16 de julio, el Cabildo paceño liderado por don Pedro Domingo Murillo y Juan Pedro Indaburu -éste último volvería en las horas más críticas de la rebelión a las fuerzas realistas-, forzaría la renuncia del gobernador Tadeo Dávila y del obispo Remigio de la Santa y Ortega, asumiendo el gobierno en forma de una Junta Tuitiva, siendo Murillo su Presidente. Su primer proclama referenciaba a la "bastarda política de Madrid" y declaraba "el tiempo de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias". Serían convocados los peninsulares al día siguiente a jurar fidelidad a la Junta, con la consigna de "...hacer perpetua alianza con los criollos, no intentar hacer cosa alguna en su daño, y defender con ellos la religión y la patria".
Escuchemos con atención la Proclama inicial de la Junta Tuitiva. Tengamos presente los términos y él énfasis expuesto para tener un elemento valioso a la mano cuando analicemos nuestra proclama fundacional de Mayo.
Proclama de la Junta Tuitiva:
"Compatriotas: Hasta aquí hemos tolerado una especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria; hemos visto con indiferencia por más de tres siglos sometida nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto que, degradándonos de la especie humana, nos ha mirado como a esclavos; hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez (las vacas...) que se nos atribuye por el inculto español (que decir de los portugueses...no más disgresiones), sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un presagio de humillación y ruina. Ya es tiempo, pues, de sacudir yugo tan funesto a nuestra felicidad como favorable al orgullo nacional español. Ya es tiempo, en fin, de levantar el estandarte de la libertad en estas desgraciadas colonias adquiridas sin el menor título y conservadas con la mayor injusticia y tiranía. Valerosos habitantes de La Paz y de todo el Imperio del Perú, revelad vuestros proyectos para la ejecución; aprovechaos de las circunstancias en que estamos; no miréis con desdén la felicidad de nuestro suelo, ni perdáis jamás de vista la unión que debe reinar en todos, para ser en adelante tan felices como desgraciados hasta el presente. En la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, a los 27 días del mes de julio de 1809".
El movimiento de La Paz sería aplastado por las fuerzas del Virrey Abascal bajo el mando de Goyeneche. Tras duras batallas, morirían los instigadores y los principales actores del movimiento. Unos pocos serían deportados a las Islas Malvinas y a Filipinas. Cabezas muy valiosas fueron exhibidas desde las picas. Entre ellas, la de don Pedro Domingo Murillo.
Para sofocar Chuquisaca, el virrey Cisneros remitiría fuerzas de Buenos Aires a la orden del Mariscal Vicente Nieto. Las tropas partieron de Buenos Aires el 4 de octubre de 1809, incorporando algunos soldados en Salta. Participaban soldados veteranos de Dragones, del Regimiento de Fijo y del Real Cuerpo de Artillería, una compañía de marina y tropas milicianas de criollos Patricios, Arribeños, Andaluces, Montañeses y Artilleros de la Unión.
Que quede claro que tal y como era vivido por la gran mayoría de sus protagonistas, el movimiento da Chuquisaca nunca tuvo por objeto la independencia, sino que por el contrario, era motivado por la adhesión a la causa del rey Fernando y por el rechazo absoluto al enemigo tradicional, Portugal, así como a la estrategia continental de Sousa Coutinho y los sueños imperiales de los Braganza. (Nuestro Nº2 dedica varios párrafos sobre el respecto)
El lucence don Andrés García Camba, en su insoslayable obra "Memoria para la historia de las armas españolas en América" diría lo siguiente:
"Los más comprometidos se empeñaban siempre en sostener que el alboroto del 16 de julio era el resultado de la fidelidad (a Fernando VII), del celo y del honor de aquella población, movida por la desconfianza que le inspiraba la secreta inteligencia que se suponia advertida entre la corte del Janeiro y los jefes superiores del virreynato de Buenos Aires. Tal era el sentido en que el mismo ayuntamiento de la Paz había escrito al marqués de la Concordia (el virrey Abascal), asegurándole además tener a la vista irrefragables justificaciones de la reunión de tropas portuguesas en los límites de Matto Grosso y otros puntos de la frontera de Mojos, de la existencia del infante don Antonio (hermano de Carlos IV, partidario de Fernando VII) en clase de incógnito en la ciudad de Buenos Aires, de la detención de la fragata española Prueba, de los insultos hechos a la persona de Pascual Ruiz Huidobro,y de la repetición de expresos desde el Brasil a la capital del Virreynato"
Lo cierto es que estos hechos tan poco conocidos en los tiempos que corren, terminarán signando las relaciones entre el Perú y el Río de la Plata. Veremos en breve algunas consecuencias derivadas de ello.
Por estas latitudes, ya se habían acomodado el entorno de Liniers al nuevo virrey, se indultaba a los responsables de Enero del '09 (don Martín de Alzaga el más notable), medida política con que Cisneros buscaba atraer a los vecinos más influyentes y construir un poder que seguramente necesitaría para mantener a raya la efervescencia popular. También buscaría Cisneros con la liberación del Puerto de Buenos Aires la aceptación de Gran Bretaña y su consiguiente envío de armas a la causa. Nunca ocurriría tal cosa. Al finalizar su viaje entre los mortales, Cisneros no habría mostrado estar a la altura de las exigencias; pero justo es reconocer que no podían haber sido más desafiantes las circunstancias en que le tocara asumir.
La casa estaba en orden. Pero en las calles, la tensión reinaba.
Los peninsulares veían con espanto el insólito escenario de criollos armados y de españoles bajo estado de sospecha permanente. Ya no se sentirían jamás dueños en estas tierras. La pérdida del comercio monopólico, la imposibilidad de España de remitir armas ni oro, y el tráfico ilegal constante, negarían al virreinato de los fondos necesarios para establecer cualquier medida de seguridad frente a los peligros internos. Las armas, eran de los criollos; y así las cosas y sin dineros, seguirían siéndolo hasta nuevo aviso.
Habría que ver que suerte les depararía el destino.
Para marzo de 1810 se conoció en nuestras latitudes la rendición de Gerona y de Almadén. Para mayo, una fragata inglesa traería la nueva de la toma de Sevilla y de Málaga, la caída de la Junta Suprema y la formación en Cádiz de un Consejo de Regencia: España está perdida. ¿Y cual sería nuestra suerte?. Veamos.
Mayo de 1810
"La solemnidad es el culo más despistante del Diablo"
Ya hacía dos años que los sucesos de Europa mantenían expectantes a los vecinos -criollos en su mayoría- quienes aspiraban a la constitución de un gobierno independiente o autónomo. Recordemos que la llegada de los Braganza a Río de Janeiro despertaría en la esposa de Juan VI (y hermana de Fernando VII) Carlota, la pretensión de validar sus credenciales en el Río de la Plata. También vimos el entusiasmo con que esta idea fuera asumida, especialmente entre nuestros más conspicuos patriotas.
Mayo de 1810...y la península era territorio francés.
El puñado sobreviviente de la antigua Junta central se hallaba confinado a la isla de León, único territorio donde podían -luego de la ocupación de Andalucía- permanecer a resguardo de los imperiales bajo la protección de la escuadra británica.
Las noticias llegadas de la península y del continente eran sombrías.
Por otro lado, las recientes y resonantes represalias de Chuquisaca y de La Paz aportaban mucho más al terreno de las dudas que al del heroísmo.
En medio de la borrasca, esforzados varones reclutaban y preparaban milicias al tiempo que generaban consenso entre los regimientos y efectivos porteños. Por detrás del concurso popular, algunas mentes interpretaban las señales de los tiempos y actuaban en consecuencia.
Las figuras de Cornelio Saavedra y de Manuel Belgrano fueron las que asumieron el rol de emisarios ante Cisneros y demás autoridades. Se le hizo saber al virrey de "la imposición de los tiempos que corrían", de convocar un Cabildo abierto, es decir, "de la parte principal y más sana del vecindario" para tratar dos asuntos impostergables:
1) Si se ha de subrogar la autoridad del virrey, y
2) En quien recaerían tales honores.
A la rigidez de tales imposiciones se ofrecería una salida, que calme las amenazantes aguas de la plebe así como evite una segura crisis institucional:
Nombrar Presidente de la Junta al mismísimo Cisneros y rodearlo de criollos notables. No concebían haber llegado a tales extremos de apertura política.
Cisneros dilataría todo lo posible la discusión de fondo, anunciando (18 de mayo) una convocatoria por los virreyes de América para la formación de una regencia soberana. "Aprovechaos si queréis ser felices, de los consejos de vuestro jefe", decía la proclama. Siempre es gratificante ser partícipe de la felicidad de los pueblos. Cisneros terminaría siéndolo, aunque de un modo algo distinto a lo que tenía en mente por entonces.
Los hechos siguientes hasta su coronación del día 25, son bastante difundidos.
Un Hornero cree necesario que usted entienda que hubo una sesión el día 22 de Mayo, que nada surge de la nada, que hubo intereses que se representaron en aquella memorable sesión del 22; que una temperatura política y social insoportable condicionaba los ánimos de propios y ajenos, y que finalmente, habría una votación.
Analizaremos ambas jornadas, la del 22 y la del 25 en paralelo. Nos valdremos para ello del relato de dos cartas de la época, cuyos autores son desconocidos y que llegaran a nosotros a través del ingenio de [*] don Vicente Fidel López, así como de anotaciones varias y de especulaciones propias que iremos mechando. ¿Que las cartas son apócrifas? Mire joven, hágame caso y preste atención a don Antonio Machado cuando dice
"En mi soledad, he visto cosas muy claras que no son verdad. Se miente más de la cuenta por falta de fantasía: también la verdad se inventa".
Enmarcadas en celeste y blanco van las dos cartas, y sueltas nomás y en imprenta, nuestra impronta. No se apure en leerlas. En cuanto al método...ni tan simple ni tan complejo que no se entienda desandando el camino de la lectura. Es como andar en bicicleta. No hay mucho que explicar.
Buenos Aires, 31 de Mayo de 1810
Mi apreciado amigo: Ni es cierto del todo, ni es falso del todo lo que respecto a mi le ha escrito a usted el señor cura R... Poniéndose él en el término medio de la sensatez y de la prudencia, habría encontrado las razones que yo he tenido para no simpatizar con los sucesos de la semana pasada, y para creer que hubiera sido mucho mejor coordinar las necesidades del tiempo con la concurrencia y cooperación de las autoridades legítimas que han sido derrocadas. No desconozco como Ud. sabe, que los sucesos de España y las nuevas emergencias que han alterado las cosas en este país desde el año seis, complicadas con los disturbios de Montevideo y con la asonada del año pasado, habían traído un conflicto que ya no podía evitarse; y que era de todo punto necesario hacer una grande variación en el orden de nuestro gobierno.
A mi modo de ver, la marcha que debía haberse adoptado, era haber creado una regencia del virreinato de tres personajes presidida por el virrey; y ponerle un Consejo de Estado de quince o veinte miembros, tomados de lo principal entre los vecinos de mayor prestigio, del estado civil, del militar, del clero, que hubiese asumido la soberanía en representación del rey; y prepararnos así para cuando él sea repuesto a su legítimo trono, y exigir entonces la creación de una monarquía bajo régimen libre en la cabeza de uno de los príncipes de la casa real de España, en todo con el régimen que había calculado el conde de Aranda y que como bien sabemos, contenía el pensamiento de una gran parte de los hombres de Estado de la península.
Tengo la idea de que la lucha heróica que sostienen los españoles contra el insolente invasor que los oprime ha de triunfar y, ha de traer como consecuencia, el surgir de una monarquía libre, con Cortes y cuerpos intermedios que moderarán el despotismo monárquico que ha regido hasta aquí. Entonces, habríamos podido optar entre seguir formando parte de la nación española, con el envío de nuestros diputados a esas Cortes, o la separación cordial como monarquía independiente y aliada por los vínculos de la familia reinante, del idioma y de la nacionalidad, para entrar así con calma y con moderación en el campo de los cambios y adelantos que nos hubiera ido trabando el tiempo y la experiencia.
Ya usted ve pues, que le han dado ideas injustas sobre mi modo de pensar, y que tan lejos de ser adversario del establecimiento de un gobierno interior y soberano en este virreinato, habría estado con sus amigos de Ud. si hubiesen tomado otro camino.
Lo que ellos han hecho es un trastorno tan profundo en todo lo que era y debía ser este país que, para mi, han abierto una brecha funesta en el orden social; en la que no vamos a cosechar sino catástrofes, guerras civiles, odios de los unos contra los otros, confusión de ideas, proyectos sin asiento seguro, innovaciones de cada día, atropellamiento de derechos sagrados, rivalidades mezquinas, gobiernos sin respetabilidad y un caos por último, que será el complemento de la ruina, porque acabaremos devorándonos unos a otros y cayendo por fin en manos de un poder extranjero, del inglés quizás, que barrerá de esta tierra nuestra lengua, nuestra religión, y nuestras familias.
Yo sé que por ahí dicen que mi modo de pensar proviene de la jerarquía elevada de que goza mi familia en España y en el país, que suponen que todo esto me contraría porque tenía ya asegurado un obispado pingüe en el interior. Todo pudiera ser, porque aunque no me doy cuenta de que los intereses personales tengan ese grande influjo sobre mis ideas, a nadie le es mandado mirar las cosas y los sucesos de su país con independencia de la posición que ocupa en él. Lo que sí le puedo decir a usted, es que si llegara yo a ver que había estado engañado, y viera al país estatuido con un gobierno serio, prudente y fuerte contra el desorden, confesaré ingenuamente mi error y aceptaré la independencia nacional con amor y devoción; pero yo quiero el orden, la seguridad y la libertad antes que la independencia, y por desgracia veo que cualesquiera sean las fuerzas con que se pretende que todo esto se hace por conservar la integridad de estos dominios al rey Fernando VII y a la España, todo eso es mentira evidente; y nos echamos en la independencia sin haber pensado como vamos a consolidar un gobierno que la salve, que era lo primero.
Y quiera Dios mi amigo, que después de habernos hecho criminales contra el orden establecido, no acabemos por ser vencidos y castigados como réprobos y rebeldes.
Entonces, los entusiastas y los tibios hemos de caer bajo el mismo azote, y ya usted verá que de entre los primeros han de salir los traidores y los tránsfugas.
No tenemos costumbres políticas, con lo sucedido perdemos toda idea de disciplina, no tenemos hombres consagrados en el respeto público que nos dirijan. Todo lo nuevo va a salir del alboroto público y del apuro del momento. Como dice muy bien Cañete: "el gobierno de América ha sido puramente derivativo y se ha mantenido solo por el favor de los empleos y de las gracias particulares que se esperaban de los funcionarios; y sólo el poder armado del soberano ha contenido la osadía de las manos rebeldes que han dejado de obrar antes a pesar suyo".
Ahora parecen estar triunfantes, y yo me abismo al pensar en lo que harán bajo las leyes inflexibles de la necesidad y de la lucha a muerte en que hemos entrado; roto el muelle real que daba impulso a esta máquina, se ha de desconcertar todo su movimiento.
¿Cuando, en qué formas y por quienes se habrá de constituir el magisterio que correspondería a la soberanía americana o a la de este virreinato? ¿Nos consentirán esta situación los otros virreyes? Claro es que no; luego, vamos a la guerra civil y emprendemos una aventura desesperada contra el resto del país y contra la España que será apoyada dentro de poco por todas las potencias que la ayudan a librase de Napoleón.
La prueba más palpable que usted tiene de esto es la conducta y los procederes de la Junta.
Su primer paso es una expedición militar contra Córdoba, donde se ha concentrado el poder de los jefes leales al orden atacado por la innovación del 25 del corriente.
Esta expedición es ya un atentado en sí misma, se lo he dicho ayer a Rivadavia y a López que vinieron a traerme la carta de usted y que quisieron convencerme de que yo había hecho mal en no votar con ellos el 22 y retirarme del Cabildo. El empleo de las ramas contra los magistrados legítimos del país es cosa muy grave. "Vencerán o serán vencidos" les dije. "Si lo primero, ustedes tienen que ir... que ir... que ir... hasta el fin del mundo, porque la empresa no tiene término mientras haya españoles en América y en España. No se hagan ustedes ilusiones; la tarea es eterna y quizás de un siglo". "Si ustedes son vencidos serán castigados como rebeldes y traidores". "Estamos dispuestos a todo" me contestaron. "Así será" les dije, "pero es que ustedes no piensan en la suerte fatal de las familias y del vecindario inocente; ustedes no piensan en el gobierno de exterminio, de venganzas y sospechas que tiene que crearse hasta exterminar todo germen de rebelión; y si ustedes vencen tienen que hacer lo mismo, destruir fortunas, sacrificar hombres, dar batallas, perseguir, vigilar siempre, y después de eso, no queda lugar ninguno para ese gobierno libre que ustedes van buscando. Me contestaron que yo exageraba, porque no había visto de cerca el entusiasmo y el temple del pueblo. López me dijo. "Todas las revoluciones traen algunas de esas consecuencias que usted apunta y que yo también temo, pero cuando los pueblos que las hacen se hacen fuertes y saben triunfar, hacen respetar su gobierno; y cuando esas revoluciones se hacen con un fin claro de conseguir la libertad, la victoria da la libertad para todos y también da gobiernos justos para todos. Es más o menos lo que usted me dice; y yo no lo negaría si el principio y el fin estuvieran tan próximos entre sí como ustedes lo ven; y mientras tanto, lo que a mi me alarma, es el intermedio que los separa y los horrores y catástrofes de lo que veo erizado, el intermedio.
Y de no, vea usted esa expedición armada que marcha al interior; al primer paso, la revolución del 25 se ha encontrado sin más salida que la guerra. Ha querido reunir un Congreso Soberano de Diputados de las Provincias del virreinato para que vengan a la Capital a establecer la forma de gobierno que se considere más conveniente. Pero como nuestros pueblos no saben elegir ni tienen medios para elegir, ni formas, ni garantías para elegir, se tropieza con la cuestión formidable de que si los Diputados vienen electos bajo el mando de los que gobiernan desde Córdoba a la Paz, vendrá una inmensa mayoría que repondrá al señor Cisneros y que tratará en el Congreso Soberano como a traidores y rebeldes a todos los autores de esta revolución. ¿Como hacer?
Mandar una expedición armada para que quite gobernantes enemigos y ponga gobernantes amigos y todos estarán de acuerdo con la revolución.
Pero ¿donde queda la libertad?...Queda como antes, porque en medio de la guerra civil no se puede elegir ni cabe esa libertad con la que la Junta cohonesta su expedición. ¡Y más todavía! Lo que el acta del 25 estableció fue que los Diputados viniesen a establecer la forma del gobierno nuevo en un Congreso, es decir, formando un cuerpo constituyente y deliberante como el de la Asamblea Constituyente de la Revolución Francesa; pero como a pesar de todo la Junta desconfía de que las provincias participen de las ideas y propósitos que aquí dominan, la Junta ha cambiado prudentemente -por no decir otra cosa- y con razón, el texto del acta del 25, y establece en una circular del 27 cuya copia he visto, que los Diputados se han de incorporar a la Junta conforme vayan llegando, para sofocar así en su seno toda resistencia y prevenir el escándalo que producirían las divergencias de un debate público. Yo presumo que si se juntan esos diputados, nacerá al instante la discordia.
Cañete ya lo ha dicho: "¿Que capital y que provincia se ha de llevar el gobierno a su casa, y quien ha de tener bajo su mano la capital y el gobierno del resto? De todos modos, un gobierno como el que se ha de formar por esa circular del 27 cuya copia he visto, es un gobierno sin formas y sin garantías (recordar manifiesto de Matheu, patito)un Directorio colectivo del que poco a poco han de ir saliendo los unos y entrando otros a gobernar el empuje de la intriga y de las rivalidades.
Mi apreciado amigo: Ni es cierto del todo, ni es falso del todo lo que respecto a mi le ha escrito a usted el señor cura R... Poniéndose él en el término medio de la sensatez y de la prudencia, habría encontrado las razones que yo he tenido para no simpatizar con los sucesos de la semana pasada, y para creer que hubiera sido mucho mejor coordinar las necesidades del tiempo con la concurrencia y cooperación de las autoridades legítimas que han sido derrocadas. No desconozco como Ud. sabe, que los sucesos de España y las nuevas emergencias que han alterado las cosas en este país desde el año seis, complicadas con los disturbios de Montevideo y con la asonada del año pasado, habían traído un conflicto que ya no podía evitarse; y que era de todo punto necesario hacer una grande variación en el orden de nuestro gobierno.
A mi modo de ver, la marcha que debía haberse adoptado, era haber creado una regencia del virreinato de tres personajes presidida por el virrey; y ponerle un Consejo de Estado de quince o veinte miembros, tomados de lo principal entre los vecinos de mayor prestigio, del estado civil, del militar, del clero, que hubiese asumido la soberanía en representación del rey; y prepararnos así para cuando él sea repuesto a su legítimo trono, y exigir entonces la creación de una monarquía bajo régimen libre en la cabeza de uno de los príncipes de la casa real de España, en todo con el régimen que había calculado el conde de Aranda y que como bien sabemos, contenía el pensamiento de una gran parte de los hombres de Estado de la península.
Tengo la idea de que la lucha heróica que sostienen los españoles contra el insolente invasor que los oprime ha de triunfar y, ha de traer como consecuencia, el surgir de una monarquía libre, con Cortes y cuerpos intermedios que moderarán el despotismo monárquico que ha regido hasta aquí. Entonces, habríamos podido optar entre seguir formando parte de la nación española, con el envío de nuestros diputados a esas Cortes, o la separación cordial como monarquía independiente y aliada por los vínculos de la familia reinante, del idioma y de la nacionalidad, para entrar así con calma y con moderación en el campo de los cambios y adelantos que nos hubiera ido trabando el tiempo y la experiencia.
Ya usted ve pues, que le han dado ideas injustas sobre mi modo de pensar, y que tan lejos de ser adversario del establecimiento de un gobierno interior y soberano en este virreinato, habría estado con sus amigos de Ud. si hubiesen tomado otro camino.
Lo que ellos han hecho es un trastorno tan profundo en todo lo que era y debía ser este país que, para mi, han abierto una brecha funesta en el orden social; en la que no vamos a cosechar sino catástrofes, guerras civiles, odios de los unos contra los otros, confusión de ideas, proyectos sin asiento seguro, innovaciones de cada día, atropellamiento de derechos sagrados, rivalidades mezquinas, gobiernos sin respetabilidad y un caos por último, que será el complemento de la ruina, porque acabaremos devorándonos unos a otros y cayendo por fin en manos de un poder extranjero, del inglés quizás, que barrerá de esta tierra nuestra lengua, nuestra religión, y nuestras familias.
Yo sé que por ahí dicen que mi modo de pensar proviene de la jerarquía elevada de que goza mi familia en España y en el país, que suponen que todo esto me contraría porque tenía ya asegurado un obispado pingüe en el interior. Todo pudiera ser, porque aunque no me doy cuenta de que los intereses personales tengan ese grande influjo sobre mis ideas, a nadie le es mandado mirar las cosas y los sucesos de su país con independencia de la posición que ocupa en él. Lo que sí le puedo decir a usted, es que si llegara yo a ver que había estado engañado, y viera al país estatuido con un gobierno serio, prudente y fuerte contra el desorden, confesaré ingenuamente mi error y aceptaré la independencia nacional con amor y devoción; pero yo quiero el orden, la seguridad y la libertad antes que la independencia, y por desgracia veo que cualesquiera sean las fuerzas con que se pretende que todo esto se hace por conservar la integridad de estos dominios al rey Fernando VII y a la España, todo eso es mentira evidente; y nos echamos en la independencia sin haber pensado como vamos a consolidar un gobierno que la salve, que era lo primero.
Y quiera Dios mi amigo, que después de habernos hecho criminales contra el orden establecido, no acabemos por ser vencidos y castigados como réprobos y rebeldes.
Entonces, los entusiastas y los tibios hemos de caer bajo el mismo azote, y ya usted verá que de entre los primeros han de salir los traidores y los tránsfugas.
No tenemos costumbres políticas, con lo sucedido perdemos toda idea de disciplina, no tenemos hombres consagrados en el respeto público que nos dirijan. Todo lo nuevo va a salir del alboroto público y del apuro del momento. Como dice muy bien Cañete: "el gobierno de América ha sido puramente derivativo y se ha mantenido solo por el favor de los empleos y de las gracias particulares que se esperaban de los funcionarios; y sólo el poder armado del soberano ha contenido la osadía de las manos rebeldes que han dejado de obrar antes a pesar suyo".
Ahora parecen estar triunfantes, y yo me abismo al pensar en lo que harán bajo las leyes inflexibles de la necesidad y de la lucha a muerte en que hemos entrado; roto el muelle real que daba impulso a esta máquina, se ha de desconcertar todo su movimiento.
¿Cuando, en qué formas y por quienes se habrá de constituir el magisterio que correspondería a la soberanía americana o a la de este virreinato? ¿Nos consentirán esta situación los otros virreyes? Claro es que no; luego, vamos a la guerra civil y emprendemos una aventura desesperada contra el resto del país y contra la España que será apoyada dentro de poco por todas las potencias que la ayudan a librase de Napoleón.
La prueba más palpable que usted tiene de esto es la conducta y los procederes de la Junta.
Su primer paso es una expedición militar contra Córdoba, donde se ha concentrado el poder de los jefes leales al orden atacado por la innovación del 25 del corriente.
Esta expedición es ya un atentado en sí misma, se lo he dicho ayer a Rivadavia y a López que vinieron a traerme la carta de usted y que quisieron convencerme de que yo había hecho mal en no votar con ellos el 22 y retirarme del Cabildo. El empleo de las ramas contra los magistrados legítimos del país es cosa muy grave. "Vencerán o serán vencidos" les dije. "Si lo primero, ustedes tienen que ir... que ir... que ir... hasta el fin del mundo, porque la empresa no tiene término mientras haya españoles en América y en España. No se hagan ustedes ilusiones; la tarea es eterna y quizás de un siglo". "Si ustedes son vencidos serán castigados como rebeldes y traidores". "Estamos dispuestos a todo" me contestaron. "Así será" les dije, "pero es que ustedes no piensan en la suerte fatal de las familias y del vecindario inocente; ustedes no piensan en el gobierno de exterminio, de venganzas y sospechas que tiene que crearse hasta exterminar todo germen de rebelión; y si ustedes vencen tienen que hacer lo mismo, destruir fortunas, sacrificar hombres, dar batallas, perseguir, vigilar siempre, y después de eso, no queda lugar ninguno para ese gobierno libre que ustedes van buscando. Me contestaron que yo exageraba, porque no había visto de cerca el entusiasmo y el temple del pueblo. López me dijo. "Todas las revoluciones traen algunas de esas consecuencias que usted apunta y que yo también temo, pero cuando los pueblos que las hacen se hacen fuertes y saben triunfar, hacen respetar su gobierno; y cuando esas revoluciones se hacen con un fin claro de conseguir la libertad, la victoria da la libertad para todos y también da gobiernos justos para todos. Es más o menos lo que usted me dice; y yo no lo negaría si el principio y el fin estuvieran tan próximos entre sí como ustedes lo ven; y mientras tanto, lo que a mi me alarma, es el intermedio que los separa y los horrores y catástrofes de lo que veo erizado, el intermedio.
Y de no, vea usted esa expedición armada que marcha al interior; al primer paso, la revolución del 25 se ha encontrado sin más salida que la guerra. Ha querido reunir un Congreso Soberano de Diputados de las Provincias del virreinato para que vengan a la Capital a establecer la forma de gobierno que se considere más conveniente. Pero como nuestros pueblos no saben elegir ni tienen medios para elegir, ni formas, ni garantías para elegir, se tropieza con la cuestión formidable de que si los Diputados vienen electos bajo el mando de los que gobiernan desde Córdoba a la Paz, vendrá una inmensa mayoría que repondrá al señor Cisneros y que tratará en el Congreso Soberano como a traidores y rebeldes a todos los autores de esta revolución. ¿Como hacer?
Mandar una expedición armada para que quite gobernantes enemigos y ponga gobernantes amigos y todos estarán de acuerdo con la revolución.
Pero ¿donde queda la libertad?...Queda como antes, porque en medio de la guerra civil no se puede elegir ni cabe esa libertad con la que la Junta cohonesta su expedición. ¡Y más todavía! Lo que el acta del 25 estableció fue que los Diputados viniesen a establecer la forma del gobierno nuevo en un Congreso, es decir, formando un cuerpo constituyente y deliberante como el de la Asamblea Constituyente de la Revolución Francesa; pero como a pesar de todo la Junta desconfía de que las provincias participen de las ideas y propósitos que aquí dominan, la Junta ha cambiado prudentemente -por no decir otra cosa- y con razón, el texto del acta del 25, y establece en una circular del 27 cuya copia he visto, que los Diputados se han de incorporar a la Junta conforme vayan llegando, para sofocar así en su seno toda resistencia y prevenir el escándalo que producirían las divergencias de un debate público. Yo presumo que si se juntan esos diputados, nacerá al instante la discordia.
Cañete ya lo ha dicho: "¿Que capital y que provincia se ha de llevar el gobierno a su casa, y quien ha de tener bajo su mano la capital y el gobierno del resto? De todos modos, un gobierno como el que se ha de formar por esa circular del 27 cuya copia he visto, es un gobierno sin formas y sin garantías (recordar manifiesto de Matheu, patito)un Directorio colectivo del que poco a poco han de ir saliendo los unos y entrando otros a gobernar el empuje de la intriga y de las rivalidades.
Se cumplió lo comprometido, y el 13 de junio partiría sin más dilaciones con quinientos hombres, el brigadier don Francisco Ortiz de Ocampo secundado por don Antonio González Balcarce. Hipólito Vieytes sería el delegado de la Junta.
La caída del aparato administrativo no se efectuaría sin perturbaciones ni conatos de resistencia. Absurdo era pensar lo contrario. El virrey depuesto -aún en Buenos Aires- los oidores y muchos capitulares, así como otros sectores interesados esperaban confiados que no pudiera validarse en el interior lo obtenido -sonsacado- por los vecinos porteños. No tardaríamos demasiado en experimentar reveses de los cabildos del interior. Ya habían partido oportunamente emisarios secretos con el fin de transmitir confianza y afirmar lealtades.
Lamentablemente, Liniers sería presa de su desconcierto y de su cortedad de miras.
Se contaban las horas...Liniers encabezaba la vuelta al orden, no había "qué" oponer ante semejante presagio. ¿El plan? Aunar fuerzas con Goyeneche del Alto Perú, habida cuenta que las gobernaciones más importantes del virreinato (Montevideo, Córdoba, Asunción) así como la influyente Lima, habían manifestado no reconocer la autoridad del Cabildo porteño en la materia. Además, el propio Goyeneche había dado cuenta oportunamente de las rebeliones de Chuquisaca y de La Paz lo que lo tornaba en un enemigo cuasi invencible. Montevideo, Alto Perú y Córdoba, sería el eje de la reacción.
La Junta no demoró ni dudó. Había que fijar posición y eso se haría. Liniers, el gobernador de Córdoba don Juan Gutiérrez de la Concha (también partícipe de la gloriosa Reconquista) y el resto de los implicados, serían pasados a mejor vida el 23 de agosto en "Cabeza de Tigre". Pocas muertes para una Revolución. Pero dolorosas.
A todo esto, Paraguay había establecido contacto con Montevideo, y así las cosas, el 27 de junio ya nos había notificado a través de su gobernador Velazco su total desconocimiento del gobierno de Buenos Aires y su natural acatamiento al Consejo de Regencia de la Isla de León.
Se cerrarían las comunicaciones entre el puerto de Buenos Aires y Asunción, se resolvería separar del Paraguay el territorio de Misiones, y la formación de un ejército que marcharía raudamente hacia tierras guaraníes. El mismo sería capitaneado por un vocal de la Junta, por don Manuel Belgrano. El 2 de setiembre saldría Belgrano hacia Asunción, pero eso...va a esperar un poco.
También se comenzó a preparar una escuadra para hacer frente a la de Montevideo abiertamente declarada en contra de la Junta y dueña de las vías fluviales.
Que quede claro: nunca estuvo en las mentes de nuestros patriotas que la empresa sería aceptada por una natural disposición de los ánimos.
Vemos también que, en el plano internacional, se buscaba no lesionar el tráfico comercial con los ingleses lo que aseguraría su neutralidad en estos asuntos. A tales efectos, la Junta comisionó a Londres a don Matías Irigoyen quien se entrevistaría con Lord Wellington. En paralelo a esto, Moreno mantendría correspondencia con Lord Strangford el ministro bien conocido por nosotros ante la corte de los Braganza en Río de Janeiro, con el fín de establecer posición en cuanto al bloqueo que nos propinaba la flota montevideana y de mantener encendida la llama de Carlota, reavivada ante las derivaciones de nuestro Mayo. Recibiríamos una ayuda inesperada: la Campaña de Montevideo. Ya el interior se sublevaba contra la voluntad de la ciudad. Recuerde que se lo habíamos advertido. Ahora es buen momento para respirar un poco y para escucharlo nuevamente a Palacio
"Ni Montevideo ni Paraguay ni el Alto Perú eran más "realistas" que Buenos Aires, cuya Junta gobierna en nombre de Fernando VII. La resistencia -por supuesto que encabezada por funcionarios provenientes de la península que se resisten a perder sus privilegios- halla pábulo no tanto en la adhesión a la corona sino en el vivo sentimiento de animadversión a Buenos Aires reinante en todo el interior, cuyo origen conocemos y que se había intensificado en el curso del régimen virreinal a raíz de la "Ordenanza de Intendentes", del comercio libre y de la subordinación de los intereses generales a los del puerto único.
En la Asunción actuaba el viejo orgullo de "ciudad fundadora" sometida a injusto enclaustramiento, que coartaba su desarrollo y la comercialización de sus riquezas cuyos precios se fijaban el la Capital.
Montevideo se sentía también subordinada, por ser Buenos Aires el punto final de "navegación de registro" y la vía obligada a los grandes mercados consumidores del noroeste.
Por lo que hace al Alto Perú y a todo el noroeste, el régimen virreinal había significado opresión y estancamiento cuando no ruina de sus industrias; y sobretodo anulación de las antiguas prerrogativas comunales absorbidas por los Intendentes. Se agrega el rencor reciente por la actuación de los patricios en la represión de Charcas. Todo esto incidía sobre un sedimento de reflejos encomenderos y aristocráticos y proveniente de la conciencia de un mejor origen que el de la población adventicia del puerto remoto y opresor. Estos sentimientos se compartían en toda la región hasta Córdoba, donde sin dudas hubieran triunfado los conspiradores de no haber mediado la rápida marcha de la "Expedición Auxiliadora".
Tales y no otras fueron las causas de la resistencia. A lo que ha de agregarse que las regiones donde se manifestó ganaban más inmediatamente con ella que con el acatamiento a la Capital pues hallaban oportunidad de abrir vías nuevas para sus productos por Brasil y el Perú. La oposición a Buenos Aires en cuya Junta se veía (no sin razón) un órgano de alcance meramente municipal y una autoridad improvisada y adventicia, encontró buen pretexto en el acatamiento al Consejo de Regencia como podría haberse recurrido a cualquier otro".
Los diputados electos por los Cabildos del interior comenzarían a llegar a Buenos Aires para Junio. Algunos de los que venían eran hombres de calidad; una buena parte de ellos eran clérigos, como el deán de la Catedral de Córdoba doctor Gregorio Funes y el doctor jujeño Juan Ignacio de Gorriti: plumas mayores de nuestra revolución.
Al finalizar el año las noticias llegadas del interior eran algo más auspiciosas.
La expedición del Norte, ahora al mando de Balcarce, que se había iniciado con un doble contraste en Cotagaita, logró el 7 de noviembre una decisiva victoria en Suipacha sobre el ejército del Alto Perú al mando de Nieto, lo cual derivó en el alzamiento de Potosí y la captura y fusilamiento de Nieto y del gobernador Paula Sáenz. Oportunamente volveremos sobre el tema.
Todo esto se habría salvado a mi modo de ver, creando una regencia y un Consejo de Estado.
El señor Cisneros no estaba distante de estas ideas. Podría haberse tratado de todo esto con calma, y se hubiera completado y coordinado el sistema. Pero todo ha sido inútil. Un empujón lo ha volcado todo y ríase usted de cuentos: ya no hay más alternativa que la República independiente o la contrarrevolución.
Sin embargo, le repito a usted que no me tenga por adversario inflexible de los acontecimientos. En la situación de mi espíritu, prefiero la República a la contrarrevolución. La tengo por imposible, no veo como la van ustedes a hacer aventuradísima en las condiciones actuales del mundo y del país. Pero repito a usted que si la hacen, y que si la veo gobernada por hombres de responsabilidad y de carácter para hacerla respetar, me reconciliaré con ella y la he de servir.
Si me retiré del Cabildo en la noche del 22 sin votar, fue porque todo lo que ví me desanimó. Llevaban la voz hombres sin experiencia y sin un adarme de juicio propio en esto de los negocios de Estado. Me parecían ciegos echados a correr con el país a cuestas entre barrancas y precipicios.
El señor Cisneros no estaba distante de estas ideas. Podría haberse tratado de todo esto con calma, y se hubiera completado y coordinado el sistema. Pero todo ha sido inútil. Un empujón lo ha volcado todo y ríase usted de cuentos: ya no hay más alternativa que la República independiente o la contrarrevolución.
Sin embargo, le repito a usted que no me tenga por adversario inflexible de los acontecimientos. En la situación de mi espíritu, prefiero la República a la contrarrevolución. La tengo por imposible, no veo como la van ustedes a hacer aventuradísima en las condiciones actuales del mundo y del país. Pero repito a usted que si la hacen, y que si la veo gobernada por hombres de responsabilidad y de carácter para hacerla respetar, me reconciliaré con ella y la he de servir.
Si me retiré del Cabildo en la noche del 22 sin votar, fue porque todo lo que ví me desanimó. Llevaban la voz hombres sin experiencia y sin un adarme de juicio propio en esto de los negocios de Estado. Me parecían ciegos echados a correr con el país a cuestas entre barrancas y precipicios.
Ya había sido convocado el congreso a través de esquelas enviadas casa por casa a 450 vecinos notables, criollos y españoles.
El Cabildo presidió el congreso, Buscaba con su actitud racional y franca conciliar la permanencia del gobierno del virrey con las demandas del pueblo.
Equilibrar los partidos era a todas luces una movida reaccionaria desde el sentir popular. Veremos si además de esto, era lo más conveniente.
Tres partidos bien claramente definidos pugnaron en el congreso.
El partido metropolitano, encabezado por la Audiencia, que se componía de los oidores, burócratas y vecinos españoles en su mayoría más el respaldo moral del obispo.
El partido conciliador, que obedecía a alcaldes y regidores municipales y que contaba como cuestión de peso con la adhesión de don Pascual Ruiz Huidobro, uno de los notables en los días de la Reconquista. Claramente buscaba amalgamar las demandas de las tendencias extremas, resolviendo la coyuntura con la creación de un gobierno provisional dependiente siempre de la autoridad suprema de la península. Hasta tanto se designare tal gobierno, sería el propio Cabildo quien comandara la jefatura de gobierno. varios patriotas apoyaron esta postura, entre los más notables, don Nicolás Rodríguez Peña, don Feliciano Chiclana, don Hipólito Vieytes, don Juan Ramón Balcarce y don Juan José Viamonte.
El tercer partido era propiamente el patriota.
Pulseaba por la destitución inmediata del virrey (no aceptaba otra alternativa sobre este respecto) y la formación de un gobierno propio cuyo mandato fuere conferido por el propio pueblo. Este partido tenía a su vez dos líneas internas de acción y pensamiento; uno, delegaba en el Cabildo la facultad de designar y ordenar al nuevo gobierno y otros que buscaban que la elección fuere producto de la libre elección popular. Don Cornelio Saavedra estaba dentro de la primera línea de pensamiento, Castelli, joven y vehemente, por la segunda.
Augurándose caldeada discusión se dio por abierto el congreso con la asistencia puntual del obispo, de los oidores de la Audiencia y de doscientos veinticuatro ciudadanos respetables, quedando sin asistir otros tantos vecinos quizás intimidados por la decidida actitud intransigente de los patriotas.
Eran las nueve de la mañana, y ya una multitud colmaba todos los accesos a la Plaza Mayor cuyas bocacalles estaban custodiadas por piquetes de tropa armada.
Y se abrió la sesión. El Escribano del cabildo leyó el discurso preliminar planteando los temas y la tónica del congreso que serían "...hablar con toda libertad, evitando toda innovación peligrosa, teniendo presente que, sin la unión de las provincias interiores todas las deliberaciones quedarían frustradas si no nacían de la ley o del consentimiento general de los pueblos".
Tomó la palabra en primer lugar el asturiano obispo Lué.
Un fragmento de su conclusión: "...mientras existiese en España un pedazo de tierra mandado por españoles, ése pedazo de tierra debía mandar en las Américas, y que mientras existiese un sólo español en las Américas, ése español debía mandar a los americanos llegando el mando a los hijos del país cuando ya no hubiese un solo español en él". La voz del obispo había hablado.
Muchas voluntades se vieron atontadas ante la arrogancia y la seguridad transmitidas por el prelado, al tiempo que entre los patriotas, se echaban suertes para ver quien saldría a contestarle.
Fueron el capitán don Nicolás de Vedia y el doctor don Cosme Argerich quienes tomaron del brazo a Castelli y lo empujaron a asumir la representación ante el congreso.
Ni bien empezó su discurso, el obispo lo interrumpió alegando que
"a mi no se me ha llamado a este lugar a sostener disputas sino a manifestar libremente mi opinión, y así lo he hecho". Vemos claramente en que estima tenía el obispo a este congreso, y que tan clara era su posición frente a las demandas en ciernes.
Castelli buscó urgido su voz. Y la halló, pese a las intimidantes afirmaciones de nuestro obispo.
Buscó entre los argumentos uno saludable para la causa. Se remontaba a la jura de las autoridades americanas hacia Fernando el deseado y no ante la España; medida absolutista desde donde se la mire pero bastante conveniente en estos momentos.
Si América no dependía de España sino solo de su monarca, ante su ausencia caducaban todas sus delegaciones en la metrópoli, concluyendo "la España ha caducado en su poder para con la América y con ella las autoridades que son su emanación. Al pueblo corresponde reasumir la soberanía del monarca e instituir en representación suya un gobierno que vele por su seguridad".
Se cambió la tonalidad del Congreso.
El Síndico procurador, el doctor Julián Leiva, propuso como cuestión a considerarse a votación (ya no se hablaría más de "opinar libremente" sino de "discutir")si la moción de Castelli se consideraba aceptada o no por la concurrencia.
Los propios abogados de la corona no tuvieron otra alternativa que aceptarla, habida cuenta que no podía renegarse de una doctrina que los propios reyes habían expresamente consignado en el Código de Indias y que luego sería ampliada por los comentadores y legitimada en toda práctica, medida precautoria que en su momento buscaba mantener la fidelidad de las Américas aún si Napoleón cambiaba la corona de cabeza. Era Fernando el eje de la discusión entonces y no podía modificarse hoy sin riesgo de perder toda la estructura jurídica en plena vigencia.
La Audiencia en pleno tuvo que asumir este punto como de partida. Si hubo una especulación de inadvertencia sobre este asunto, quedará desde el inicio descartada.
Tomaría la palabra el avispado fiscal Villota, oráculo entre los constitucionalistas coloniales y voz insoslayable en los tiempos que corrían. Inició su discurso aceptando la premisa de Castelli, de que perdida España la soberanía del monarca retrovertía a los pueblos de hecho o de derecho, pero sostuvo otras consecuencias no previstas que se derivaban de tales premisas.
A la espaciosa exposición de Castelli que encerraba la soberanía de todos los pueblos del virreinato en un solo municipio, opuso la sólida doctrina de la verdadera representación de los pueblos la cual, aún admitiendo que España se perdiese, no podía ejercerse por una sola provincia sino por todas las provincias representadas por sus diputados reunidos en congreso, abogando así por el derecho de las mayorías legales; y negó a una simple minoría -el cabildo de Buenos Aires lo era- la facultad de estatuir por sí en lo que a todos interesaba y competía, comprometiendo a la comunidad entera en una serie de trastornos radicales, por lo que concluyo aconsejando que debía aplazarse el voto hasta tanto todas las partes pudiesen ser consultadas, sin perjuicio esto de que se asociasen al virrey la figura de una presidencia provisoria con dos miembros de la Audiencia, corporación que igualmente derivaba del monarca en cuestión, Fernando.
(Recordemos que ésta alternativa fue la expuesta por Cisneros en al oportunidad de ser consultado).
Villota dio muestras de sagacidad. Aprovechó el envión anímico creado por la elocuencia de Castelli, y lo volcó hacia un punto innegable difícil de contrarrestar, sobretodo cuando se está preparado para confrontar y no para conciliar. También basó sus argumentos en la antigua constitución española. Al fin y al cabo, nadie puede pretender una Constitución revolucionaria o endilgarle tal cuestión a los españoles.
Se trataba del derecho basal de los Cabildos, que nombraban a sus procuradores o diputados municipales para que en representación de las ciudades libres fueran a formar cortes o congresos, y dictasen leyes en nombre del común y de la comunidad; era el mismo derecho que España acababa de resucitar para enfrentarse a la invasión francesa y que la Audiencia reclamaba para todos los cabildos del virreinato en cuanto le convenía a la par de Buenos Aires y en igualdad de condiciones.
Pero esta doctrina de parlamentarismo comunal, la ley de mayorías legales, germen de una federación embrionaria que respondía al derecho de todos y de cada uno de los miembros de la República Municipal, había sido invocada por el propio Cisneros en ocasión ya mencionada. Evidentemente, Villota respaldaba al virrey con una estrategia bien planteada y no necesariamente antipatriota o decididamente reaccionaria. En el fondo, lo que se buscaba era ganar tiempo y esperar a ver el desenlace de los acontecimientos en Europa, tan oscilantes y tan imprevisibles, proveyéndose a futuro con un congreso general de todos los diputados de las provincias designados por los cabildos pertinentes, sobre los cuales podían ejercer una acción directa. Defendían lo suyo, a no dudarse.
Volvamos a nuestro congreso.
La habilidad de Villota había colocado involuntariamente a nuestros patriotas en el papel de "Absolutistas", herederos del monarca: ahora éramos nosotros quienes defendíamos la soberanía del monarca mientras ellos preservaban la de los municipios y las "mayorías legales".
Hasta este punto de la discusión, siempre se había encuadrado todo en la legislación existente o sea, en el derecho colonial. De ahí la necesidad de que sea el propio virrey quien convoque al congreso y que el propio Cabildo sea el escenario natural de discusión. Dicho de otro modo, ninguno aceptaba la ilegalidad como un [*]medio válido. ´
Y sostener el absolutismo monárquico por sobre el derecho de los municipios se representaba como un esfuerzo usurpador y arrogante de facultades jamás demostradas. Que el simple voto de una sola ciudad decida el destino por todas era desde todo punto de vista inaceptable.
El silencio se adueñaría de todas las voluntades. Tanto remar para llegar aquí.
Cuando de pronto...se alzó entre los presentes la figura del doctor don Juan José Esteban del Paso.
Inició su discurso en el plano casuístico, aceptando las formas consagradas, devolviendo así gentilezas al fiscal Villota. Luego, llevaría el asunto hacia un costado práctico, aclarando las posiciones representadas en el congreso y apuntando al problema de fondo.
Planteó seguidamente a Buenos Aires como una hermana mayor que ante una grave contingencia, asume la gestión de los negocios familiares con el fin de preservar los intereses de todos en aquellos asuntos que por lo mismo que son comunes son solidarios. Resuelta la cuestión jurídica, pasó sin demoras hacia la verdadera cuestión, la política.
Volvió a poner al actual congreso en su verdadera función y dimensión, de eventual juez y parte de una cuestión que amerita resolución efectiva y audaz.
Y cimentándose en la necesidad de validar las decisiones por el resto de los cabildos, planteó la indispensable distancia que debía existir entre el poder saliente y los convocados a tales consultas. Para dichas consultas sean "libres", debían de serlo en lo más elemental del término. Nadie puede pretender que se vote "libremente" contra el poder imperante, de ahí la necesidad del congreso y de la destitución del virrey, asegurando así un marco de absoluta transparencia para los hechos que subseguirían en el curso de los acontecimientos.
"Siendo la situación nueva" plantearía don Paso, "nuevos deben de ser los medios que se empleen".
Sería Buenos Aires entonces quien convoque al congreso general, al tiempo que el garante de transparencia en todo el proceso. Dicho de otro modo, es toda una revolución que proclama su derecho soberano despojando las vías y recursos existentes de gobierno en cualquier nivel y estrado.
"Esta fue la fórmula política de la Revolución de Mayo, municipal en su forma, y nacional en sus tendencias y previsiones", dice Mitre eufórico, y nosotros con él.
Un inmenso aplauso cerró la exposición de Paso. El partido metropolitano dio cuenta que, no teniendo apoyo de las armas (estaban fuertemente tuteladas por nuestros criollos) el voto popular no los respaldaría tampoco, y puesto así en el terreno de los hechos, poco tenían para oponer al asunto.
Se procedió al planteo de mociones de inmediato a fin de fijar una proposición para ser votada y de esclarecer las voluntades adueñadas del recinto.
Se propuso finalmente la siguiente, que sería la fórmula de nuestra Revolución del 25 de Mayo, y que subsistiera vigente por seis años hasta la propia declaración de "independencia":
"Si se ha de subrogar otra autoridad a la superior que obtiene el Excmo. señor Virrey, dependiente de la soberana que se ejerza legítimamente a nombre del señor D. Fernando VII, y ¿en quien?"
La votación fue abierta. Cada uno escribiría su voto y el Escribano del Cabildo lo leería en voz alta. Luego del obispo, llegaría el turno de don pascual Ruiz Huidobro. Su voto fue "que debía cesar el virrey y asumir su autoridad el Cabildo como representante del pueblo interín se formaba un gobierno provisional dependiente del soberano". Este voto fue aclamado puertas adentro y puertas afuera del Cabildo. La Plaza y las galerías estallaron. Ya se presentían los nuevos tiempos.
Llegaba la hora de votar de don Cornelio Saavedra. Coincidía en un todo con el de Huidobro agregando ""subrogarle en el modo y forma que hallase más conveniente, no quedando duda que el pueblo es el que confiere la autoridad o mando"
Castelli iría más allá. Adhiriendo al voto de don Cornelio, diría "que la elección del nuevo gobierno se hiciese por el pueblo junto al cabildo abierto sin demoras". Belgrano, moderado, votó simplemente junto a Saavedra, alejándose de su amigo íntimo Castelli.
La votación duraría hasta altas horas de la noche sin que el pueblo deje su puesto en la Plaza y en las galerías del Cabildo.
El cabildo terminaría dictaminando
"En la imposibilidad de conciliar la tranquilidad pública con la permanencia del virrey y régimen establecido, se faculta al cabildo para que constituya una Junta del modo más conveniente a las ideas generales del pueblo y circunstancias actuales, en la que se depositará la autoridad hasta la reunión de las demás ciudades y villas". Estaba todo dicho. Sí. Pero dejemos que sea Mitre quien agregue:
"El reloj del cabildo daba las doce de la noche al tiempo de terminarse la votación. Aquella fue la última hora de dominación española en el Río de la Plata. La campana que debía tocar más adelante las alarmas de la Revolución, resonaba en aquel momento lenta y pausada sobre las cabezas de la primera asamblea popular que inauguró la libertad y proclamó los Derechos del Hombre en la patria de los argentinos. El 22 de Mayo de 1810 es el día inicial de la Revolución Argentina, con sus formas orgánicas y sus propósitos deliberados". A la salud de todo el mundo.
(fin de la primera parte)
Postales de América
Expand 1st header | Collapse 1st header | Toggle 2nd header
1- Sacerdotes mexicanos
El oficio religioso en el México precolombino incluía habilidades para una extraña afición de los dioses: la de exigir sacrificios animales y humanos a cada rato...
'Mexican Priests'
The World, or the present State of the Universe.., 1810.
2- Incas del Perú en el Templo del Sol
A la par de los Aztecas en México, los Incas tenían sus particulares costumbres religiosas, a primera vista no tan sanguinarias como las de los aztecas y mayas.
"The Incas of Peru, consecrating his Vase, in the Temple of the Sun"
The World, or the present State of the Universe.., 1810.
"The Incas of Peru, consecrating his Vase, in the Temple of the Sun"
The World, or the present State of the Universe.., 1810.
3- El encuentro entre Atahualpa y los Dominicos...
se produjo en Londres, en este bello óleo de Henry Perronet Briggs.Al centro, vemos a Atahualpa desafiando en su mirada a la de Valverde, quien pareciera resguardarse de todo riesgo apelando a su Biblia pacificadora.
"Primer encuentro entre españoles y peruanos"
Henry Perronet Briggs, c.1820
"Primer encuentro entre españoles y peruanos"
Henry Perronet Briggs, c.1820
4- Habitación de los nativos de Tierra del Fuego.
El sur también existe, y en este caso, el extremo sur, de Tierra del Fuego, en una época en que aún vivían tribus nativas y que utilizaban particulares arquitecturas naturales como hogar.
"Habitation of the Natives of Tierra del Fuego, an Island of Extremity of South America"
c. 1790
"Habitation of the Natives of Tierra del Fuego, an Island of Extremity of South America"
c. 1790
Los Abuelos de la Independencia Hispanoamericana
por Pablo Martín Cerone
El relato habitual del proceso de independencia argentino comienza con las Invasiones Inglesas de 1806-1807, unas vez apuradas en unas pocas líneas las referencias a sucesos como la rebelión de Túpac Amaru. Esto puede llevar a pensar que el dominio español de América permaneció incontestado hasta el derrumbe de su monarquía a partir de 1808, lo que no es cierto. Con la intención de despejar esta cuestión es que nos permitimos brindar un breve resumen de algunos antecedentes remotos del proceso de independencia de las naciones hispanoamericanas. Nos sentiremos contentos si con esto lográsemos despertar el interés del lector para luego continuar indagando por su cuenta.
Omitimos en este informe las rebeliones de los pueblos originarios (como, por ejemplo, la de los calchaquíes del noroeste argentino de 1562, 1630-1643 y 1658-1665) por entenderlas una forma de resistencia a la colonización española, más que un antecedente de la independencia. Sin embargo, no cabe subestimar la importancia de su recuerdo, sobre todo en áreas donde la población aborigen era muy numerosa, como México o Perú.
El primer antecedente que vamos a citar es el de la rebelión de los Comuneros de Castilla entre 1520 y 1522, pero que el amigo lector no se sorprenda: sólo lo hacemos para destacar que algunas ideas que resultaron importantes a partir de los sucesos de Bayona de 1808 estaban en circulación desde mucho tiempo antes. En 1520, un documento redactado por frailes de Salamanca afirmaba, entre otros puntos, que “en el caso de que el rey no tuviera en cuenta a sus súbditos, las Comunidades deberían defender los intereses del reino". Los Comuneros, además, rechazaban a Carlos I pero se cuidaban de legitimar sus reclamos reivindicando a otro personaje de sangre real, Juana La Loca, madre de Carlos (cuya conocida incapacidad se reputaba momentánea).
El segundo antecedente ya tiene que ver con las tierras americanas, aunque en la época de la conquista: ante la muerte del Primer Adelantado del Río de la Plata, Pedro de Mendoza, la Real Cédula del 12 de setiembre de 1537 establecía que, en caso de muerte de su sucesor Juan de Ayolas, la autoridad legítima pasaba a ser aquella que fuera designada por el voto de los habitantes. Este antecedente fue utilizado por Domingo Martínez de Irala en 1544 para desconocer al Adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y tendría su importancia más adelante.
El tercer antecedente involucra un conflicto entre el gobernador del Paraguay Diego de los Reyes Balmaceda y el Cabildo de Asunción en 1717: el sustrato económico del mismo es la competencia entre las producciones de las misiones jesuíticas (apoyadas por el gobernador) y las de los agricultores criollos. Ante el enfrentamiento, la Audiencia de Charcas envió a investigarlo al criollo panameño José de Antequera y Castro en 1721.
Antequera aprobó los cargos de arbitrariedad contra el gobernador, y depuesto éste, fue designado sucesor por los autodenominados “comuneros”. (Es importante destacar que el término fue elegido siguiendo el ejemplo del movimiento castellano de 1520, lo que indica una continuidad histórica). Envalentonados, éstos enfrentaron a los jesuitas, que a su vez recurrieron al Virrey del Perú. Cuando el Virrey designó un nuevo gobernador, Antequera decidió desconocerlo. En 1724, el gobernador de Buenos Aires (y fundador de Montevideo) Bruno Mauricio de Zabala ocupó Asunción y puso en fuga a Antequera, que fue detenido en La Plata (hoy Sucre) y enviado a Lima, donde fue ejecutado en 1731.
Mientras Antequera estuvo preso en Lima, fue compañero de celda de Fernando de Mompox de Zavas, a quien impresionó vivamente con el relato de su historia. Mompox huyó de la cárcel y reorganizó a los comuneros de Asunción. En 1730 destituyó al gobernador y constituyó una junta gubernativa siguiendo el principio de los jesuitas Suárez y Mariana: “la autoridad común es superior a la del mismo rey”. Pero los comuneros volvieron a ser aplastados por un ejército conducido por Zabala en 1735. Éste además declaró nula la vieja Cédula de 1537, por no estar incluida en la Recopilación de 1680.
Pasamos ahora a la llamada Guerra Guaranítica de 1754-56. El Tratado de Madrid de 1750 cedía a Portugal las prósperas Misiones Orientales, a cambio de Colonia del Sacramento. Cuando entre marzo y abril de 1752 llegó a las Misiones la noticia de que se debía abandonar la tierra o reconocer a los portugueses como señores, los guaraníes se declararon en rebeldía, contando además con el apoyo de charrúas, guenoas y minuanes. Ante esta situación, el rey Fernando VI ordenó en 1754 al gobernador de Buenos Aires, José de Andonaegui, que tomara los siete pueblos de las Misiones por la fuerza y los entregara a Portugal. Un primer intento de Andonaegui y de un ejército portugués fue rechazado, pero en diciembre de 1755 los españoles y portugueses unieron fuerzas para derrotar a la guerra de guerrillas liderada por el jefe José Sepé Tiarayú. La victoria de los colonizadores en el Cerro Caibaté el 10 de febrero de 1756 marcó el comienzo del fin de la resistencia, que cesó en mayo de ese año.
Por una triste ironía de la historia, el rey Carlos III logró anular el malhadado Tratado de Madrid en 1761, debido a que los portugueses no habían cumplido con la cesión de Colonia.
En 1763, el Tratado de París hizo retornar todo a fojas cero: pero para entonces, el territorio de las Misiones estaba en ruinas. Los portugueses serían expulsados de Colonia sólo en 1777; los jesuitas, acusados de instigadores de la rebelión, fueron expulsados de los dominios portugueses en 1758 y de los españoles en 1767.
Los siguientes antecedentes serían imposibles de entender sin una referencia a las reformas que Carlos III adoptó a partir de 1759. Las mismas procuraban aumentar la recaudación impositiva en beneficio de la Corona, reducir el poder de las elites locales y aumentar el control directo de la burocracia imperial sobre la vida económica americana. El éxito de las reformas fue contraproducente, más allá del aumento de la recaudación: el descontento generado entre las elites criollas locales contribuyó notablemente a crear las condiciones necesarias para el proceso de emancipación.
Nótese la concurrencia temporal de los sucesos que detallaremos a continuación, nótese también que son anteriores a la Revolución Francesa y contemporáneos de la Revolución Norteamericana y, por último, nótese el importante papel de miembros de la proscripta orden de los jesuitas, por entonces recién expulsada de América por las autoridades españolas y portuguesas.
Quien luego fuera conocido como Túpac Amaru, José Gabriel Condorcanqui, era un adinerado comerciante mestizo, descendiente directo de los últimos emperadores incas. Discípulo de los jesuitas en Universidad de Cuzco, había sido compañero de Juan Pablo Vizcardo (de quien luego hablaremos). Era un gran lector: conocía la Biblia, los Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega, las Siete Partidas de Alfonso el Sabio y algunas obras de Voltaire y Rousseau.
En 1777 llegó a Lima el Visitador José Antonio de Areche, con la misión de aumentar las rentas de la Corona y sanear la administración pública. El Visitador incrementó las alcabalas (un impuesto a las ventas), creó las aduanas terrestres y empadronó a los mestizos para que pagaran tributo como los indios. Sus maneras autoritarias y su menosprecio por los funcionarios criollos le valieron graves enfrentamientos con el Virrey Manuel de Guirior, a quien hizo destituir en 1780.
Por ese entonces, Condorcanqui comenzó a protestar contra las prebendas exigidas por las autoridades, contra el abusivo régimen impositivo, contra el trabajo de los indios en las minas y por el reconocimiento oficial de su linaje real. Cansado de ser ignorado, se declaró en rebeldía el 4 de marzo de 1780. Al comienzo, reconoció la autoridad de la Corona, ya que Túpac Amaru afirmó que su intención no era ir en contra del rey sino en contra del “mal gobierno” de los corregidores. Pero su rebelión terminaría radicalizándose, llegando a convertirse en un movimiento independentista el 4 de noviembre del año antedicho, cuando se proclamó el Inca Rey Túpac Amaru. Tras mandar ahorcar al corregidor Antonio Arriaga, anunciar la abolición de las aduanas internas y los impuestos impopulares y, por primera vez en América, decretar la abolición de la esclavitud de los negros, derrotó en Sangarará a un ejército de 1200 soldados españoles. Cuando Cuzco estaba a su merced, Túpac Amaru cometió el error de llevar la lucha al Alto Perú: los virreyes de Lima y Buenos Aires enviaron a sus ejércitos contra él, siendo capturado y ejecutado con indecible crueldad el 18 de mayo de 1781, tras ser obligado a presenciar el martirio de sus amigos, esposa e hijos. Su primo Diego Cristóbal Túpac Amaru tomó entonces el liderazgo de la insurrección, hasta ser capturado y ejecutado en 1783.
Uno de sus hermanos menores, Juan Bautista, sería enviado a una prisión africana, donde languidecería hasta 1823, cuando fue liberado y embarcado hacia Buenos Aires. (Allí moriría en 1827).
Juan Bautista Túpac Amaru fue el monarca con el que Belgrano, San Martín, Güemes y Laprida soñaban para encabezar la gran nación sudamericana que debía nacer en julio de 1816.
Mientras Estados Unidos luchaba por su independencia y Perú ardía por la sublevación de Túpac Amaru, el 1º de enero de 1781 se descubría por casualidad en Chile la llamada Conspiración de los Tres Antonios. Sus líderes, los franceses Antoine Berney y Antoine Gramusset y el criollo José Antonio de Rojas, planeaban establecer una república independiente, dotada de un gobierno colegiado elegido por el pueblo. También se proponían el reconocimiento de derechos políticos a los pueblos originarios, la abolición de la esclavitud y la pena de muerte y la redistribución de la posesión de la tierra. Tras ser detenidos, los tres conspiradores fueron enviados a España: ambos franceses morirían como consecuencia de un naufragio, mientras Rojas salvaría su vida gracias a la encumbrada posición social de su familia. Con el tiempo, Rojas logró retornar a Chile, volviendo a ser arrestado en 1809: el descontento que causó este hecho contribuyó a acelerar el proceso definitivo de la independencia chilena. Murió en 1816.
Pocos meses después del levantamiento de Túpac Amaru, se produjo otra protesta masiva contra el régimen fiscal colonial, esta vez en Nueva Granada (la actual Colombia). El 16 de marzo de 1781, Manuela Beltrán se alzó en Socorro en protesta contra los impuestos y contra el Visitador Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, rompiendo en pedazos los edictos oficiales al grito de “viva el Rey y muera el mal gobierno”. El malestar comenzó en las clases populares, pero pronto se le unieron pequeños agricultores y comerciantes, de donde saldrían los líderes de la revuelta, como Juan Francisco de Berbeo, Salvador Plata, Antonio Monsalve y Francisco Rosillo.
Éstos constituyeron la junta llamada “del Común”, de donde les vino el nombre de “comuneros”. Cuando se adhirió a la protesta Ambrosio Pisco, un cacique de buena posición económica, se sumó a las demandas la devolución de tierras a los pueblos originarios. Cuando los comuneros llegaron a reunir 20 mil personas en marcha hacia Santafé de Bogotá, el Visitador huyó a Cartagena. Entonces el Virrey Manuel Antonio Flores envió a una comisión de funcionarios a negociar en El Mortiño, que aceptó gran parte de los reclamos: se rebajaban unos impuestos, se suprimían otros, se convenía en dar preferencia a los americanos sobre los españoles para algunos cargos oficiales, se acordaba un perdón oficial a los comuneros. La negociación finalizó con un juramento ante los Evangelios y una misa solemne presidida por el Arzobispo Antonio Caballero y Góngora, quien procedió a convencer a los insurrectos de marchar a sus hogares.
Pero pronto el Virrey desconoció las capitulaciones, bajo el argumento de que habían sido firmadas bajo amenaza. Un grupo de comuneros, liderado por José Antonio Galán, volvió a levantarse, pero esta vez, para horror de los pequeños comerciantes y hacendados criollos, las reivindicaciones se habían radicalizado: incluían la abolición de la esclavitud y la servidumbre y la destrucción de todo instrumento de tortura. Galán fue apresado en octubre de 1781: se le condenó a la pena de muerte y al desmembramiento de su cadáver, se declaró infame su descendencia y se le confiscaron sus bienes. Otros dirigentes de la protesta terminarían ejecutados o desterrados a Panamá o al África.
Entre los precursores olvidados de la independencia hispanoamericana figura el jesuita argentino Juan José Godoy, nacido en 1728 en el seno de una familia criolla de Mendoza. Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, Godoy permaneció un tiempo escondido, pero terminaría siendo deportado a Italia en 1769. A partir de ese momento se haría partidario de la independencia de un estado que abarcaría Perú, Chile, Tucumán y la Patagonia. En esa misma década de 1780 en la que Túpac Amaru se levantó, Godoy viajó a Londres y a EE. UU. para buscar apoyos para sus planes. Las autoridades españolas lograron detenerlo gracias a un ardid, y Godoy moriría oscuramente en una prisión de Cádiz hacia 1787.
Otro jesuita que tendría un papel importante como precursor de nuestras patrias es el peruano Juan Pablo Vizcardo y Guzmán, nacido en 1748. Tras la expulsión de su orden, se refugió en Estados Papales, donde se enteró del levantamiento de Túpac Amaru, el que sintió como un llamado a la acción. En 1791 firmó una “Carta dirigida a los españoles americanos por uno de sus compatriotas”, editada en Londres. En ella, resume los tres siglos de coloniaje con cuatro palabras: “ingratitud, injusticia, servidumbre y desolación”. Es el primer documento político que plantea directamente la independencia total y la justifica con argumentos convincentes, y fue muy importante para la evolución de las ideas de Francisco de Miranda.
Cabe preguntarse que actitud habría tomado la Orden ante los sucesos de Mayo. Es posible que se hubiera mantenido en actitud de prescindencia, según afirma Furlong. Como fuere, a muchos miembros de la Compañía se les debe la difusión de las ideas que prepararon el camino para la independencia, además de haber sido firme sostén de las premisas de libertad e independencia en tiempos muy difíciles, a la espera de que éstos fueran más propicios.
En 1783, nada menos que uno de los principales ministros del rey Carlos III y su embajador ante Francia, el conde de Aranda, reflexionaba acerca del destino de América con posterioridad al surgimiento de los Estados Unidos con estas clarividentes palabras:
“...esta república federal nació pigmea, por decirlo así y ha necesitado del apoyo y fuerza de dos Estados tan poderosos como España y Francia para conseguir su independencia. Llegará un día en que crezca y se torne gigante, y aun coloso temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido de las dos potencias, y sólo pensará en su engrandecimiento... El primer paso de esta potencia será apoderarse de las Floridas a fin de dominar el golfo de México. Después de molestarnos así y nuestras relaciones con la Nueva España, aspirará a la conquista de este vasto imperio, que no podremos defender contra una potencia formidable establecida en el mismo continente y vecina suya”.
Además, afirmaba que “jamás han podido conservarse por mucho tiempo posesiones tan vastas colocadas a tan gran distancia de la metrópoli. A esta causa, general a todas las colonias, hay que agregar otras especiales a las españolas, a saber: la dificultad de enviar los socorros necesarios; las vejaciones de algunos gobernadores para con sus desgraciados habitantes; la distancia que los separa de la autoridad suprema, lo cual es causa de que a veces trascurran años sin que se atienda a sus reclamaciones... los medios que los virreyes y gobernadores, como españoles, no pueden dejar de tener para obtener manifestaciones favorables a España: circunstancias que reunidas todas no pueden menos que descontentar a los habitantes de América moviéndolos a hacer esfuerzos a fin de conseguir la independencia tan luego como la ocasión les sea propicia”.
A partir de este extraordinario diagnóstico escrito casi treinta años antes de las guerras de la independencia, el funcionario propuso al rey que “se desprenda de todas las posesiones del continente de América, quedándose únicamente con las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y algunas que más convengan en la meridional, con el fin de que ellas sirvan de escala o depósito para el comercio español. Para verificar este vasto pensamiento de un modo conveniente a la España se deben colocar tres infantes en América: el uno de Rey de México, el otro de Perú y el otro de lo restante de Tierra Firme, tomando VM el título de Emperador (…)”.
Ténganse presente estas ideas (esgrimidas, repito, por uno de los más importantes hombres de estado de la época) cuando se analicen tanto el proyecto de regencia de la Infanta Carlota como los diversos ensayos monárquicos de las primeras décadas de vida independiente de las naciones hispanoamericanas.
Para 1809, la hora estaba próxima. El 25 de mayo de ese año se levantaría Chuquisaca; el 16 de julio, La Paz; el 10 de agosto, Quito. Todas estas experiencias juntistas fueron prematuras y terminarían aplastadas, pero como dijera uno de los líderes de la insurrección de La Paz, Pedro Domingo Murillo, ejecutado el 29 de enero de 1810, “yo muero, pero la tea que he encendido no se apagará jamás”.
Sería cuestión de esperar unos pocos meses más.
Segunda parte
Antes de escribirle a usted en el tono en que lo hago, le pedí a López que fuese a referirle a Moreno el compromiso en que usted me ha puesto de escribirle, y que le preguntase si corría yo riesgo en hacerlo con franqueza y de acuerdo con mi modo de ver los sucesos (...) Me ha contestado por medio de López palabras muy lisonjeras, autorizándome a escribirle a usted como mejor me plazca, pero aconsejándome que por ahora no escriba en el mismo sentido a nadie más, de lo que me guardaré bien porque, mi amigo, no creo que tarden los actos de represión y rigor contra algunos oidores y contra el mismo Cisneros; y no crea usted que los repruebo, porque se van a presentar como necesidades imperiosas e ineludibles de la política nueva.
Apruebo la resolución que tiene usted de salir de Canelones; esa campaña va a entrar en grandes sacudimientos y como dice usted bien, hay por allí muchos fascinerosos.(...)
Me parece que le han exagerado mucho a usted el valor de la réplica que nuestro amigo Paso le dio al señor Villota. Fua hábil, no hay dudas, pero como raciocinio político y jurídico fue muy frágil. Hizo mucha impresión porque dio forma aparente a las pasiones y al entusiasmo de la multitud. El fiscal Villota argumentaba con razón que no era legítimo el cambio radical de las autoridades instituidas por el solo acto del vecindario de la capital; y que éste debía limitarse a la convocación de los demás pueblos del virreinato para que los diputados deliberasen y resolviesen. Este raciocinio no admitía ni duda ni contradicción justificada. Paso procuró rebatirlo invocando el caso de urgencia con la teoría jurídica del negotiorum gestor. "Buenos Aires" dijo, "es la hermana mayor de ésas provincias y vecindarios cuyos derechos se invocan, y se encuentra de improviso con que todo el gobierno de la monarquía se ha derrumbado en derredor suyo". No hay rey, no hay sucesor, no hay nación española. Todo el territorio europeo está ocupado por el enemigo; una sola ciudad española abarrancada y circunscrita a las orillas del mar es la única que se defiende en agonías, sitiada y por lo visto sin esperanzas de salvarse. Su plebe entregada a la anarquía del desorden y de la indisciplina por su propia situación extrema, desconoce y destituye a la Junta de Gobierno que se había dado la nación; y exige a su antojo una Regencia pretendiendo que esta entidad local sea la soberana de América.
¿Porqué se le niega a Buenos Aires que es cabeza del virreinato lo que se le quiere conceder a Cádiz que no es cabeza de nada? ¿Porqué no ha hecho Cádiz lo que ha hecho Buenos Aires? ¿Porqué no ha proclamado que el gobierno de los restos de la monarquía debe trasladarse al lugar donde estos restos están vivos, libres y organizados, y porqué no se ha declarado que Cádiz debe quedar sujeto como dependencia subalterna de la Regencia o del gobierno soberano que se erija en América que es la parte viva y libre que queda de toda la monarquía? ¿Porqué no ha declarado que las Cortes del reino se junten y funcionen en Buenos Aires así como Buenos Aires convoca a todas las demás provincias del virreinato para proveer a lo que reclama la circunstancia: la salvación y la integridad de los dominios del Río de la Plata? Pues que, ¿Un puerto de mercaderes es acaso el sucesor nato del rey y de la monarquía de España y de las Indias?
Con más razón y derecho podemos nosotros reclamarlo en nuestra propia tierra y para nuestra tierra que al fin, es más "España" que ese puerto reducido y anarquizado.
Yo no niego que el cambio es grande y profundo, y por lo mismo ha sido preciso emprenderlo en un momento en que no hay como demorar el resultado. El pueblo está agitado, convulsionado, no hay autoridad ni fuerza que pueda reducirlo a la dependencia de Cádiz. Nos encontramos en medio de un tremendo conflicto; no hay tiempo de llamar y de reunir las otras partes del virreinato, es menester salvarnos; y todo esto muestra que no tenemos más remedio que obrar por nuestra cuenta y obtener una garantía previa para los justos derechos que se invocan a fin de que los miembros del virreinato gocen de ella para declarar su voluntad. ¿A quien le puede corresponder esta actitud si no es al hermano mayor que vela por los derechos y por los intereses de la familia?
Estoy muy lejos de negarle a usted, le repito, lo hábil y bien combinado de esta arenga en los momentos en que se hizo. Pero la menor reflexión convence de su fragilidad, y es que el cambio, el proceder o el negocio sea apetecido por los ausentes y que sea evidente su utilidad para ellos. Por lo pronto, el cambio es la
guerra civil y el poder armado de la capital en marcha contra las autoridades establecidas en el interior. ¿Lo desean ellas? Se supone...pero es que no hay presunción jurídica cuando se trata de mudar gobiernos; y no es la demolición del bien común sino su conservación y su salvación lo que funda el caso excepcionalísimo del mandato oficioso y del gestor inautorizado. Suponer que los pueblos del interior son enemigos de sus gobernantes porque Buenos Aires no quiere mantener a los suyos, es gratuito.
Lo mejor hubiera sido ser franco y dejarse de hipocresías y decir claramente: hacemos una revolución y pretendemos llevarla adelante por las armas porque al fin y a la postre es la verdad; pero esta verdad es a mi juicio tan grave y peligrosa que me desanima a estar junto a ustedes a pesar de que le protesto a usted que en mi corazón les deseo el triunfo venga lo que viniere, porque lo contrario traerá una serie de atrocidades y ruinas, luto y desolación, de que por desgracia no nos faltan terribles ejemplos en la historia de las revoluciones prematuras y desgraciadas.
Apruebo la resolución que tiene usted de salir de Canelones; esa campaña va a entrar en grandes sacudimientos y como dice usted bien, hay por allí muchos fascinerosos.(...)
Me parece que le han exagerado mucho a usted el valor de la réplica que nuestro amigo Paso le dio al señor Villota. Fua hábil, no hay dudas, pero como raciocinio político y jurídico fue muy frágil. Hizo mucha impresión porque dio forma aparente a las pasiones y al entusiasmo de la multitud. El fiscal Villota argumentaba con razón que no era legítimo el cambio radical de las autoridades instituidas por el solo acto del vecindario de la capital; y que éste debía limitarse a la convocación de los demás pueblos del virreinato para que los diputados deliberasen y resolviesen. Este raciocinio no admitía ni duda ni contradicción justificada. Paso procuró rebatirlo invocando el caso de urgencia con la teoría jurídica del negotiorum gestor. "Buenos Aires" dijo, "es la hermana mayor de ésas provincias y vecindarios cuyos derechos se invocan, y se encuentra de improviso con que todo el gobierno de la monarquía se ha derrumbado en derredor suyo". No hay rey, no hay sucesor, no hay nación española. Todo el territorio europeo está ocupado por el enemigo; una sola ciudad española abarrancada y circunscrita a las orillas del mar es la única que se defiende en agonías, sitiada y por lo visto sin esperanzas de salvarse. Su plebe entregada a la anarquía del desorden y de la indisciplina por su propia situación extrema, desconoce y destituye a la Junta de Gobierno que se había dado la nación; y exige a su antojo una Regencia pretendiendo que esta entidad local sea la soberana de América.
¿Porqué se le niega a Buenos Aires que es cabeza del virreinato lo que se le quiere conceder a Cádiz que no es cabeza de nada? ¿Porqué no ha hecho Cádiz lo que ha hecho Buenos Aires? ¿Porqué no ha proclamado que el gobierno de los restos de la monarquía debe trasladarse al lugar donde estos restos están vivos, libres y organizados, y porqué no se ha declarado que Cádiz debe quedar sujeto como dependencia subalterna de la Regencia o del gobierno soberano que se erija en América que es la parte viva y libre que queda de toda la monarquía? ¿Porqué no ha declarado que las Cortes del reino se junten y funcionen en Buenos Aires así como Buenos Aires convoca a todas las demás provincias del virreinato para proveer a lo que reclama la circunstancia: la salvación y la integridad de los dominios del Río de la Plata? Pues que, ¿Un puerto de mercaderes es acaso el sucesor nato del rey y de la monarquía de España y de las Indias?
Con más razón y derecho podemos nosotros reclamarlo en nuestra propia tierra y para nuestra tierra que al fin, es más "España" que ese puerto reducido y anarquizado.
Yo no niego que el cambio es grande y profundo, y por lo mismo ha sido preciso emprenderlo en un momento en que no hay como demorar el resultado. El pueblo está agitado, convulsionado, no hay autoridad ni fuerza que pueda reducirlo a la dependencia de Cádiz. Nos encontramos en medio de un tremendo conflicto; no hay tiempo de llamar y de reunir las otras partes del virreinato, es menester salvarnos; y todo esto muestra que no tenemos más remedio que obrar por nuestra cuenta y obtener una garantía previa para los justos derechos que se invocan a fin de que los miembros del virreinato gocen de ella para declarar su voluntad. ¿A quien le puede corresponder esta actitud si no es al hermano mayor que vela por los derechos y por los intereses de la familia?
Estoy muy lejos de negarle a usted, le repito, lo hábil y bien combinado de esta arenga en los momentos en que se hizo. Pero la menor reflexión convence de su fragilidad, y es que el cambio, el proceder o el negocio sea apetecido por los ausentes y que sea evidente su utilidad para ellos. Por lo pronto, el cambio es la
guerra civil y el poder armado de la capital en marcha contra las autoridades establecidas en el interior. ¿Lo desean ellas? Se supone...pero es que no hay presunción jurídica cuando se trata de mudar gobiernos; y no es la demolición del bien común sino su conservación y su salvación lo que funda el caso excepcionalísimo del mandato oficioso y del gestor inautorizado. Suponer que los pueblos del interior son enemigos de sus gobernantes porque Buenos Aires no quiere mantener a los suyos, es gratuito.
Lo mejor hubiera sido ser franco y dejarse de hipocresías y decir claramente: hacemos una revolución y pretendemos llevarla adelante por las armas porque al fin y a la postre es la verdad; pero esta verdad es a mi juicio tan grave y peligrosa que me desanima a estar junto a ustedes a pesar de que le protesto a usted que en mi corazón les deseo el triunfo venga lo que viniere, porque lo contrario traerá una serie de atrocidades y ruinas, luto y desolación, de que por desgracia no nos faltan terribles ejemplos en la historia de las revoluciones prematuras y desgraciadas.
""El cerebro -nos dijo cierta vez un profesor de la Escuela formal- es una glándula que segrega ideas". Y lo aplaudimos a rabiar: ¡Éramos tan jóvenes!"
Las instrucciones secretas impartidas a Ortiz de Ocampo eran de actuar con fiereza.
La sentencia de muerte a Liniers y sus colaboradores ya era cosa juzgada. la Junta en pleno había dictaminado el destino de nuestro Héroe. Castelli sería el emisario de las malas nuevas.
Como suele suceder a lo largo de nuestra historia y también de nuestro presente, los hechos salientes del mundo llegan a suelo patrio con retraso.
La Revolución Francesa estaba aquí, en el Río de la Plata. Poco o nada entienden quienes creen que la Revolución de Mayo fue una proclama y algo más que eso. Hubo terror. Los vecinos porteños primero, y los del resto del virreinato luego, no volverían a conciliar el sueño fácilmente. Algunos de sus hijos abrazaron nuestra causa y fue todo un doloroso desafío para muchos hogares, viendo incluso que "los hijos del país" se volcaran con tanto empeño en perseguir y hostigar a quienes eran por naturaleza "los suyos".
No en pocos hogares se trató de "hijos contra padres". Y por extensión, al resto de la comunidad.
Los sucesos de Cruz Alta pondrían en penumbras a la impresión generalizada hacia la Junta. Y como nadie pronunciaba el arcano "independencia", las medidas revolucionarias empezaron por aparecer como descabelladas; una novedosa forma de Buenos Aires para mostrar su prepotencia al interior sólo que, en vez del poder omnímodo del virrey, ahora era una Junta autonominada la que sometía al resto del virreinato a través de un mandato que nunca se le había conferido. Y si esto no era suficiente, las gobernaciones más importantes del virreinato... serían esquivas a la Junta.
Ya vimos como trataron nuestro 25 de Mayo en Córdoba, en Lima, en Montevideo y en Asunción. Veamos ahora como lo hicieran los dueños de los mares y de las colonias del mundo.
Lord Strangford nunca reconocería a nuestra Junta. Solo vería con agrado el hecho de haber sostenido nuestra fidelidad hacia Fernando VII. En términos políticos, nada que pudiera ser utilizado políticamente como carta de peso en el concierto de las Américas. Incluso, nuestro Lord rechazaría el nombramiento de "Ciudadano Ilustre" del virreinato, aludiendo a su nacionalidad inglesa e imposibilidades de protocolo.
A Matías Irigoyen no le iba mejor en Londres.
Las noticias que llegaban de Belgrano y su ejército evangelizador hacia Asunción no eran alentadoras. En su marcha hacia tierras guaraníes habría ajusticiamientos, deserciones, cuestiones grises para las mentes piadosas y débiles y sobretodo, al final, una derrota absoluta que dejaría sin mérito alguno y cargado de vicios a tamaño esfuerzo.
"Obsérvelos...giran y se contonean sin hablar...en una especie de baile litúrgico. ¿Liturgia de qué? De sus potencialidades no actualizadas, de su indeferenciación elemental, de sus destinos posibles.¡Glándulas de secreción interna en luchas equilibrantes! De aquí saldrán los futuros héroes y los "nadie" futuros"
Lo que me aterra es que no veo ni generales ni pueblos, ni hombres de Estado capaces de sacar con bien la ardua empresa en que nos hemos metido.
Moreno es demasiado apasionado y voluntarioso; sería un terrible dictador para un conflicto supremo, pero Dios libre a los pueblos de que lo sea y a él también por honra de su nombre porque es hombre excesivo y temerario pero las condiciones en que se halla, se hará imposible y no tardará en ser separado.
Saavedra es hombre de más juicio y mejor sentido práctico. Lo prueba la moderación de los propósitos que ha mostrado el 23 y el 24, aceptando ser parte del gobierno presidido por el virrey; término medio entre la rebelión manifiesta y la justa necesidad de un cambio prudente en la organización del gobierno requerido por el estado actual de las cosas. Los exaltados lo han coartado y lo han arrastrado al fin en su sentido de revuelta exagerada. Yo creo que hizo mal al ceder y que les ha de pesar a él y a ellos porque no se dan cuenta a donde van. ¿Y generales?...mejor es callar. El día en que ustedes tengan todo eso que le falta, como se lo pido a Dios en las preces diarias de mi sagrario, se tranquilizará mi conciencia perturbada y talvez pueda demostrarles a ustedes que son sinceros mis temores y mis votos por el bien del país como no lo ha de dudar usted de éste, su leal amigo y colega"
Moreno es demasiado apasionado y voluntarioso; sería un terrible dictador para un conflicto supremo, pero Dios libre a los pueblos de que lo sea y a él también por honra de su nombre porque es hombre excesivo y temerario pero las condiciones en que se halla, se hará imposible y no tardará en ser separado.
Saavedra es hombre de más juicio y mejor sentido práctico. Lo prueba la moderación de los propósitos que ha mostrado el 23 y el 24, aceptando ser parte del gobierno presidido por el virrey; término medio entre la rebelión manifiesta y la justa necesidad de un cambio prudente en la organización del gobierno requerido por el estado actual de las cosas. Los exaltados lo han coartado y lo han arrastrado al fin en su sentido de revuelta exagerada. Yo creo que hizo mal al ceder y que les ha de pesar a él y a ellos porque no se dan cuenta a donde van. ¿Y generales?...mejor es callar. El día en que ustedes tengan todo eso que le falta, como se lo pido a Dios en las preces diarias de mi sagrario, se tranquilizará mi conciencia perturbada y talvez pueda demostrarles a ustedes que son sinceros mis temores y mis votos por el bien del país como no lo ha de dudar usted de éste, su leal amigo y colega"
3 caramelos sueltos
1) La resolución era lisa y llanamente revolucionaria tanto en hecho como en proyecciones, e increíblemente ajustada a derecho.El no reconocimiento al Consejo de Regencia de Cádiz se fundaba en la incompetencia de una ciudad española para arrogarse la representación de un soberano ausente. No habiendo delegación expresa del poder, cualquier punto del imperio tenía la misma capacidad de atribuirse su propia soberanía.
2) Una apostilla en cuanto a la Junta. Escuchemos a don Ernesto Palacio:
Resulta sintomático que la "caducidad" del virrey fuera provocada por el joven letrado de "los hacendados" que había acompañado a Alzaga el 1º de enero de 1809. Esto demuestra continuidad revolucionaria, entroncada con los sucesos de Chuquisaca y La Paz. Vimos la correlación que existió entre estos episodios, sincronizados con la insurrección del resto de América respecto a la cual Buenos Aires se hallaba en retraso. Moreno había estudiado en Chuquisaca, tenía allí a sus amigos y no olvidaba la sangrienta represión de la que Cisneros era el principal responsable. Desde sus inicios se advirtió (en la Junta) una influencia preponderante; la del doctor Mariano Moreno, hijo de Buenos Aires y graduado en Charcas que era el foco del pensamiento renovador en esta pare del Nuevo Mundo.
3) La fracción saavedrista encontraría en los diputados del interior el instrumento idóneo para acotar la influencia de alto vuelo de Moreno. Moreno terminaría renunciando, renuncia que no sería aceptada. y el 24 de enero de 1811 se embarcaría en misión diplomática a Londres, muriendo en alta mar el 4 de marzo, a los 32 años de edad.
Canelones, 3 de junio de 1810
No puede usted figurarse cuanto siento que estemos algo disentientes en nuestro modo de considerar los sucesos ocurridos en ese pueblo del 18 de mayo en adelante pero me consuela el que pensemos del mismo modo sobre el punto principal. Usted conviene intrínsecamente en la justicia y en la necesidad inevitable con que el virreinato reclamaba un cambio fundamental en los estatutos políticos que lo regían. La misma forma de gobierno o Regencia que usted hubiera preferido y que considera de suprema necesidad dadas las causas que todo lo han perturbado, prueba que usted conviene con nosotros en que ya no era dable mantener la autoridad de los virreyes y de los intendentes en el modo y forma con que hasta ahora venían de España.
Se comprende también que usted acepta la necesidad de que un país tan vasto como el nuestro, y en el que la clase de los hijos del país no solo ha aumentado hasta formar el número predominante de los pueblos sino que se ha ilustrado ya por las letras y por las ramas lo bastante como para insinuar una opinión popular y un agente poderoso de influjo político, tenga el derecho de entrar a figurar en el régimen de sus propios destinos.
Desde luego pues, no es posible que otro derecho contrario, facticio o juramento de corruptela jurídica o de indebida prescripción como el de los virreyes y el de los consejos y cuerpos instituidos en las vergonzosas Leyes de Indias, que nos tratan como a indios y como a gentes acumuladas de la última clase destinadas a vegetar en la obscuridad y en el abatimiento de los siervos o los menores de edad, pueda prevalecer sobre aquel otro que es el nuestro, y que está fundado en las leyes mismas de la naturaleza y en las condiciones de la personalidad de todos los pueblos como lo vemos enseñado por nuestros grandes canonistas Van Espen y Reinsfestuel.
Si la situación impone un cambio, y si este cambio debe apersonarse en una Regencia americana como la que usted indica, usted está en el fondo con nosotros, porque lo esencial es cambiar la forma y la sustancia de gobierno de virreyes e intendentes con original nominación de España que nos han estado gobernando, y que por el derrumbe del edificio matriz en que tomaban su filiación han perdido su razón de ser al paso que por amplia y absoluta libertad en que la América ha quedado separada con sus pueblos constituidos y en estado de proveer a su propia defensa y gobierno, han recaído en ella los tres grandes deberes de cuidarse, de salvarse y de conservarse.
En esto usted está conforme por lo que veo, desde que opina en el sentido de este cambio natural, legítimo e indispensable. Pero no lo está en la forma, y de veras que en este género de asunto la forma es sustancial et quasi substantia eaden como en los casos análogos del derecho en que la doctrina es consecuencia del procedimiento, sin relación con lo que pueda o no pueda ser justo en sí mismo y en absoluto. Para usted la forma sustancial del cambio debiera concretarse en una combinación de los dos extremos que parecen opuestos; lo antiguo y lo del momento: una Regencia Americana en la que figuren agentes americanos y agentes europeos mientras carecemos del Soberano que se halla cautivo, y de la constitución monárquica que ha desaparecido bajo la planta del invasor.
Su plan de usted tendría dos grandes enemigos que serían dos grandes enfermedades mortales en las entrañas del mismo individuo, cuerpo gobernante o Regencia. Si esta fábrica nos hubiese venido de arriba operando para abajo, la cosa quizás habría tenido una feliz suerte transitoria. Me explicaré.
Si después del año siete y de nuestros triunfos sobre los ingleses, el Rey de España hubiera comprendido toda la verdad y la necesidad del plan de monarquizar a la América que había concebido el conde de Aranda, y cuyos vastos beneficios no comprendió Floridablanca, por no haber contado con los sucesos extraordinarios que han abreviado todos los plazos, esa regencia, con consejos de Estado propios, y con un gobierno general interno en que hubieran entrado los agentes naturales de los mismos países, hubiera sido un paso acertadísimo que todos habríamos aceptado; pero que, a muy poco tiempo, y continuando a desovillar su propia sustancia natural, nos habría llevado, de la regencia a la monarquía independiente, como el último término de la escala que habríamos comenzado a recorrer. Pero esforcemos un poco más el raciocinio, y tomemos en cuenta que en nuestra tierra, como en las Américas inglesas y como en otras colonias europeas, han crecido en oposición de la una con las otras dos clases diversamente nacidas, que no son ya dos partidos sino dos pueblos; porque, mi amigo y colega, los partidos giran todos dentro de la órbita en que sus miembros han nacido, sin salir de las fronteras de la nación; y esto no sucede cuando la gresca es de los pueblos, porque el uno tira para el lugar franco en que nació, y el otro para el terreno propio en que pisa y vio la luz. De manera, que con regencia y todo, nos tendría usted en la perpetua lucha de gobernar los unos a los otros, los europeos a los americanos, como ahora, y los americanos por echar a los europeos, como ahora también. Si la regencia se declaraba por los europeos, vendría la misma necesidad en que estamos de derrumbar la regencia y de darnos un gobierno americano; si la regencia se declaraba por los americanos a la independencia monárquica como podemos ir ahora mismo con toda facilidad, desde que el gobierno español (si se salva la España) comprenda que ya no hay otro camino; y si no se salva, o no conoce sus intereses y su impotencia, no nos faltarán potencias con quienes transigir y consolidar la situación.
Dígame usted con toda imparcialidad si no sería esta la dura posición en que se encontraría esa Regencia que hubiera usted preferido. ¿Cómo habría resuelto ella el conflicto entre americanos y europeos? ¿Por la concordia? es imposible; porque intereses y pasiones populares y nacionales entre gentes de diversos nacimientos no se pueden conciliar ni repartirse el gobierno. Rómulo no lo pudo partir con Remo; Rómulo no lo pudo partir con Tacio ni los romanos con los sabinos; ni Esparta con Atenas, ni con Corinto con Tebas. Uno u otro tenía que quedar con el influjo y con la Regencia en su mano. Si quedaban los americanos, echaban abajo, como el 25 del mes pasado, a los peninsulares; y si quedaban los peninsulares, exterminaban a los americanos como en la ciudad de La Paz y de Chuquisaca el año pasado. De manera que, siendo necesario e indispensable el cambio, como usted conviene en que lo era, no había cómo salvar esta contradicción de cosas, ni con la Regencia de Aranda, ni con la de V. Lo mejor en uno y otro caso habría sido la erección de la monarquía independiente desde el primer paso, que en poco tiempo habría dado el gobierno a los hijos del país, porque otra cosa habría sido imposible.
Pues bien, ahí vamos, amigo mío, y eso es lo que se ha hecho. Esa Junta Suprema de Gobierno que se ha creado es la Regencia natural y de los naturales que usted busca, hallada y establecida desde el primer momento, y evitando los funestos vaivenes y pasos intermedios que nos habrían enlutado necesariamente si en vez de resolverlo así, hubiésemos abierto el campo a una lucha ya clara y pronunciada entre nuestros paisanos y los europeos. Ellos ya no son nada en esta tierra más que extranjeros, como lo habrían sido en una Regencia americana, o en una monarquía independiente: cada uno en su lugar y la paz y la ley sobre todos.
Nuestra actual Junta llama a un Congreso de los pueblos del vecindario. ¡Bueno! Este Congreso constituirá una Regencia mientras el Soberano esté cautivo y siga la monarquía acéfala y conquistada.
Cuando esta situación cese para los de España, nuestra Regencia y nuestro Congreso le propondrán la creación de un trono independiente en Buenos Aires. ¿Se resiste?
Defenderemos nuestro derecho y buscaremos otra dinastía.
Yo ofendería su elevada razón de usted, y los sentimientos sinceros que tiene y ha tenido siempre por el bien de nuestro país, si descendiera a demostrar todos los beneficios que tenemos que recoger de un gobierno hecho por nosotros y para nosotros. Muere el monopolio; y comerciaremos libremente con las riquezas de las otras naciones marítimas: seremos dueños de nuestras rentas, y de invertirlas en la prosperidad propia servirán ellas para pagar y recompensar americanos: el roce con las otras potencias formará comerciantes naturales, empleados paisanos, industrias, poblaciones. Los hombres ricos del extranjero vendrán a nuestros campos desiertos, como ha dicho muy bien Moreno (perdone el recuerdo de este incidente de familia). Vendrán filósofos y sabios para adoctrinar nuestra juventud: sobrará el trabajo para los pobres... Pero me detengo, porque delante de todo esto me pone usted el fantasma terrible de la discordia y de la guerra civil.
No puede usted figurarse cuanto siento que estemos algo disentientes en nuestro modo de considerar los sucesos ocurridos en ese pueblo del 18 de mayo en adelante pero me consuela el que pensemos del mismo modo sobre el punto principal. Usted conviene intrínsecamente en la justicia y en la necesidad inevitable con que el virreinato reclamaba un cambio fundamental en los estatutos políticos que lo regían. La misma forma de gobierno o Regencia que usted hubiera preferido y que considera de suprema necesidad dadas las causas que todo lo han perturbado, prueba que usted conviene con nosotros en que ya no era dable mantener la autoridad de los virreyes y de los intendentes en el modo y forma con que hasta ahora venían de España.
Se comprende también que usted acepta la necesidad de que un país tan vasto como el nuestro, y en el que la clase de los hijos del país no solo ha aumentado hasta formar el número predominante de los pueblos sino que se ha ilustrado ya por las letras y por las ramas lo bastante como para insinuar una opinión popular y un agente poderoso de influjo político, tenga el derecho de entrar a figurar en el régimen de sus propios destinos.
Desde luego pues, no es posible que otro derecho contrario, facticio o juramento de corruptela jurídica o de indebida prescripción como el de los virreyes y el de los consejos y cuerpos instituidos en las vergonzosas Leyes de Indias, que nos tratan como a indios y como a gentes acumuladas de la última clase destinadas a vegetar en la obscuridad y en el abatimiento de los siervos o los menores de edad, pueda prevalecer sobre aquel otro que es el nuestro, y que está fundado en las leyes mismas de la naturaleza y en las condiciones de la personalidad de todos los pueblos como lo vemos enseñado por nuestros grandes canonistas Van Espen y Reinsfestuel.
Si la situación impone un cambio, y si este cambio debe apersonarse en una Regencia americana como la que usted indica, usted está en el fondo con nosotros, porque lo esencial es cambiar la forma y la sustancia de gobierno de virreyes e intendentes con original nominación de España que nos han estado gobernando, y que por el derrumbe del edificio matriz en que tomaban su filiación han perdido su razón de ser al paso que por amplia y absoluta libertad en que la América ha quedado separada con sus pueblos constituidos y en estado de proveer a su propia defensa y gobierno, han recaído en ella los tres grandes deberes de cuidarse, de salvarse y de conservarse.
En esto usted está conforme por lo que veo, desde que opina en el sentido de este cambio natural, legítimo e indispensable. Pero no lo está en la forma, y de veras que en este género de asunto la forma es sustancial et quasi substantia eaden como en los casos análogos del derecho en que la doctrina es consecuencia del procedimiento, sin relación con lo que pueda o no pueda ser justo en sí mismo y en absoluto. Para usted la forma sustancial del cambio debiera concretarse en una combinación de los dos extremos que parecen opuestos; lo antiguo y lo del momento: una Regencia Americana en la que figuren agentes americanos y agentes europeos mientras carecemos del Soberano que se halla cautivo, y de la constitución monárquica que ha desaparecido bajo la planta del invasor.
Su plan de usted tendría dos grandes enemigos que serían dos grandes enfermedades mortales en las entrañas del mismo individuo, cuerpo gobernante o Regencia. Si esta fábrica nos hubiese venido de arriba operando para abajo, la cosa quizás habría tenido una feliz suerte transitoria. Me explicaré.
Si después del año siete y de nuestros triunfos sobre los ingleses, el Rey de España hubiera comprendido toda la verdad y la necesidad del plan de monarquizar a la América que había concebido el conde de Aranda, y cuyos vastos beneficios no comprendió Floridablanca, por no haber contado con los sucesos extraordinarios que han abreviado todos los plazos, esa regencia, con consejos de Estado propios, y con un gobierno general interno en que hubieran entrado los agentes naturales de los mismos países, hubiera sido un paso acertadísimo que todos habríamos aceptado; pero que, a muy poco tiempo, y continuando a desovillar su propia sustancia natural, nos habría llevado, de la regencia a la monarquía independiente, como el último término de la escala que habríamos comenzado a recorrer. Pero esforcemos un poco más el raciocinio, y tomemos en cuenta que en nuestra tierra, como en las Américas inglesas y como en otras colonias europeas, han crecido en oposición de la una con las otras dos clases diversamente nacidas, que no son ya dos partidos sino dos pueblos; porque, mi amigo y colega, los partidos giran todos dentro de la órbita en que sus miembros han nacido, sin salir de las fronteras de la nación; y esto no sucede cuando la gresca es de los pueblos, porque el uno tira para el lugar franco en que nació, y el otro para el terreno propio en que pisa y vio la luz. De manera, que con regencia y todo, nos tendría usted en la perpetua lucha de gobernar los unos a los otros, los europeos a los americanos, como ahora, y los americanos por echar a los europeos, como ahora también. Si la regencia se declaraba por los europeos, vendría la misma necesidad en que estamos de derrumbar la regencia y de darnos un gobierno americano; si la regencia se declaraba por los americanos a la independencia monárquica como podemos ir ahora mismo con toda facilidad, desde que el gobierno español (si se salva la España) comprenda que ya no hay otro camino; y si no se salva, o no conoce sus intereses y su impotencia, no nos faltarán potencias con quienes transigir y consolidar la situación.
Dígame usted con toda imparcialidad si no sería esta la dura posición en que se encontraría esa Regencia que hubiera usted preferido. ¿Cómo habría resuelto ella el conflicto entre americanos y europeos? ¿Por la concordia? es imposible; porque intereses y pasiones populares y nacionales entre gentes de diversos nacimientos no se pueden conciliar ni repartirse el gobierno. Rómulo no lo pudo partir con Remo; Rómulo no lo pudo partir con Tacio ni los romanos con los sabinos; ni Esparta con Atenas, ni con Corinto con Tebas. Uno u otro tenía que quedar con el influjo y con la Regencia en su mano. Si quedaban los americanos, echaban abajo, como el 25 del mes pasado, a los peninsulares; y si quedaban los peninsulares, exterminaban a los americanos como en la ciudad de La Paz y de Chuquisaca el año pasado. De manera que, siendo necesario e indispensable el cambio, como usted conviene en que lo era, no había cómo salvar esta contradicción de cosas, ni con la Regencia de Aranda, ni con la de V. Lo mejor en uno y otro caso habría sido la erección de la monarquía independiente desde el primer paso, que en poco tiempo habría dado el gobierno a los hijos del país, porque otra cosa habría sido imposible.
Pues bien, ahí vamos, amigo mío, y eso es lo que se ha hecho. Esa Junta Suprema de Gobierno que se ha creado es la Regencia natural y de los naturales que usted busca, hallada y establecida desde el primer momento, y evitando los funestos vaivenes y pasos intermedios que nos habrían enlutado necesariamente si en vez de resolverlo así, hubiésemos abierto el campo a una lucha ya clara y pronunciada entre nuestros paisanos y los europeos. Ellos ya no son nada en esta tierra más que extranjeros, como lo habrían sido en una Regencia americana, o en una monarquía independiente: cada uno en su lugar y la paz y la ley sobre todos.
Nuestra actual Junta llama a un Congreso de los pueblos del vecindario. ¡Bueno! Este Congreso constituirá una Regencia mientras el Soberano esté cautivo y siga la monarquía acéfala y conquistada.
Cuando esta situación cese para los de España, nuestra Regencia y nuestro Congreso le propondrán la creación de un trono independiente en Buenos Aires. ¿Se resiste?
Defenderemos nuestro derecho y buscaremos otra dinastía.
Yo ofendería su elevada razón de usted, y los sentimientos sinceros que tiene y ha tenido siempre por el bien de nuestro país, si descendiera a demostrar todos los beneficios que tenemos que recoger de un gobierno hecho por nosotros y para nosotros. Muere el monopolio; y comerciaremos libremente con las riquezas de las otras naciones marítimas: seremos dueños de nuestras rentas, y de invertirlas en la prosperidad propia servirán ellas para pagar y recompensar americanos: el roce con las otras potencias formará comerciantes naturales, empleados paisanos, industrias, poblaciones. Los hombres ricos del extranjero vendrán a nuestros campos desiertos, como ha dicho muy bien Moreno (perdone el recuerdo de este incidente de familia). Vendrán filósofos y sabios para adoctrinar nuestra juventud: sobrará el trabajo para los pobres... Pero me detengo, porque delante de todo esto me pone usted el fantasma terrible de la discordia y de la guerra civil.
"Este mundo es una bola, y nosotros unos boludos, geométricamente hablando..."
Retrocedamos por unos momentos hasta Octubre de 1809.
Impulsado indudablemente por la "Representación de los Hacendados" de Mariano Moreno, Cisneros decretará la libertad de comercio con Inglaterra y con el resto de los países americanos. Este sin dudas era el nudo del asunto, el secreto de la paz y de la violencia interiores.
Los porteños veían en las restricciones el causal de guerra civil. La "libertad" descomprimía los ánimos y generaba unanimidad en las opiniones. Recuerde amigo lector que toda posibilidad de sostener la actividad monopólica española con las colonias era cosa ya olvidada. Una España paralizada, desangrada por la invasión francesa, no tenía nada para ofrecer y no ofrecía nada.
Volvamos a los que saben:
El problema quedaba resuelto por Cisneros, quien en este caso habría sido el verdadero númen de la revolución. El acto del 15 de octubre -si bien sustanciado por gran copia de doctrinas de última data y citas de Adam Smith y Filangieri- no fue más que un expediente de circunstancias aconsejadas por la necesidad. Nadie habría de oponerse a esto. Porque la verdad es que el Cabildo y el Consulado, por medio de sus organismos legales y no obstante constituir los baluartes del monopolio, se adhirieron a la propuesta de los comerciantes ingleses y su comercio libre. Se adhirieron con reservas, pero se adhirieron.
La "Representación " de Moreno no hacía más que interpretar una necesidad momentánea originada en el estado concreto de Europa e independiente de toda teoría. Ese comercio era de vital importancia para Buenos Aires desconectada ya de España, era de vital importancia también para Inglaterra a quien el bloqueo napoleónico le cerraba los puertos del continente. Por el tratado de alianza, Inglaterra debía proporcionar a España los fondos necesarios para la guerra de la independencia en que estaba empeñada. El comercio con Inglaterra representaba circunstancialmente, una ayuda a España.
Queda clara la necesidad y urgencia de la medida. Queda por analizar la implementación y el asumir la defensa de nuestros propios intereses en el asunto. Las formas...recuerde que hablamos de ello hace no mucho. Bien. Inspiramos...espiramos...y seguimos. Atento a lo que viene.
Puede ser, querido amigo; pero las discordias intestinas y la guerra civil no interrumpieron la grandeza y la opulencia siempre creciente de Roma y de Atenas(...)Pero ¿por qué ha de ser así, querido amigo? ¿Qué hay de cruel y bárbaro en nuestra naturaleza, en nuestros hábitos, qué de soez y vergonzoso en nuestros intereses que hayan de producir tales monstruosidades, para que podamos arrepentirnos de haber pretendido hacer y tener un gobierno natural y propio como el que tienen tantos otros pueblos; que si bien han tenido contratiempos en su camino, son felices, ricos, libres y honestos?
Que nosotros podemos encontrar también escabrosidades, no hay por qué dudarlo; pero todos esos males son pasajeros en un régimen de libertad, en que los hijos de la misma tierra la gobiernen. ¿No somos condiscípulos, amigos, maestros, y discípulos los unos de los otros? ¿Nos hemos tiranizado los unos a los otros alguna vez? ¿Hay aquí alguna clase o raza que haya estado por siglos usurpando la sangre y el sudor de los otros, oprimiendo a los pueblos y sosteniendo su esclavitud? Entonces, pues, ¿por qué nos hemos de aborrecer, siendo así que todos entramos en esta nueva era con el mismo propósito, con el mismo deseo, con el mismo interés y formando un conjunto de hermanos que no buscan más que una patria propia y libre donde decir y hacer cuanto conspire al bien común que es el anhelo de todos? Esta misma conformidad del fin, ¿ha de ser el lazo de concordia y de unión para todos? El pensar de otro modo es ponerse en la condición de otros pueblos donde los Reyes y los Nobles han sido opresores y han formado gobiernos corrompidos, gobiernos de grandes ladrones y de favoritismo de familias. Allí sí que las reacciones tienen que ser cruentas y que los pueblos de rebeldes tienen que pasar a revolucionarios contra sus mismos gobiernos por una ley inevitable y fatal.
Pero entre nosotros ¿quién va a formar gobiernos de ladrones y de opresores, quién va a pensar en organizar familias predominantes, ni los cohechos y la corrupción del favoritismo? Yo echo la vista por todos nuestros pueblos: conozco todas sus familias, todos sus hombres, todos sus deseos, todos sus caracteres, y no encuentro esa cizaña de oprobios y de vergüenza que usted teme como resultado de esos sucesos recientes. No los tema usted, nuestro pueblo es moral y viril, nuestras tropas no se componen ni se compondrán nunca de mercenarios, sino de patriotas y paisanos; nuestros oficiales salen de lo mejor de nuestras familias; aman al pueblo y tienen la religión de la libertad. ¿Cree usted que la pueden renegar y convertirse jamás en sicarios del despotismo, ni en baluarte de mandones y pícaros, contra la felicidad pública, y contra las libertades del pueblo?... Qué esperanza, mi amigo: levante su espíritu; y conocerá que está engañado y que debe acompañarnos. Reconozca que esa degradación no puede llegar jamás, mientras nos mantengamos en el espíritu que nos ha guiado en las operaciones de los días de Mayo.
En la de usted encuentro por primera vez un reflejo claro del discurso que hizo Paso en el Cabildo Abierto del 22 del próximo pasado; y realmente encuentro, como usted, que el término de aproximación jurídica entre este acto y la situación del negotiorum gestor, merece la crítica de frágil que usted le hace; porque si Buenos Aires hacía en ese momento el papel de un actor extraño y oficioso que se apodera del negocio de un ausente o impedido, no ha tenido el derecho de poner a ese ausente en las condiciones violentas en que ha puesto a las provincias interiores. El paralelo es insostenible. Pero dígame, mi amigo: ¿Buenos Aires es un extraño que se ha entrometido en el negocio de otros, o ha manejado un negocio propio? ¿No es Buenos Aires el socio o el condómino principal del asunto vital de que se trató en ese Cabildo Abierto? Entonces pues quiere decir que si Paso erró en el paralelo incidental que adoptó, no por eso se vicia el derecho de Buenos Aires como socio presente y mentor que se encuentra de manos a boca, con un conflicto y peligro de la cosa común: sin tiempo para consultar a los condóminos o socios, y obligado a obrar él mismo según su propio interés con un derecho que nadie le puede negar en un asunto social. Así pues, Paso habría estado en terreno más firme habiendo adoptado la doctrina de los contratos sociales; pero se subentiende que era ése el terreno en que se ponía y por eso fue probablemente que el señor Villota no insistió sobre ese ligero matiz del debate.
No estoy tampoco de acuerdo con usted en la línea de diferencia y aptitudes que usted tira entre el señor Saavedra y Moreno. Este es, en efecto, avispado e impetuoso; pero tiene tanto talento y tanta decisión como claridad en los conceptos que se forma de los sucesos ocurrentes. Su saber no puede ponerse en duda; y todo lo hace un verdadero timonel para una época que tiene algo de imprevisto y sorprendente en el momento: el otro es, sin disputa, un honorable personaje: recto, virtuoso y de aquellos que honrarán siempre al país en que han nacido; pero dudo que tenga aquella formación firme de los propósitos y aquella riqueza de las ideas generales que hace a los hombres de Estado, y que necesita ir aliada a la apreciación oportuna de los momentos para producir ese sentido práctico que usted le atribuye.
Ya usted ve cómo ahora mismo ha vacilado y cómo ha cedido al torrente que lo ha sacado del camino que había tomado sin oportunidad y que lo llevaba en un sentido contrario. Sin embargo, yo espero mucho de su sincero patriotismo y de la respetabilidad que le ha de dar al nuevo gobierno.
La sombra funesta de esa guerra en que usted ve lanzado al nuevo gobierno contra los europeos del interior y de los otros virreinatos, me oprime también el corazón. Es grande mal, un enorme peligro ¿pero qué hacer? No hemos de ceder de nuestros sagrados derechos que son inalienables, por no tener esa guerra; puesto que ella está en la necesidad de las cosas. No tenemos generales, ni soldados ejercitados, ni grandes caudales; pero usted no desconocerá que tenemos la matriz en donde todo eso se forma, esto es, un pueblo varonil, dispuesto para la guerra, una juventud en donde abunda la bravura y el talento; tendremos ejércitos y jefes que nos han de dar victorias. Buenos Aires, a mi modo de ver, es inexpugnable; ni los del interior, ni los otros virreyes, ni los españoles han de tener fuerzas disponibles para dominarla; tenemos la prueba en los ingleses de 1807. De modo, que si tuviéramos contrastes a lo lejos, en ese seno los repararemos, ahí restableceremos nuestras fuerzas, hasta que la elasticidad de las ideas, la libertad y el patriotismo de cada pueblo, venga a cooperar de suyo por la seguridad inviolable de nuestro territorio, y por la insurrección de Chile y del Perú que nos han de seguir de cierto en esta empresa. Todo esto me confirma en mis esperanzas.
Pero le confieso a usted que en este particular, así como en el del éxito y cohesión de nuestro gobierno es donde se concentran mis temores de acuerdo con los de usted.
Estoy resuelto a seguir su consejo; y en pocos días más dejaré este curato para retirarme a la capital. Ya hablaremos, siguiendo de cerca los acontecimientos. Estoy cierto que al fin nos pondremos de acuerdo, estrechando más y más los vínculos que siempre unieron con usted a este su amigo y colega que tanto respeta su doctrina, su saber y sus juicios.
Que nosotros podemos encontrar también escabrosidades, no hay por qué dudarlo; pero todos esos males son pasajeros en un régimen de libertad, en que los hijos de la misma tierra la gobiernen. ¿No somos condiscípulos, amigos, maestros, y discípulos los unos de los otros? ¿Nos hemos tiranizado los unos a los otros alguna vez? ¿Hay aquí alguna clase o raza que haya estado por siglos usurpando la sangre y el sudor de los otros, oprimiendo a los pueblos y sosteniendo su esclavitud? Entonces, pues, ¿por qué nos hemos de aborrecer, siendo así que todos entramos en esta nueva era con el mismo propósito, con el mismo deseo, con el mismo interés y formando un conjunto de hermanos que no buscan más que una patria propia y libre donde decir y hacer cuanto conspire al bien común que es el anhelo de todos? Esta misma conformidad del fin, ¿ha de ser el lazo de concordia y de unión para todos? El pensar de otro modo es ponerse en la condición de otros pueblos donde los Reyes y los Nobles han sido opresores y han formado gobiernos corrompidos, gobiernos de grandes ladrones y de favoritismo de familias. Allí sí que las reacciones tienen que ser cruentas y que los pueblos de rebeldes tienen que pasar a revolucionarios contra sus mismos gobiernos por una ley inevitable y fatal.
Pero entre nosotros ¿quién va a formar gobiernos de ladrones y de opresores, quién va a pensar en organizar familias predominantes, ni los cohechos y la corrupción del favoritismo? Yo echo la vista por todos nuestros pueblos: conozco todas sus familias, todos sus hombres, todos sus deseos, todos sus caracteres, y no encuentro esa cizaña de oprobios y de vergüenza que usted teme como resultado de esos sucesos recientes. No los tema usted, nuestro pueblo es moral y viril, nuestras tropas no se componen ni se compondrán nunca de mercenarios, sino de patriotas y paisanos; nuestros oficiales salen de lo mejor de nuestras familias; aman al pueblo y tienen la religión de la libertad. ¿Cree usted que la pueden renegar y convertirse jamás en sicarios del despotismo, ni en baluarte de mandones y pícaros, contra la felicidad pública, y contra las libertades del pueblo?... Qué esperanza, mi amigo: levante su espíritu; y conocerá que está engañado y que debe acompañarnos. Reconozca que esa degradación no puede llegar jamás, mientras nos mantengamos en el espíritu que nos ha guiado en las operaciones de los días de Mayo.
En la de usted encuentro por primera vez un reflejo claro del discurso que hizo Paso en el Cabildo Abierto del 22 del próximo pasado; y realmente encuentro, como usted, que el término de aproximación jurídica entre este acto y la situación del negotiorum gestor, merece la crítica de frágil que usted le hace; porque si Buenos Aires hacía en ese momento el papel de un actor extraño y oficioso que se apodera del negocio de un ausente o impedido, no ha tenido el derecho de poner a ese ausente en las condiciones violentas en que ha puesto a las provincias interiores. El paralelo es insostenible. Pero dígame, mi amigo: ¿Buenos Aires es un extraño que se ha entrometido en el negocio de otros, o ha manejado un negocio propio? ¿No es Buenos Aires el socio o el condómino principal del asunto vital de que se trató en ese Cabildo Abierto? Entonces pues quiere decir que si Paso erró en el paralelo incidental que adoptó, no por eso se vicia el derecho de Buenos Aires como socio presente y mentor que se encuentra de manos a boca, con un conflicto y peligro de la cosa común: sin tiempo para consultar a los condóminos o socios, y obligado a obrar él mismo según su propio interés con un derecho que nadie le puede negar en un asunto social. Así pues, Paso habría estado en terreno más firme habiendo adoptado la doctrina de los contratos sociales; pero se subentiende que era ése el terreno en que se ponía y por eso fue probablemente que el señor Villota no insistió sobre ese ligero matiz del debate.
No estoy tampoco de acuerdo con usted en la línea de diferencia y aptitudes que usted tira entre el señor Saavedra y Moreno. Este es, en efecto, avispado e impetuoso; pero tiene tanto talento y tanta decisión como claridad en los conceptos que se forma de los sucesos ocurrentes. Su saber no puede ponerse en duda; y todo lo hace un verdadero timonel para una época que tiene algo de imprevisto y sorprendente en el momento: el otro es, sin disputa, un honorable personaje: recto, virtuoso y de aquellos que honrarán siempre al país en que han nacido; pero dudo que tenga aquella formación firme de los propósitos y aquella riqueza de las ideas generales que hace a los hombres de Estado, y que necesita ir aliada a la apreciación oportuna de los momentos para producir ese sentido práctico que usted le atribuye.
Ya usted ve cómo ahora mismo ha vacilado y cómo ha cedido al torrente que lo ha sacado del camino que había tomado sin oportunidad y que lo llevaba en un sentido contrario. Sin embargo, yo espero mucho de su sincero patriotismo y de la respetabilidad que le ha de dar al nuevo gobierno.
La sombra funesta de esa guerra en que usted ve lanzado al nuevo gobierno contra los europeos del interior y de los otros virreinatos, me oprime también el corazón. Es grande mal, un enorme peligro ¿pero qué hacer? No hemos de ceder de nuestros sagrados derechos que son inalienables, por no tener esa guerra; puesto que ella está en la necesidad de las cosas. No tenemos generales, ni soldados ejercitados, ni grandes caudales; pero usted no desconocerá que tenemos la matriz en donde todo eso se forma, esto es, un pueblo varonil, dispuesto para la guerra, una juventud en donde abunda la bravura y el talento; tendremos ejércitos y jefes que nos han de dar victorias. Buenos Aires, a mi modo de ver, es inexpugnable; ni los del interior, ni los otros virreyes, ni los españoles han de tener fuerzas disponibles para dominarla; tenemos la prueba en los ingleses de 1807. De modo, que si tuviéramos contrastes a lo lejos, en ese seno los repararemos, ahí restableceremos nuestras fuerzas, hasta que la elasticidad de las ideas, la libertad y el patriotismo de cada pueblo, venga a cooperar de suyo por la seguridad inviolable de nuestro territorio, y por la insurrección de Chile y del Perú que nos han de seguir de cierto en esta empresa. Todo esto me confirma en mis esperanzas.
Pero le confieso a usted que en este particular, así como en el del éxito y cohesión de nuestro gobierno es donde se concentran mis temores de acuerdo con los de usted.
Estoy resuelto a seguir su consejo; y en pocos días más dejaré este curato para retirarme a la capital. Ya hablaremos, siguiendo de cerca los acontecimientos. Estoy cierto que al fin nos pondremos de acuerdo, estrechando más y más los vínculos que siempre unieron con usted a este su amigo y colega que tanto respeta su doctrina, su saber y sus juicios.
"Naturalmente, limitado el común de los hombres a defender su existencia corporal ante un Creso endemoniado, y en una lucha que devora lo mejor de su voluntad y de su tiempo, las cacareadas libertades de la “persona” se reducen a un simple ramillete lírico, y en alguna (entre las que hacen ruido exterior) a una mera “libertad de pataleo”. Lo malo de la cuestión es que, tras de meternos a todos en esa triste Olimpíada de los Garbanzos, el excelente Creso, a base de sugestiones e incentivaciones, intentó hacernos creer que el de la vida era un “derecho” a conquistar o ganar en su sistema económico, teoría en sí perversa y maliciosa en nuestro burgués, ya que, lanzado el hombre a la existencia por una Voluntad superior que lo trasciende, claro está que el de vivir es un “deber” y no un derecho. Y es un deber literalmente “metafísico”, puesto que la razón de su existencia es la de realizar en este mundo una serie de posibilidades físicas y metafísicas, en su doble carácter de “individuo” y de “persona” justamente. Amigo Velazco, el día en que los hombres vuelvan a entender sus vidas, no como un derecho a conquistar sino como un deber a cumplir, todas las revoluciones inspiradas en esa noción han de ser absolutamente legitimas y el orden que construyan o reconstruyan será “ortodoxo”".
Epílogo
Uno podría dedicarle a este tema tan caro a nuestros afectos toda una vida, y aún así, nada sería suficiente. Es poco lo que sabemos. En realidad, creo que era poco lo que sabían nuestros patriotas, y si bien nadie sostiene que todo fue mero resultado del azar, es difícil trazar la línea que divida al verdadero accionar como producto de la voluntad y de una doctrina, y el sobrellevar poderosas oleadas que incluían, desde una posición o un basamento moral absolutamente improbable hasta concepciones económicas de últimas aguas.
Queremos plantear al menos dos o tres cuestiones medulares
1) Las ocasiones históricas pueden aprovecharse, desperdiciarse o frustrarse. Que tan provechoso fue (es) Mayo en nuestra vida como nación, es lucubración "de sabihondos y suicidas". Lo concreto es que si este axioma se aplicaba entonces, se aplica hoy también. La falta de cohesión de la Junta; la necesidad por forzar el consenso; la improvisación ante los agentes de los países vecinos y los del extranjero; el terror palpable e ineludible en nuestras calles; la necesidad de torcer voluntades a cada paso; la falta (y urgencias) de tiempo como condicionante y como constante, serán todas estas cuestiones de la política y de los políticos: los de antes, y los de hoy. Pero el no tomar debida cuenta de las propias experiencias que nos dieran el ser, nos llevará indefectiblemente a caer una y otra vez en los mismos pantanos.
2) Las acciones de gobierno se resienten en la anemia doctrinaria. Otro axioma.
"Imitar" es y ha sido siempre una opción a la mano, aquí y en Estados Unidos. El asunto es previo al establecimiento del modelo o mejor dicho, el asunto no tiene mucho que ver con un modelo específico de gobierno. Es más bien de orden conceptual y elemental, y tiene que ver con qué imagen nos sentimos y sentiremos identificados por siempre; con que significa ser argentino, tanto en el concierto de las naciones como dentro de nuestros propios hogares. El tiempo futuro todo lo permite, pero el pasado no permite nada, salvo tomar nota, nada más.
Es por esto que, ante la cantidad ingente de información sobre el asunto -note usted que no le mencionamos ni una sola vez a los "Chisperos" de French y Berutti (importantes), o a Rousseau y su "Contrato Social" entre muchas otras presencias insoslayables en cualquier escrito sobre el tema-, elegimos dos cartas que alguna vez las sacara a luz don Vicente Fidel López para nosotros.
Creémos que no existió tal correspondencia. Es pura intuición.
Don López pudo escribir de su puño estas perlas perfectamente. Razón de más -la intencionalidad- para prestar especial atención a su contenido. Cada vez que las leemos, aprendemos algo nuevo. Si usted las trató con alguna ligereza, le rogamos considere el hecho de saltearse todo el resto pero leer una vez más ambas cartas.
3) Si en algún momento de la lectura usted sintió que tratamos a nuestros próceres con cierta familiaridad y hasta con ciertas licencias, usted sintió bien. Los respetamos, los diferenciamos entre sí, y sentimos más apego por unos que por otros, pero a todos les estamos agradecidos y con todos ellos estamos en deuda. De allí a la "sublimidad" hay todo un trecho. "La Sublimidad: ¡una pera de agua! No y no. Si hay que restaurar en el hombre alguna pieza de museo, yo elegiría su facultad inteligente", diría Marechal y nosotros con él.
4) Por último, gracias. No hemos podido medirnos en cuanto a la dimensión de esta obra. Es interminable y borgeana. Si nos acompañó a lo largo de la lectura, estaremos esperando su crítica. Y si no, léa las cartas de López.
Teníamos pensado dividir "Mayo" en dos números, pero vemos que con ello solo contribuiríamos al desconcierto más que al esclarecimiento o a la sana discusión. Quedará sólo éste, nuestro Nº3, inicio como diría Mitre: "...de la Revolución Argentina, con sus formas orgánicas y sus propósitos deliberados".
Notas relacionadas
Los portugueses nos enseñan
a lo largo de nuestra historia, el valor de la oportunidad, la poca -o ninguna- importancia que tienen en los asuntos de las naciones la palabra empeñada o el compromiso firmado, y la tremenda importancia de estar siempre alertas y, en lo posible, de ser el primero que asesta el golpe. Debimos haber aprendido al menos alguna de todas estas cosas si no todas ellas. Siempre los encontré parecidos al "tábano y a la vaca". Es solo una figura simpática y ejemplificadora. La vaca...tendrá que ser un poco más ágil y bastante más enérgica si quiere zafarse del molesto díptero. Y aún así...
don Domingo Matheu nos dice en su autobiografía:
"No fue mala la disposición tomada por Cisneros ni la elección de Vicente Nieto, a fin de apaciguar las innovaciones de La Paz, Alto Perú. Mala fue la calma de Cisneros, que nombrado a fines de febrero, recién a principio de julio llegó a Montevideo y perdió todo el mes en esa ciudad y la Colonia a cautelas, asi que lo mandó tarde, cuando el travieso Goyeneche se había adelantado explotando, como aventurero, los miedos de Abascal que echó mano de él, quien ensangrentó farsaica y brutalmente sin título para entrometerse en una jurisdicción y dominio del todo separados, su propio país o patria, si la tienen bribones sin el decoro siquiera aparente, como él dejó ver en Madrid, Sevilla, Montevideo, Buenos Aires, por todo donde habia aparecido haciendo roncha."
don José Luis Busaniche nos ilumina:
Para formar juicio sobre este raro proceso como sobre las dificultades que ofreció y las frecuentes contradicciones en que incurrieron sus dirigentes, no es la mejor norma de criterio el cerrar los ojos a la realidad y obstinarse en el encomio y la trasloa sistemática. Aquellos primeros jefes cometieron graves erroresy dieron tropiezos frecuentes porque las circunstancias en que acometieron su empresa fueron arduas y sobretodo ambiguas y complicadas. No es lo común en esa clase de movimientos el invocar un hombre (el de Fernando VII)un principio o una causa que en lo íntimo sea objeto de repudio. Hacer prosélitos en condiciones tales suele entrañar asimismo graves peligros, y falla la base moral para imponer obediencia en los demás. Difícil es concebir una revolución basada en el equivoco sobretodo cuando a la vez se invoca al pueblo y se proclama abiera,ente su soberanía.
Don Cornelio de Saavedra escribió "A la verdad, ¿quien era en aquel tiempo el que no juzgare que Napoleón triunfaría y realizaría sus planes en la España?". Y lo que pensaba Saavedra lo tenían también por seguro todos cuantos hicieron la revolución. ¿Por qué entonces proclamar con tanta insistencia que se gobernaría en nombre de Fernando VII? La palabra independenciafue tabú durante los primeros años de la revolución. ¿Solamente para complacer a Inglaterra? Lo cierto es que la Primera Junta obró estrictamente y en todo como si en verdad conservara el gobierno para Fernando y se puso en lugar del virrey con facultades omnímodas pretendiendo mantener el mecanismo virreinal en toda su integridad".
Preste atención a lo que sigue:
La noción de que la soberanía recaía en el conjunto de la comunidad y de que ésta podía deponer a un gobernante si éste no defendía el bien común había sido trabajada pacientemente a lo largo de la Baja Edad Media y la Edad Moderna por, entre otros, Santo Tomás de Aquino en la Summa theologica (1265-72), Marsilio de Padua en Defensor Pacis (1324), el jesuita manchego Juan de Mariana en De rege et regis institutione (1599) y el jesuita andaluz Francisco Suárez en Tractatus de legibus ac deo legislatore (1612).
Nuestro amigo, don José Manuel Estrada, comenta sobre este punto lo siguiente:
“En 1815 la idea de la independencia nacional había tomado grandes creces.
El 5 de mayo se ese año se dio un nuevo Estatuto en el cual la Junta de Observación que lo dictó daba por rota la unidad hispano colonial.
Contenía un capítulo destinado a definir el derecho de ciudadanía y a enumerar las condiciones requeridas para obtenerlo. La autonomía nacional estaba implícita en él.
En el capítulo siguiente (…) se declara que cada ciudadano es miembro de la soberanía del pueblo. Esta declaración envuelve la idea de que la soberanía pertenece al número. La soberanía es un derecho solidario de una entidad abstracta. Un individuo no es soberano ni miembro de una soberanía: es su agente para concretarla, darle realidad y ponerla en acción. Si es exacto que toda atribución importa responsabilidad, no puede decirse que cada individuo es miembro de la soberanía sin afirmar con ello que es responsable personalmente de las direcciones que puede tomar el ejercicio de la soberanía; y como es claro el absurdo de tal doctrina cualquiera fuere la naturaleza de la responsabilidad supuesta, que no es moral porque toda responsabilidad moral supone libertad y dentro de la soberanía no cabe la libertad completa; que tampoco es legal porque la soberanía, o es inexplicable o es superior a la ley, se sigue que hay implicancia en los términos cuando se sustenta que la soberanía reside en el número y que cada individuo o cada ciudadano es miembro de la soberanía. Por lo demás, la soberanía no obra sino por medio de sus formas positivas: el Estado y el Gobierno. Constituirlos es la facultad política perteneciente al Pueblo y jamás es demasiado temprano o demasiado tarde para devolverle lo que es suyo, porque si puede haber generaciones enervadas, no hay pueblos indignos de derecho, cuyo derecho redime y fortifica”.
Juan José Biedma escribe en su Atlas Histórico:
"No discutiremos aquí si la resistencia de los guaraníes fue voluntaria o si fue forzada. Si lo segundo, no debe culparse a los jesuitas ya que los indios se negaban a obedecer y no serían persuadidos del traslado de los siete pueblos del Tratado. Si fue voluntaria, nos hemos de felicitar por ello y contar a los jesuitas entre los más grandes próceres de nuestra Patria ya que sostuvieron los derechos de inmensos territorios que con el tiempo habrían de formar parte de las futuras Repúblicas de Argentina, Uruguay y Paraguay, contra las viles acechanzas de los portugueses".
Un Hornero sabe tratar a las Damas
y de allí que recuerde a doña María Manuela Beltrán,la arrogante cigarrera, a través de la pluma de Flor Romero del libro "Mujeres Inolvidables":
"María Manuela había muerto un 23 de febrero de 1819 en la Villa del Socorro.
Su valentía dejó vestigios ante los socorranos. El Libertador Simón Bolivar, en su paso por El Socorro el 24 de febrero de 1820 en ocasión de rememorar su figura, daría estas palabras de reconocimiento a las mujeres presentes:
"Un pueblo que ha producido mujeres varoniles, ninguna potestad es capaz de subyugarlo. Vosotras, hijas del Socorro, váis a ser el escollo de vuestros opresores. Heróicas socorranas, las madres de Esparta no preguntaban por la vida de sus hijos sino por la victoria de su patria.
¡Quien podrá seguir vuestras huellas en la carrera por el heroismo!¿Habrá hombres dignos de vosotras? No, no, vosotras sois dignas de la admiración del universo y de la adoración de los libertadores de Colombia". Vemos a las claras que don Simón también sabía como había que tratar a una Dama. Aprendamos.
R.P Guillermo Furlong S.J en su conocida obra
"Los Jesuitas y la cultura rioplatense" dice:
"Era en verdad magna la labor que realizaban los Jesuitas en el Río de la Plata cuando sobrevino la expulsión colectiva de 1767. En sólas estas repúblicas tenían sesenta domicilios, de los que catorce eran colegios. Tenían dieciséis reducciones sobre el Río Uruguay, trece sobre el Paraná, ocho en el Gran Chaco, diez entre los Indios Chiquitos.
Ocupados en todas estas reducciones, residencias y colegios había 457 Jesuitas de los que
53 eran alemanes
17, italianos
4, ingleses
2, peruanos
2, portugueses
1 griego,
1 francés y
1 belga. Eran en número de 81 los oriundos de estas regiones. Y los demás, eran españoles".
Dos visiones acerca de don Mariano:
Busaniche dice: "...y cuando se hacía necesaria como nunca la cohesión y la acción solidaria en el gobierno, producíanse en el seno de la junta de Buenos Aires hondas divergencias entre el presidente don Cornelio Saavedra y el joven secretario don Mariano Moreno. Como a todos los ideólogos, sus elucubraciones colocábanlo a menudo al margen de los hechos o él mismo los ponía de lado. El Secretario había chocado con el Presidente Saavedra no mucho después de haber asumido sus funciones en la Junta. Savedra era todo lo contrario de un ideólogo y aunque no sobresalía por su inteligencia ni era hombre de libros, daba muestras de buen sentido y se orientaba con sano criterio en asuntos militares y de gobierno. Como Presidente le había correspondido la comandancia de armas que retenía el virrey, y esta prerrogativa, que caía bien en un militar y era necesaria en aquel momento, vigorizaba su autoridad dentro de la junta. Moreno formaríasu facción al promediar 1810 y discurría en la manera de arrancar al presidente la dicha comandancia como recurso eficaz para disminuir su autoridad en influencia en el gobierno...".
Ricardo Levene nos dice lo siguiente acerca del Secretario Moreno:
"Una ciudad que triunfa de todos los obstáculos -así llamó Moreno a Buenos Aires- y, después de establecer radicalmente el orden interior y la tranquilidad de sus habitantes, dirige expediciones que salvan a los pueblos hermanos de la opresión en que gimen y que se les hacen insoportables comparándola con la dignidad que nosotros disfrutamos"...Moreno encarna solidariamente con los hombres de Mayo estos sentimientos de la antigua y la nueva Argentina; la pasión por la libertad política, igualdad ante la ley y la justicia social, la unidad e indivisibilidad de Mayo que es como decir de la nación misma, el sentimiento del progreso o la fe en la grandeza futura del país, el culto a la patria... Por su dinamismo, su afán de superación y afán de sacrificio, Mariano Moreno simboliza la juventud del espíritu, es decir, la juventud de las ideas y de la acción, en la historia argentina de todos los tiempos".
Un Hornero sostiene a ambas figuras, la de Saavedra y la de Moreno, como valiosas y complementarias; fogoneando los aciertos y los errores de la Junta, nunca esquivas ni desaprensivas. Por otro lado, la conquista del poder -tarea que realizaran con toda la determinación que la circunstancia exigía- implica ciertamente condiciones para alcanzar el poder pero no necesariamente condiciones para ejercerlo. No hay ni habrá sociedad en el mundo que no haya pagado -o que aún estén pagando- el precio de los atajos o de la soluciones importadas."Pensar la Argentina" es tarea que, hasta el presente, sigue sin resolverse.
Un Hornero le sugiere
prestar atención a este diálogo imaginario entre el amigo don Leopoldo Marechal -quien nos acompañara a lo largo de este número- y su Héroe, Megafón "el Oscuro de Flores",allá por 1970:
-Prevista la necesidad de la guerra -dijo el Oscuro-, yo necesitaba descubrir si nuestro pueblo "merece" una guerra
-¿Cómo si la merece?
-La guerra -me advirtió-, no es un deporte más o menos violento ni un sudor ácido en las axilas. Entrar en una guerra es entrar en la Historia.
-¿Y nosotros la merecemos?
-Antes de iniciar las acciones...hicimos el siguiente cálculo. Nuestro pueblo libertó a otros y no esclavizó ni robó a ninguno. Ganó todas las batallas militares que nunca fueron de conquista, y perdió territorios en la mesa de los leguleyos. No cometió ningún genocidio ni oprimió a hombres de otro color en la piel o en el alma. Sus revoluciones fueron incruentas y sin gran importancia sus desequilibrios históricos. ¿Es así o no?
-Exactamente -le admití
-Por lo tanto -concluyó Megafón- nuestro pueblo...merece una guerra.
Repetimos nuestro sentir sobre el punto: vemos lo que ya vimos antes; no estamos dispuestos a aprender más de lo que ya sabemos, sesgamos la realidad y la llevamos a un punto en el que no nos haga daño; somos honestos o mejor dicho somos "bienintencionados", pero no llegamos nunca al fondo de la cuestión. Y en el fondo...debemos aceptarnos como somos, sin estridencias y sin culpables.
Acuérdese de esto que decimos. A medida que avance este Hornero, se irá topando con personajes y conflictos bien adentrados en nuestros tiempos. No hubo ni habrá altisonancias para entonces.